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Cristina la gran responsable de la derrota del gobierno

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Descacharreo

La paliza electoral que recibió el cuarto gobierno kirchnerista fue histórica y tiene muchos responsables. Pero hay dos mariscales de la derrota que condujeron a su tropa hacia el precipicio de las urnas: Cristina Kirchner y Alberto Fernández. El régimen vice presidencial que inventó Cristina fue útil para ganar las elecciones del 2019 pero, absolutamente inútil para gobernar. Ese es su primer fracaso. La madre de todas las derrotas.

El pacto espurio de imposible cumplimiento que firmó con Alberto Fernández. Ella es la jefa del jefe del Estado y quien lideró un proyecto que el domingo sufrió un severo terremoto. Algunos se aventuran a decir que es el comienzo del final del cristinismo. Es la cuarta elección parlamentaria consecutiva que pierde la vicepresidenta. Si los resultados se repiten o son todavía peores el 14 de noviembre, Cristina Kirchner perderá el quorum propio en el Senado.

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Cristina Kirchner en el Senado

Justo donde era reina y señora y la cantidad de diputados será mucho menor de la que tienen ahora. Sus proyectos más autoritarios y chavistas fueron frenados por la soberanía popular del voto. Ahora será más difícil que pueda poner de rodillas a la justicia para lograr su impunidad. Fue patético ver anoche a Cristina en silencio, oculta detrás de su barbijo, mirando en el escenario a Alberto mientras se hacía el harakiri simbólico a cielo abierto y en vivo y en directo.

Ella logró vaciar de contenido a Alberto Fernández y lo convirtió en lo que Alberto había anticipado: en un títere. Pero Cristina, es tan intensa, dañina y agresiva que terminó reduciendo a Alberto a la servidumbre. Por eso el presidente se mostró perdido y tambaleante sobre el ring. No solamente lideró un gabinete de mediocres y no de científicos. También fue un administrador que cometió torpezas increíbles.

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El mismo que luego, en lugar de pedir disculpas, redobló la apuesta y atacó a la oposición y al periodismo independiente. Desafiante puso su cabeza en la guillotina y dijo que las elecciones iban a ser un plebiscito de su gobierno. Así le fue. Perdió por dos millones de votos de diferencia. Habrá que estudiar que debilitó más a este gobierno. ¿La mala praxis de la gestión o las ridiculeces que se dijeron a la hora de tratar de justificarlas?

“Algo no habremos hecho bien”, dijo Alberto como pidiendo disculpas. “Algo no habremos hecho bien”, repitió como una letanía. Pero no escuchó nunca las advertencias sobre el fracaso sanitario que produjo el horror de más de 113 mil muertos, la hecatombe económica que multiplicó los pobres, la desocupación y las empresas quebradas y la inseguridad galopante, con narcos incluidos, que subestimaron durante todo el tiempo.

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frente de todos

En esta tutela de la que se consideró pontífice, el kirchnerismo también se arrogó el principado de lo que llama pueblo. El pueblo era de ellos y ellos, sus embajadores. El resto del arco político era considerado por ellos anti pueblo. Y también sus votantes. El pueblo debía contentarse con tarifas congeladas, compras en cuotas, y vacunas chinas y rusas. El pueblo debía aceptar su encierro mientras en Olivos entraba el adiestrador de Dylan y los peluqueros de Fabiola.

La cuarentena fue el laboratorio de un ensayo perverso. ¿Hasta qué punto la sociedad podía adaptarse y rendirse a un modelo de sumisión política? Aunque no lo digan, era la oportunidad perfecta de doblegar al capitalismo. Soñaban los intelectuales de izquierda con un nuevo hombre redimido del mercado, que emergiera de la purga del covid y bajara la cabeza ante el Estado omnipotente. En el miedo, la masa se dejaría conducir.

Primero, aceptaría el encierro. Luego, aceptaría domesticarse mansa a cambio de tener seguridad en el temible mundo pandémico. Estiraría el pie para que engarzaran el grillete y acusaría a los runners de todos los males. El alargamiento de la cuarentena no sólo puso la economía en un freezer, con sus variables congeladas, sino que fue una prisión con intención de adoctrinamiento. Pero no funcionó.

A la distancia, la imagen del presidente acusando al surfer y diciendo que se termina el país de los vivos, se parece más y más a la caricatura olmediana del dictador de Costa Pobre. Es también un boomerang fulminante ante el telón del cumpleaños clandestino en Olivos. Durante la cuarentena ejercitaron como nunca un avance sobre garantías constitucionales que sólo implosionó con el Olivosgate.

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La foto del 14 de julio. Unas 12 personas junto al Presidente, sin barbijos ni distanciamiento social.

La fiesta de Fabiola y el Vacunatorio VIP fueron evidencia de la casta política: una clase privilegiada que, iluminada, dirige a esos seres insignificantes que necesitan ser conducidos. Nada enseña mejor el valor de las cosas como el riesgo de perderlas. Con las restricciones a las libertades, lesionaron el derecho a salir a buscar el mango, le pusieron un cepo a la educación y obligaron a un destierro cruel a argentinos que viajaban.

La realidad es que no hicieron nada bien. Y encima, se manejaron con soberbia y altanería. Es muy probable que este naufragio electoral se refleje en pases de facturas internos. Se van a tirar con las responsabilidades por la cabeza. Es que todos los actores principales de la coalición oficialista, perdieron en sus distritos o patrias chicas. Son datos, no relatos. A lo largo y lo ancho del país está lleno de culpables. Pero los mariscales de la derrota fueron dos: Cristina y Alberto.

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