Ayer 18 de Julio volvió el acto presencial por la tragedia de la AMIA, después de la pandemia. Y el reclamo por la impunidad se eleva aún más que los rostros de las 85 víctimas. Igual que siempre. Aunque el Gobierno hace tres años que le grita consignas a la Justicia -este lunes Cristina Kirchner publicó un video de 15 minutos de fuerte tono contra la Corte-, no levanta la voz para recordar que el juzgado que lleva el caso está vacante.
Que no hay juez para la AMIA desde que se jubiló Canicoba Corral y que, como el caso es de los subrogantes, no es de nadie. Tampoco que la fiscalía especial AMIA -que siguió todos estos años desde la muerte de Alberto Nisman– tiene la investigación en estado de parálisis, como denunciaron los familiares de las víctimas hace 40 días durante una reunión en el juzgado de Daniel Rafecas.
Tras el crimen de Nisman, pasaron por allí siete fiscales en siete años. En grupos. Y nada. Hubo síndromes de negación o de silencio. Vengan de donde vengan y le toque a quien le toque, ambos corroen el sentido de justicia. A veces basta sólo con los gestos: el de una selfie del sheik de la mezquita de Flores, Mohsen Alí sonriendo con Felipe Solá y Aníbal Fernández el día en que Cristina presentó su libro Sinceramente en la Rural.
Ese invitado especial de la fila 4 -ubicado aquel día adelante de Leopoldo Moreau-, sostiene que la AMIA voló por un autoatentado de la comunidad judía. Antes de eso fue Nisman. Que denunció al gobierno de Cristina por encubrir a los iraníes y apareció a los cuatro días con un tiro en la cabeza son hechos. La obsesión autómata por sostener un suicidio inverosímil e incomprobado sigue hasta hoy.
En un relato que busca acomodar la muerte de Nisman a una conveniencia política sospechosa: ¿Y qué pasa si a Nisman lo asesinaron, como sostiene el expediente judicial? ¿Cuál es el problema para los negadores? Quizá, aclarando oscurece. Igual que el atentado a la AMIA, el crimen de Nisman todavía sigue impune. Ahora un avión con iraníes y venezolanos levanta otra cortina de exculpaciones urgentes que vuelven a dar vergüenza ajena.
Otra vez el kirchnerismo se apura a absolver mientras la Justicia investiga. Lo hicieron Aníbal Fernández -el funcionario que encabezó la campaña para ensuciar a Alberto Nisman tras su muerte- y Agustín Rossi, ahora jefe de inteligencia. Los tripulantes del avión de las sospechas siguen en un hotel de Canning, esperando decisiones judiciales que el Gobierno quiso evitarles a toda costa.
Nisman escribió en 2013 que los servicios de inteligencia iraníes incursionaban en América Latina con apoyo venezolano. En enero pasado, un iraní prófugo por la AMIA fue a Nicaragua a un acto oficial y el embajador argentino allí -hermano del gobernador Jorge Capitanich- no dijo nada. “Los servicios de inteligencia internacionales no nos avisaron”, alegó entonces el Gobierno.
Ahora les avisaron de todos lados, pero el avión entró y salió sin problemas, y sólo volvió porque los uruguayos no lo dejaron aterrizar en su país. El embajador Marc Stanley se acercó este lunes a la calle Pasteur para volver a dar la señal de que Estados Unidos reivindica el pedido de justicia año tras año. Lo hizo acompañado por Deborah Lipstadt, especialista en Vigilancia y Combate contra el Antisemitismo.
La misma que había estado visitando el siempre interesante Museo del Holocausto de Buenos Aires, en la calle Montevideo. El Gobierno sólo estuvo presente a través del ministro de Educación y el secretario de Culto, una formalidad. Cristina eligió el 18 de Julio para lanzar su video incendiario contra la Corte y criticar a la Justicia por medidas cautelares, pero ignoró por completo el acto de la AMIA.