Cristina Kirchner huyó de una paliza electoral y de esa manera, cerró el ciclo kirchnerista del peronismo y tiró la llave. No hay kirchnerismo posible sin Cristina candidata. El kirchnerismo es un desierto, sin figuras convocantes, pero repleto de cajas millonarias y todavía, con capacidad de daño. El kirchnerismo tuvo arrodillado a sus pies al peronismo durante 20 años y eso se terminó.
Comienza una nueva etapa donde Cristina irá perdiendo su poder de veto y ya no podrá designar candidatos a dedo tan fácilmente. Máximo Kirchner perdió su único activo. Ser el nene de Mamá. Su altísima imagen negativa, su falta de capacidad y liderazgo le van a impedir colocar de prepo a sus muchachos camporistas en las listas. El resto de sus hijos políticos está procesando el duelo y trata de encontrar el rumbo.
Solo basta escuchar las radios y canales del cristinismo para confirmar que sus más fanáticos seguidores se sienten tristes y hasta con una bronca contenida. Porque se sienten abandonados a su suerte por Cristina. Decodifican que Cristina se rindió, que tiró la toalla. De todos modos, los talibanes que tratan de interpretarla y justificarla dicen que ella no declinó ni renunció a una candidatura.
Dicen que la obligaron a eso los perversos miembros de la Corte que funciona a las órdenes de Macri. No es fácil plantear en la Argentina la finalización de un ciclo, la muerte política de un proyecto de poder. Pero es bastante claro que en las propuestas tan personalistas se verifica que cuando el líder se borra de la contienda electoral, comienza la decadencia y el final de la hegemonía de ese esquema.
Pasó con Carlos Menem y va a pasar con Cristina. Cuando el ex presidente abandonó la segunda vuelta y no quiso competir contra Néstor Kirchner, casi de inmediato finalizó la etapa menemista del peronismo. Menem sabía que iba a ser sepultado por una montaña de votos. Y no quiso someterse a ese papelón. A Cristina le pasa lo mismo. Sabe que se expone a varios abismos. Salir tercera y llevar al peronismo a la peor derrota de su historia.
O pasar a una segunda vuelta y perder por goleada. No quiere ensuciar su biografía con ese hundimiento. Sueña con que los libros hablen de ella en el futuro como la primera mujer que fue dos veces presidenta de la Nación. Pero sabe también que Wikipedia dirá que fue la primera presidenta condenada por corrupción. Y eso la desespera. Por eso ataca tanto a la Corte Suprema. Se miente a sí misma y denuncia persecución.
Pero ella sabe la colosal fortuna que robaron en el poder junto a Néstor. El enriquecimiento ilícito de ella, su familia, y de casi todos sus funcionarios no tiene antecedentes en la democracia. A Cristina la enfurece la comparación con Carlos Menem. Pero el ocaso de los respectivos reinados en el peronismo es muy similar. Su poder está en los votos que pueden conseguir. Y si no van a las urnas, se diluye sus posibilidades de conducir a los demás.
Pero el caso de Menem también es útil para desenmascarar una de las mentiras más alevosas de Cristina: que está proscripta. Menem también fue condenado por la justicia y sin embargo fue senador hasta el día de su muerte. Nadie le impidió que se presentara a elecciones. Con Cristina pasa lo mismo. Nada ni nadie le impide que sea candidata. Pero decir que está proscripta es la justificación para no quedar con su gente como una cobarde que elige no presentar batalla.
Esto es muy peligroso desde el punto de vista institucional. Porque Cristina, en su afán por zafar de la cárcel y conseguir la impunidad, es capaz de patear el tablero del sistema. En su carta, en varias ocasiones demuestra que está decidida a deslegitimar la democracia y al próximo gobierno. Habla de fachada democrática pese a que están funcionando con todas las garantías todos los mecanismos republicanos.
Miente descaradamente cuando dice que no quiere ser una mascota y que no quiere prestarse al juego perverso de los jueces. En realidad, siente pánico de ir a la cárcel y de someterse al escrutinio del pueblo argentino en elecciones libres y transparentes. Su individualismo egoísta dejó pagando o colgado del pincel a todos sus adoradores. Por ejemplo, al Congreso del PJ que cantaba “Cristina presidenta”, mientras ella publicaba su carta de fuga.
Si la generala se retira sorpresivamente y temerosa del campo de batalla, la tropa pierde el rumbo y se produce un desbande del sálvese quien pueda. El verticalismo autoritario de Cristina no permitió que crecieran nuevos liderazgos y herederos. Máximo Kirchner no puede ganar una elección ni en el consorcio de su edificio. Wado de Pedro es casi un desconocido para el gran público y con pocas ideas jurásicas.
Pese a que un sector de los empresarios lo quiso vender como un estadista y Axel Kicillof que mide mejor, debe defender el aguantadero de la provincia donde piensan refugiarse todos si consigue la reelección. Hoy podemos decir que el menemismo terminó cuando Carlos Menem se bajó de la lucha electoral. Mañana podremos confirmar que el kirchnerismo terminó cuando Cristina Kirchner dijo basta.