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Cristina le teme al helicóptero

La inseguridad en el Conurbano que detona protestas sociales y violencia alarmó a la vicepresidenta. La situación económica ahonda el mal humor.

cristina fernández
Vicepresidenta. La crisis en la coalición oficial y la debilidad de Massa siembran de dudas el camino electoral. Foto: AFP
Descacharreo

Hacía tiempo que Cristina Fernández no tomaba, como sucedió la última semana, las riendas del poder cotidiano. Al margen de sus temas dilectos: las disputas con la Corte Suprema o la fiscalización de la economía que conduce Sergio Massa. Los días en que ejerció el Poder Ejecutivo, mientras Alberto Fernández estuvo con Joe Biden en Washington, apenas disparó un tuit contra un senador republicano (Ted Cruz) que la calificó de corrupta. Los fantasmas volvieron a rodearla cuando el asesinato de un colectivero en La Matanza produjo un conato de indisciplina popular.

El episodio se registró en un contexto peligroso. Por tres razones. La inseguridad se coloca en la primera línea de la discusión pública cuando despunta la campaña electoral. Mantendrá esa permanencia y ese potencial porque la situación económica no ayuda a compensar nada. Por el contrario, profundiza el malestar y la crisis estructural. El Gobierno y la coalición oficial poseen incapacidad para enfrentar tales desafíos por ausencia de nociones y el canibalismo político desatado en su interior.

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La desesperación que envolvió a la vicepresidenta se explicó por otro motivo. El estallido fue en Buenos Aires, no en Rosario. Con la criminalidad narco en la ciudad santafesina nunca se metió. La provincia es la fortaleza política donde pensaría refugiarse en caso de que el oficialismo –hipótesis cada día más probable- pierda la elección nacional. La Matanza constituye su lugar en esa provincia. Como El Calafate en Santa Cruz.

Por desgracia para Cristina, La Matanza, según las últimas estadísticas oficiales, es uno de los tres distritos del Conurbano con mayor cantidad de hechos delictivos. Más de 54 mil en 2022. Apareado con Quilmes, que conduce la camporista Mayra Mendoza, y San Martín, a cargo de Fernando Moreira, discípulo de Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas de Alberto.

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El asesinato del colectivero significó el pico de una serie de episodios que se fueron encadenando. El primero fue la pueblada de hace un mes en Rosario cuando los vecinos, ante la ausencia de la Policía, quemaron y destruyeron el bunker de un vendedor de droga. El Gobierno nacional reaccionó por primera vez no sólo por la rebelión. Temió la posibilidad que se transformara en espejo de algún lugar de la misteriosa Buenos Aires.

El asesinato de Daniel Barrientos, el colectivero, combinó la desprotección social y el drama. Antes y después, ocurrieron cosas que varios intendentes del Conurbano califican como “mini estallidos”. En marzo, el asesinato de un remisero desató la furia de los vecinos contra la Comisaría 6ª de Villa Madero, La Matanza. Hubo un asalto a un supermercado que derivó en un foco de incendio y la aproximación de un gentío que amagó con un saqueo. La llegada de la Policía lo abortó. El intento de linchamiento popular a un delincuente apenas fue detenido por la Policía se detectó en el Oeste bonaerense. También, la cacería grupal que iniciaron vecinos de la misma zona cuando a una persona que llegaba a su casa le arrebataron el celular y la camioneta. Reacciones sin contención.

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Puede aceptarse que Cristina haya tomado conciencia de la situación cuando el crimen del colectivero activó las alarmas. Debe admitirse que sucedió con demora extrema. Tratando de establecer algún orden dentro de un sistema de gestión gubernamental que ella misma se encargó desde el primer día en desorganizar.

Su intervención contó con el verticalismo clásico. Habló y respaldó a Sergio Berni después de la salvaje agresión que sufrió. Disciplinó a todos los disidentes de su tropa, empezando por Máximo Kirchner, su hijo. Convocó a Axel Kicillof para que saliera de la clandestinidad en las horas ardientes de la tragedia. Hizo que Mayra en Quilmes simulara un acto junto al magullado Berni de entrega de patrulleros camuflados. La Cámpora obedeció.

Aquel plan de emergencia de la vicepresidenta desnudó, sin embargo, dos problemas graves. El libreto fue pensado por la dama. El primer expositor resultó el ministro de Seguridad. Involucró como responsable de la violencia por la muerte de Barrientos a Patricia Bullrich. Pretendió culpar a Horacio Rodríguez Larreta por el comportamiento de la Policía de la Ciudad, que terminó rescatando del nocaut al médico-militar. Kicillof pareció embarrarla más cuando vinculó la supuesta provocación orquestada por la titular del PRO con la jamás comprobada afirmación del diputado Gerardo Milman que habría anticipado el atentado que sufrió Cristina en septiembre del 2022. La investigación judicial desechó ese rumoreo.

Impacta siempre la rusticidad del gobernador para explicar. En especial, cuando se aparta de la economía. También desnuda desconocimiento sobre el drama y la dimensión de la inseguridad. Dijo que ningún ladrón sube a un colectivo para matar y robar solo una mochila. Habita una cápsula. La vida en el Conurbano y en demasiados lugares de la Argentina carece ahora de valor.

La primera derrota simbólica para la vicepresidenta no consistió en la refutación que Juntos por el Cambio hizo de su relato. Fueron los propios pobladores de La Matanza quienes se encargaron de desarticular aquella construcción dialéctica. Probablemente votantes suyos. El relato empieza a perder efecto. Por eso en las últimas horas el ministro abandonó la politización y la teoría de un complot.

La segunda derrota política estaría encarnada por el propio Berni. Su perfil de hombre de “mano dura” fue utilizado sin excepciones para encubrir el garantismo y la ignorancia kirchnerista para enfrentar la delincuencia y el narcotráfico. La figura del ministro de Seguridad avasallada y por el piso le hará perder, con certeza, autoridad e identidad. Correrá su máscara imaginaria. Habrá que ver en qué condiciones se presenta cuando estalle el próximo incidente en el Conurbano.

Tanta desventura, tal vez, haya incidido en la reacción posterior. El ministro de Justicia de Buenos Aires, Julio Alak, formuló una denuncia penal contra los colectiveros. Dos de los agresores fueron detenidos y luego liberados. El esclarecimiento del crimen de Barrientos continúa en la confusión. “El peor mensaje para la gente. Siempre ganan los delincuentes”, razonó un intendente de inconfundible cuna peronista. Cristina pareció darle la razón cuando en un tuit usó la muerte de Barrientos para su propia victimización: “Tuve suerte cuando la bala de los copitos no salió”, escribió.

La vicepresidenta añade a su pesadilla política la situación de Kicillof. Candidato indiscutido para pelear la reelección en Buenos Aires. El crimen del colectivero y el regreso de la inseguridad representan un enorme trastorno. Con ramificaciones políticas que aumentan las turbulencias. En su orfandad, el gobernador responsabilizó a los intendentes por no colaborar con medidas a favor de la seguridad. O para mejorar a la Policía bonaerense. Aníbal Fernández, el ministro de Seguridad de Alberto, fue brutal cuando dijo que el mandatario provincial no sabe nada.

Kicillof navega otras dificultades que no tienen el impacto popular de la inseguridad. No serían inocuas, sin embargo, para su proyección política. En una semana recibió dos fallos de tribunales internacionales desfavorables, producto de su gestión como titular de Economía de Cristina. En Nueva York, la jueza Loretta Preska dictaminó en contra de nuestro país por mala praxis en el modo de privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Una deuda potencial de US$ 20 mil millones. En Londres, nuestro país fue condenado a pagar otros US$ 1.400 millones por la manipulación de estadísticas. La compensación a los bonistas por el índice de crecimiento. Capítulo del 2013. En este caso hubo una rareza. El Estado, cuyo procurador del Tesoro es Carlos Zannini, fue invitado en dos ocasiones a una mediación. Ambas rechazadas.

En medio de este panorama de ineficacias y desacuerdos el Gobierno y la coalición oficial enfrentan un par de tareas titánicas. Que la economía no se desestabilice definitivamente antes de la votación. Responsabilidad exclusiva de Massa. Lograr un orden básico en el Frente de Todos para conseguir competitividad en octubre.

El Banco Central sigue perdiendo reservas (US$ 1.920 millones en marzo y US$ 3.000 millones desde enero). El ministro de Economía recurrió a otra “mini-devaluación” con el dólar agro. Fantasea con cosechar unos US$ 4 mil millones. Para no quedar sin caja, ni tan lejos de las metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El campo lo habría forzado de nuevo a ponerse de rodillas. Así sería la interpretación de Máximo.

Cristina apuesta a concederle un crédito de tiempo a Massa. En La Cámpora existe un estado de deliberación permanente. Sigue el recitado de renegociar el acuerdo con el FMI. Hablan de plazos para el ministro. No saben para qué. Carecen de un reemplazo. Discutieron en la organización que julio o agosto podría representar el ultimátum. ¿En vísperas de las PASO?. Los delirios escapan de cualquier corral.

El kirchnerismo redobla la presión para que Alberto resigne su postulación. Eduardo De Pedro, el ministro del Interior, dijo con resignación que “la estrategia del Presidente nos llevó hasta acá”. Refirió a las PASO como una condena. Daniel Scioli aprovecha el vacío y juega a ser candidato. ¿El embajador en Brasil, Wado y el Presidente sería todo el potencial electoral que podría ofrecer el oficialismo?

Quizás por esa razón Cristina no se resigna con Massa. Sabe que está más cerca de caerse que de echar a volar. Tal realidad, atizada por la inseguridad, la retrotrae con miedo a esa confesión de Jorge Ferraresi. El intendente K de Avellaneda dijo que el ministro de Economía había asumido “un día antes de que nos vayamos en helicóptero”.

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