En los últimos días, hemos asistido como sociedad a observar cómo la decadencia se apodera de nuestra provincia. A la pandemia mundial de coronavirus que genera problemas sanitarios y económicos, se le suma la pandemia de la violencia. Y es que los casos en los que se registran ataques y hasta muertes están a la hora del día. En medio queda la sociedad, mientras las autoridades políticas sólo atinan a mirar impávidas.
En este contexto, se produjo el grave hecho de que un grupo de familiares de un niño internado en el Hospital de Niños, atacaron brutalmente a unos médicos que se desempeñan en este nosocomio provincial. Si bien es cierto que la acusación sobre los agentes sanitarios es grave, debido a que supuestamente, el niño entró por una apendicitis y hoy está muy grave, nada justifica el ataque a quienes se desempeñan en el hospital.
Por otra parte, continúan produciéndose algo que jamás dejó de pasar durante la pandemia. Por el contrario, se dio de forma más habitual que nunca, ya que el contexto de encierro y consumo de alcohol y otro tipo de sustancias, no hicieron más que potenciar este mal. Nos referimos a los hechos de violencia intrafamiliar o entre vecinos. Los cuales, se cobraron la vida de muchas personas, y no son lo suficientemente retratados en los medios locales.
De esta forma, los hechos de violencia terminan muchas veces en hechos de sangre, lo que se convierte en una especie de círculo vicioso. Esto se debe a que los familiares de quien resultó lastimado o muerto en este tipo de enfrentamientos, luego buscan venganza. Por lo que la ley del talión de ojo por ojo y diente por diente, termina ocupando el lugar que debería tener el derecho para evitar la escalada de violencia y muerte.
Pero el problema de fondo pasa por el mal ejemplo que se brinda a nivel institucional. Esto tiene que ver con la violencia que se ejerce desde el mismo Estado, representado en los agentes de la Policía de Tucumán. Éstos son, nada más y nada menos, que funcionarios públicos, y en lo que va del año, se convirtieron en generadores de muerte contra gente, muchas veces inocente, y otras veces, en completo estado de indefensión, aunque se trate de delincuentes.
Es lo que pasó con Ceferino Nadal y antes Luis Espinoza. A lo que le sigue los golpes propinados en las comisarías y cárceles a los presos que allí se alojan. Mientras tanto, los criminales más peligrosos siguen pululando por las calles, ante los cuales, ni la Policía, ni el Gobierno, atinan a detener. Lo que produce más violencia y muerte de personas inocentes, pero, además, se produce algo que hasta hace poco no sucedía.
Y es la llamada justicia por mano propia, que más bien parece una suerte de ajusticiamiento, tal y como ocurrió hace poco más de un mes, cuando en el límite sur de la capital, un grupo de vecinos linchó y asesinó a un supuesto joven motochorro, a quien le asestaron varias puñaladas estando tirado en el suelo. De esto, también es responsable el Gobierno, que no atina a hacerse cargo de la seguridad de todos los tucumanos, a quienes deja librados a su suerte.
