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Cristina se desentiende de su responsabilidad sobre la realidad

A la Vicepresidenta no le importa. Y a nosotros, no nos sorprende.

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Cristina Kirchner
Descacharreo

Aunque el oficialismo redobla la apuesta cada día, dando espontánea y naturalmente material a los medios para títulos de primera plana, llegamos al punto en que nada nos sorprende, porque se ha vuelto reiterativo y previsible. Por eso, que la vicepresidenta haya sido distinguida en el aula magna de la Universidad Nacional del Chaco Austral (Uncaus) con un Doctorado honoris causa no nos llama la atención.

Sobre todo, porque es consecuente con su actuar de los últimos meses: ella está ahí, como siendo testigo de una realidad que pasa a su lado, y de la cual no se siente responsable. No sorprende que, en lugar de una exposición académica, la actual vicepresidenta se ocupara de echar culpas a terceros. Ni que se olvidara por un rato del “Ah, pero Macri”, para disparar directo al corazón de su propio gobierno con el objetivo de ensalzar a uno de sus peones, como Kicillof.

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En este contexto, no le tembló el pulso al señalar que en 2014 la suba de precios fue del 38%, pero gracias a sus acertadas decisiones, al año siguiente descendió al 23%. Curiosa apelación al pasado, atribuyéndose méritos respaldados en un supuesto informe que en su momento negó. ¿Se olvida, acaso, que en aquél 2014 el informe oficial brindado por el gobierno que presidía Cristina Kirchner aseguraba contra viento y marea que el índice inflacionario era de 23 puntos?

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¿Se olvida que un grupo de legisladores probaba que efectivamente el índice era de 38 puntos? Por supuesto en aquél momento y ante tamaña afirmación, el oficialismo los adjetivó con los peores calificativos. Pero ahora, como lo que importa es marcar la diferencia con los espacios de poder que ella misma delimitó, no importa dejar en evidencia que durante muchos años le mintió al pueblo argentino, ocultando pobres, dibujando números y tapando responsabilidades.

En este discurso, que debiera haber sido una exposición académica de excelencia, la vicepresidenta se mostró como la oradora que prefiere la arenga política, las expresiones autorreferenciales, las tibias diferencias entre decisiones hormonales o neuronales, o entre “mérito” y “meritocracia”. Ni hablar de la liviandad con que se refiere a sus simpatías con gobiernos dictatoriales, como el caso de China. Así de previsible es cada una de sus apariciones.

Me temo que en este caso la exposición estuvo muy lejos del mínimo exigido para estas ocasiones. A la indigencia teórica y a la arenga rencorosa, se sumó la falsificación de hechos, maniobra dirigida a un público poco predispuesto a certificar la veracidad de las afirmaciones. Es contradictorio que en una época en que toda la información está a un click, sea mejor dar por sentado que lo que alguien dice es cierto.

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Y por supuesto, sería inútil recordarle a la ahora supuesta Doctora Honoris Causa, que toda afirmación debe justificarse con pruebas, documentos y testimonios. La consigna acerca del carácter sagrado de los hechos es algo más que una aspiración positivista, es una exigencia académica. Pues bien, deliberado o no, Cristina Kirchner no fue lo que se dice escrupulosa en la materia.

La esperada ponencia titulada “Estado, Poder y Sociedad: la insatisfacción democrática”, no fue más que un conjunto de palabras dirigidas a ella misma, a inflar su ego, a confirmar que todos somos responsables de la decadencia de este país, menos ella. Eso sí, reconoció que durante su mandato las cifras del Indec fueron manipuladas. Pero a ella no le importa. Y a nosotros, no nos sorprende.

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