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“Cristina Kirchner y Sergio Massa conducen a la Argentina hacia un callejón sin salida”

Obediente y temeroso, el peronismo ha sido cómplice, cuando no fervoroso defensor y parte activa, de un gobierno que atacó las instituciones de la democracia, destruyó la palabra y multiplicó la pobreza. Entre ellos, Sergio Massa aún juega sus fichas. Consagrado al operativo “llegar como sea”, se lo ve a la caza de incautos que le pongan la firma a la supervivencia de su ambición personal.

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En medio de una crisis que se profundiza sin que se vislumbre una luz, en la semana que pasó para jamás volver, parece claro que no podemos seguir viviendo del relato. No nos referimos al que construyeron los Kirchner, de fuerza menguante, sino al que en parte le sirvió de superestructura. La Argentina corporativa que edificó el peronismo hace décadas, con un Estado que maneja el juego repartiendo privilegios y prebendas.

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El cual está lejos de alcanzar la justicia social que prometía produjo una elite rica perpetuada en los espacios de poder y un pueblo pobre que vive de las sobras. El problema es que ya hemos rascado el fondo de la olla y no sobra nada. El gasto clientelar por la compra del voto, la hipertrofia de un Estado con un déficit mayúsculo y el curro como práctica oficial que derivó en el latrocinio de la década perdida nos llevaron a la condición mendicante del que no produce y solo le queda vivir de lo ajeno.

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¿Qué haremos ahora, que se nos cortó el chorro? Afuera ya no se la tragan. Plata que se le da a la Argentina, plata que no vuelve. Se la fagocita el sistema, que no se sacia nunca y siempre pide más. El triste paso en falso de la delegación de notables que viajó a Brasil en plan pechazo y volvió tal como había partido es elocuente. Embajador, ministro, canciller y Presidente, en dulce montón, intentaron exprimir al amigo Lula.

Pero el viejo zorro les hizo una finta tan elegante que los argentinos se fueron con las manos vacías y dando las gracias. Ojalá la escena, humillante no solo para los rechazados sino para todo el país, sirva para darnos cuenta. Cuando no te presta ni tu hermano, estás solo y jodido. “Este presente de carencia y desasosiego no es fruto del azar, sino de la vuelta del kirchnerismo al poder”.

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El relato peronista, con décadas de vigencia y convertido en sentido común nacional, que marcó durante mucho tiempo la política, la economía y la sociedad argentina, parece a punto de agotarse. Junto con él, se agota también el país que fraguó. La Argentina es un auto que venía cascoteado y al que sus actuales conductores, pisando a fondo el acelerador, pusieron muy por encima de su velocidad máxima.

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Ahora el motor está fundido y el coche se mueve solo por inercia. No sabemos hacia dónde ni durante cuánto tiempo más. Así las cosas, el peronismo parece ante un callejón sin salida. Obediente y temeroso, ha sido cómplice, cuando no fervoroso defensor y parte activa, de un gobierno que atacó las instituciones de la democracia, destruyó la palabra y multiplicó la pobreza. Este presente de carencia y desasosiego no es fruto del azar.

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Sino de la vuelta del kirchnerismo al poder. Es decir, producto del peronismo llevado a su máxima expresión. En medio de la desolación, los herederos de Perón buscan definir candidato para salvar las papas. Entre ellos, Sergio Massa aún juega sus fichas. Consagrado al operativo “llegar como sea”, se lo ve a la caza de incautos que le pongan la firma, no tanto a un préstamo que prolongue la agonía nacional, sino a la supervivencia de su ambición personal.

Un aventurero que, sin mojarse, pesca en río revuelto. Cristina Kirchner no descarta a Wado de Pedro, un soldado que siempre acompañó sus desvaríos. Para la jefa, sería una forma de romper la “proscripción” que ella misma se impuso. Pero, tan mimetizado está con ella que más allá de la Casa Rosada pocos lo conocen. Queda Scioli, un Zelig sin atributos. Sería como volver a estar gobernados por Alberto Fernández, con un único consuelo: su limitada oratoria.

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El votante argentino medio, acaso como cualquier otro, se resiste a aprender. O carece de memoria. Ha mostrado incluso un pragmatismo cómplice de la corrupción y la transgresión de la ley. Recordemos el 54% que Cristina cosechó en 2011, y la forma en que el kirchnerismo volvió al poder en 2019 a través de un pacto electoral a todas luces viciado. Hoy tratamos la megalomanía con la misma liviandad.

Soslayamos el peligro de quien se cree dueño absoluto de la verdad y es incapaz de escuchar al otro. A él lo escuchamos, eso sí, como si estuviéramos frente a un ser donde la razón prima sobre la emoción. Y tanto, que crece en las encuestas. Si nadie llena el vacío, la decepción y la bronca pueden llevar muchos votos hacia el populismo, ya no el de los Kirchner, sino el de Javier Milei. Tropezaríamos, una vez más, con la misma piedra. La diferencia es que esta vez venimos aún más magullados.

Y es que, a veinte años de su desembarco nacional, el kirchnerismo, cuesta abajo en su rodada, entró en una etapa de grave irresponsabilidad institucional. Se pelean en la cubierta del Titanic. Pero lo peor, es que el combate feroz entre ellos, es por llevar el féretro de un gobierno que ya está políticamente muerto. Todos los ministros huyen o quieren huir. Los funcionarios no saben con quien hablar y la parálisis de gestión va derechito hacia un colapso social.

Néstor y Cristina vinieron por todo, y para siempre y no dudaron en fracturar nuevamente a los argentinos. De todos los pecados capitales que cometió el matrimonio Kirchner, tal vez este sea el peor de todos. El que más retraso y dolor generó en nuestro bendito país y el drama que más tiempo va a llevar poder superar. Y esto es lo más profundo que se va a dirimir en las próximas elecciones.

Es la confrontación en las urnas entre un modelo chavista que genera más pobreza y menos libertades y otro republicano popular que quiere volver a la producción, el mérito y a insertarse entre los países que progresan y no entre los que regresan como Venezuela, Cuba y Nicaragua. La decadencia K ya lleva 20 años a nivel nacional. Es hora de que los argentinos con su voto cierren esta etapa nefasta y peligrosa. Las urnas están abiertas.

Pero, mientras tanto, nos hemos quedado sin gobierno, sin reservas en el Banco Central, minados por una inflación que tiende cada día a aproximarse a una híper, la sequía en los campos y la recesión en las ciudades. El mundo espera que “lleguemos” a diciembre y que se consagre un interlocutor a la altura de una gran nación que ha perdido, una vez más, el rumbo que supo tener hace más de 50 años.

A la cabeza, Brasil, nuestro principal socio estratégico, y luego el “Trío Fantástico” compuesto por los Estados Unidos, la Unión Europea y China. Con todos y cada uno de ellos tenemos una rica y apasionante agenda. Pero, evidentemente, la dinamita ya estalló y todos los ciudadanos nos preguntamos qué será de nosotros en el presente inmediato, en los próximos y eternos siete meses por delante.

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