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Crónica de una ruptura anunciada

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández en un acto en Avellaneda
Descacharreo

El Presidente repitió muchas veces, desde que fue ungido candidato en 2019, que nunca más se pelearía con Cristina Fernández. Tal vez no calculó que el desafío pudiera ser planteado, como empezó a suceder desde la derrota del domingo en las PASO, por la vicepresidenta. La dificultad para convivir entre los máximos exponentes del poder político ha abierto en la Argentina una crisis institucional, en su génesis, similar a la ocurrida hace exactamente dos décadas.

Cristina Kirchner parece haber decidido, en este caso, una intervención directa sobre la administración de Alberto Fernández. Se le puede llamar golpe palaciego. O como se quiera. Resolvió luego de conversaciones fracasadas vaciar de ministros y funcionarios, al menos simbólicamente, la gestión presidencial. Once fueron en total los que pusieron a disposición sus renuncias.

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El número no diría tanto como el modo en que fue maquinado. Con la lógica que la vicepresidenta mamó por años de Néstor Kirchner. La primera señal fue ofrecida por Alicia Kirchner, la gobernadora de Santa Cruz, también derrotada el domingo. Les pidió la renuncia a todos sus ministros. En este marco, Alberto Fernández, abrumado en estas horas, tal vez no advirtió la tormenta que se avecinaba.

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Desde que inició la recomposición con Cristina, antes del 2019, el Presidente realzó el papel colaborativo de Eduardo De Pedro, el ministro del Interior. “Es un buen pibe”, repetía en alusión el dirigente oriundo de Mercedes. De Pedro, Wado para casi todos, fue en las últimas horas la punta de lanza de la operación para debilitar al Presidente. Lo hizo con la frialdad que transmite su figura, calcada de su jefa, Cristina Kirchner.

Alberto Fernández se enteró cuando concluyó aquella ceremonia. Inició un improvisado despliegue defensivo con gobernadores. Anticipado el martes cuanto juntó a intendentes en Almirante Brown. Sus hombres más cercanos vivieron la novedad con perplejidad y enojo. Uno de ellos comentó cerca del anochecer: “Estamos asistiendo a una traición”. Lenguaje muy familiar al peronismo.

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El movimiento de pinza de Cristina sucedió a una noche del martes durante la cual se produjo una fractura. Un desacuerdo ruidoso. Cristina Kirchner desea un inmediato cambio en el Gabinete; el Presidente estima que hasta noviembre debe corregir ciertas políticas, aunque sin tocar el equipo. Después de las legislativas, según sean los resultados, relanzaría la gestión para darle al Frente de Todos la posibilidad de luchar por el recambio del 2023.

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El Gobierno, virtualmente, está desde entonces partido en dos. La fragmentación en el Frente de Todos asoma aún mayor. La simple enunciación no alcanzaría para dimensionar la gravedad de la crisis. La discordia ocurre después de la derrota en las PASO, en medio de una dantesca crisis económico-social y con la amenaza de una pandemia cuya atención el Gobierno parece haber abandonado.

Alberto Fernández se atrincheró con los suyos, que intentaron licuar el reto kirchnerista, colocando también a su disposición las renuncias. Sobrevino una búsqueda de respaldo para afrontar la tempestad que encontró eco en un puñado de gobernadores peronistas de provincias chicas, en organizaciones sociales acicateadas por el Movimiento Evita y en la Confederación General del Trabajo.

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Cuatro días después de la derrota electoral, el Gobierno de la coalición parece haberse asomado a un abismo. Esa sensación de vahído, quizás, indujo el retardado llamado que Cristina Kirchner hizo al ministro de Economía, Martín Guzmán, para aclararle que no propiciaba su renuncia. Aunque, junto con La Cámpora, discrepa con el rumbo del profesor de Columbia. Habría sido una de las razones principales del desastre en las urnas.

La crisis política e institucional ha cobrado una dinámica de la cual resultará muy difícil regresar. El Presidente cavilaba este jueves a la noche no aceptar ninguna de las renuncias que le fueron presentadas, tampoco la de los kirchneristas, y continuar como si nada hubiera pasado. Pero pasó. ¿Cómo podrán volver a convivir esos bandos a futuro dentro de la misma administración? ¿Cuánta confianza podrá seguir dispensando Alberto en De Pedro, “el buen pibe”?

¿Cómo podría suceder sin obstaculizar aún más una gestión que hasta el presente resultó ineficaz? La interferencia mayor no sería esa. Parece claro que aquel dispositivo anómalo de poder que pergeñó Cristina Kirchner, con un Presidente como delegado, se encaminaría a fracasar. No se percibe de qué modo podría resultar reparado. La crisis afloró apenas el Gobierno debió dar los primeros pasos en busca de rehacerse para el exigente desafío de noviembre.

Remontar la cuesta era ya difícil el domingo por la noche. Lo será muchísimo más después de esta explosión política. ¿Qué sucederá si la derrota se repite o se profundiza el segundo domingo de noviembre? Son los peligrosos enigmas que envuelven en estas horas a la política y las instituciones argentinas. Se tornan más angustiantes cuando detrás de toda la escena se divisa el perfil de la vicepresidenta.

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