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Daniel Innerarity: “En nuestras sociedades ha habido una sublimación de la violencia en odio”

Daniel Innerarity, filósofo político español | Fabián Marelli

La agresión verbal ha perdido efecto por su cantidad, dice el filósofo español; el verdadero peligro, afirma, es que los liberales conservadores no sepan defender su propia identidad ideológica ante la derecha extrema

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La inteligencia artificial y todo el conjunto de tecnologías asociadas a ella tienen una peculiaridad fascinante e inquietante, y es que solo nos obedecen parcialmente. Se parecen mucho a nuestros hijos: podemos hacer algo con ellos, pero si renunciamos a la idea de control absoluto”, dice el filósofo español Daniel Innerarity, en su paso por la Argentina. En 2025 publicará Una teoría crítica de la inteligencia artificial, libro que complementa Una teoría de la democracia compleja y tantos otros textos de Innerarity que parecen estar unidos por un hilo rojo: el intento de comprender las complejidades en todas sus dimensiones.

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Hubiera querido ser pintor, pero su padre, ingeniero aeronáutico, vetó su decisión: no creía que con ese oficio pudiera solventarse. “Cuando le dije que iba a estudiar filosofía, me dijo que con eso tampoco me iba a ganar la vida. Pero ya prohibirme la segunda carrera le pareció muy duro”, recuerda con humor Innerarity, catedrático de Filosofía Política y uno de los 25 grandes pensadores más influyentes del mundo según la revista francesa Le Nouvel Observateur.

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“Las nuevas derechas en el mundo, Milei, Orbán, Trump, tienen una idea de libertad por completo desconectada del porvenir colectivo””

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Para Innerarity, que se haya roto la verticalidad de la relación comunicativa en la que vivíamos por la aparición de las redes es un signo enormemente positivo y democratizador. En este contexto, sostiene que el gran desafío es mantener esa conquista reduciendo al máximo el caos informativo. “Hoy no tenemos un problema de falta de información o de datos; tenemos un problema de desorientación”, explica.

Innerarity no banaliza los discursos de odio que circulan amplificados y viralizados en las redes, pero no coincide con quienes creen que podrían ser el disparador de escaladas de violencia. “Creo que no estamos en la antesala de sociedades violentas, sino en una especie de sublimación de la violencia en el odio. […] Es tan fácil lanzar un improperio en las redes sociales que de alguna manera hemos devaluado su seriedad”, dice el filósofo, que además se desempeña como director del Instituto de Gobernanza Democrática y como profesor en el Instituto Europeo de Florencia, donde es titular de la cátedra Artificial Intelligence&Democracy.

“Hay un atavismo en nuestro modo de entender la IA, y es pensar que, si algo es inteligente, tiene que ser malvado; si alguien es listo, es perverso””

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Entre sus pasiones está el montañismo. Acaba de llegar del Himalaya, tiene una casa en los Pirineos y en la Argentina visitó el Fitz Roy. Planea volver pronto al país para hacer cumbre en el Aconcagua, uno de sus sueños. “Trato de ir solo a los lugares que tienen montañas”, dice risueño Innerarity, que fue invitado a Buenos Aires por la Fundación Medifé y el CCEBA.

Su mirada sobre la inteligencia artificial (IA) no es catastrófica pero tampoco es excesivamente optimista. ¿Qué lo llevó a interesarse en esto?

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–Después de escribir Una teoría de la democracia compleja me di cuenta de que me faltaba otra nueva complejidad que estaba apuntada en mis libros, pero que no había tenido el desarrollo que se merecía, que era la complejidad de nuestra relación con la tecnología. Y esto coincide en el tiempo con el desarrollo espectacular de un tipo particular de tecnología que nos resulta muy prometedor y al mismo tiempo nos plantea muchos problemas, que es la inteligencia artificial o la digitalización. Estamos en un momento de cierta histeria digital, en el cual el campo se divide entre los que esperan demasiado de la IA y los que le tienen demasiado miedo. Y precisamente mi próximo libro aborda nuestra relación con entornos tecnológicos especialmente complicados. La inteligencia artificial y todo el conjunto de tecnologías asociadas a ella tienen una peculiaridad fascinante e inquietante, y es que son tecnologías que solo nos obedecen parcialmente. Se parecen mucho a nuestros hijos: podemos hacer algo con ellos, pero solo si renunciamos a la idea de control absoluto. Mi libro es una reflexión sobre la idea de control. Hay que pensar en una nueva idea de control, pues la que tenemos es una idea totalmente superada.

“Hoy no tenemos un problema de falta de información o de datos; tenemos un problema de desorientación, de caos informativo””

–Para Yuval Noah Harari, a diferencia del telégrafo, la imprenta y otras tecnologías, la IA es la primera tecnología capaz de tomar decisiones por sí misma. Dice que no es una herramienta, sino un agente independiente. ¿Cree, como Harari, que la IA nos va a controlar a nosotros?

–Harari sabe poco del tema. Es un historiador con el que estoy profundamente en desacuerdo en este tema. Hay un atavismo curioso en nuestra manera de entender la tecnología y el mundo en general, que es pensar que, si algo es inteligente, tiene que ser malvado, a diferencia de lo que decían los griegos cuando hablaban del concepto de kalakogathía que era la coherencia entre el bien, la belleza y la verdad. Toda la narrativa que consumimos en las películas y en las novelas se repite: si hay alguien listo está en la cumbre de la inteligencia y es perverso. Y esto nos está pasando con la tecnología. Si es muy inteligente, seguro que se va a volver contra nosotros, nos va a querer corromper y nos va a hacer cosas malas. Y al revés, solemos pensar que si alguien es bueno es porque no es muy listo. Eso es una manera de pensar que nos explica muy poco la realidad.

–La IA tiene ventajas, pero también es muy eficiente a la hora de producir, manipular y hacer circular información falsa. Esto afecta el debate ciudadano, la conversación pública, las campañas políticas y, por tanto, el voto. ¿De qué manera cree que la IA condiciona el funcionamiento de las democracias?

–Una democracia es fundamentalmente un tipo de conversación pública y un modo de tomar decisiones. Las redes sociales, internet, los nuevos espacios comunicativos, el nuevo entorno caótico informativo en el que vivimos, ha tenido de entrada un efecto democratizador porque ha permitido el ejercicio de la expresión a mucha gente que antes no lo tenía o lo tenía muy difícil. Ha roto la verticalidad de la relación comunicativa en la que vivíamos; ha diluido un tanto la separación entre información acreditada y conversación pública. Y esto es enormemente positivo y democratizador, porque antes había ciertos gatekeepers que eran, por ejemplo, los directores de periódicos: cuando uno quería expresar una opinión, había que escribir una carta al director y el director la publicaba si quería o no. Ese tipo de verticalidad entre legos y expertos, entre periodistas y gente que no lo somos pero que podemos intervenir, se ha roto en buena medida. Y esto ha sido muy bueno. El asunto es cómo mantenemos esa conquista sin dar lugar a la otra circunstancia en la que estamos hoy en día, que es el caos informativo. Hoy no tenemos un problema de falta de información o de datos, tenemos un problema de desorientación.

–Chequear información y distinguir los datos falsos de los verdaderos sigue siendo una de las funciones primordiales del periodismo porque una conversación pública atravesada por fake news, mentiras y teorías conspirativas no tiene nada que ver con un debate de calidad, ¿no?

–Así es. Hay dos profesiones que yo defiendo mucho y es políticamente incorrecto hacerlo en estos tiempos, que son los periodistas y los políticos. Son dos profesiones mal entendidas y poco apreciadas en nuestra sociedad. Ambas tienen una cosa en común: tienen que tomar decisiones o estructurar epistémicamente un campo en poco tiempo, con rigor, en comparación con otras profesiones que tienen todo el tiempo del mundo.

–Hay quienes piensan que los discursos de odio, amplificados en las redes sociales, podrían ser la antesala de situaciones violentas, un posible polvorín. Usted no coincide con esa idea. ¿Podría explicarlo?

–Mira, para que nadie se me eche al cuello comenzaré diciendo que los discursos del odio me parecen penosos y detestables, pero al mismo tiempo está ocurriendo algo que podríamos llamar una especie de devaluación del discurso del odio por su mera cantidad. Es decir, es tan fácil lanzar un improperio en las redes sociales que, de alguna manera, hemos devaluado su seriedad. Es tan fácil opinar en este entorno que la opinión se ha convertido en algo, al mismo tiempo, más fácil, más accesible a cualquiera y con menos valor porque está menos calificado. Entonces, con el odio creo que pasa algo parecido a lo que pasa con la opinión.

–¿Qué significa exactamente eso?

–Creo que no estamos en la antesala de sociedades violentas sino en una especie de sublimación de la violencia en el odio. No quiero con esto banalizar el odio, sino insistir en que la violencia ha disminuido en nuestras sociedades, ha ido desapareciendo con el tiempo, aunque no ha desaparecido la relación negativa con los demás. Es cierto, es penoso y estropea muchísimo el espacio público, pero el odio se transformó en un discurso que no tiene consecuencias prácticas directas en términos de aniquilación del adversario. El antisemitismo que hay hoy en día no es mayor que al que ha habido en otros momentos de la historia de Europa. Lo mismo se puede decir del racismo. Sucede hoy que es más fácil que un insulto llegue más lejos. A veces, cuando se habla del final de las democracias se recurre mucho a la República de Weimar, a la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial, y no creo que sea aplicable. Nuestras sociedades son muy distintas de aquellas: son más desarrolladas, mucho más interdependientes, con muchos más vetos, mecanismos de contención y más dificultades para conductas unilaterales de tipo brutal.

–Para usted, la extrema derecha ha entendido muy bien que la política es una cuestión de psicología y no tanto de sociología. Sugiere “entrar en la psicología de los descontentos, que es la verdadera caja negra de la vida política” para intentar comprender algunos procesos actuales. ¿Se cifra ahí el peligro para los consensos democráticos?

–En este punto es importante distinguir entre los partidos clásicos de derecha y los de extrema derecha. Creo que el peligro real es que los liberales conservadores no sean capaces de defender su propia identidad ideológica. En estos momentos se habla mucho de la crisis de la socialdemocracia en el mundo, pero lo que hay es una crisis del pensamiento liberal conservador clásico que no sabe qué hacer con las extremas derechas: si pactar con ellas o seguir apoyándose en los liberales y los socialdemócratas para gobernar. En este entorno tan movedizo y tan acelerado los conservadores tienen un problema: definir bien qué es lo que quieren conservar.

–¿El centro ha desaparecido, se ha achicado, se ha corrido a los márgenes?

–Bueno, ahora la palabra de moda es polarización. Lo digo en una Argentina que también tiene muchas cosas convulsas. Pero me parece que la polarización es más un invento de las élites que se enfrentan como hinchadas; y en las sociedades, en general, hay grandes consensos que todavía no se han roto. La política ahora mismo es muy hiperbólica y hay una dramatización excesiva. En español decimos “postureo”. Ves a dos líderes políticos atacándose en el Parlamento, piensas que se van a matar a la salida y luego te los encuentra tomando un café en el bar. Hay una actuación y una interpretación de la política, lo cual a mí personalmente no me gusta mucho. Creo que a la política hay que tomársela en serio, pero no demasiado en serio. No al pie de la letra. Hay un cuento de Bertolt Brecht en el que se narra que, en una representación teatral, un personaje dice “fuego” y una persona de la platea se levanta para llamar a los bomberos. A veces estamos haciendo eso, estamos entendiendo que la proclamación de fuego forma parte de una lógica representativa.

–La Argentina está atravesando una experiencia política disruptiva y antisistémica, mirada con atención también desde el exterior. ¿Qué observa?

–La Argentina es un país fascinante. Lo quiero más de lo que lo conozco, pero tengo buenos amigos que me cuentan cosas. Me da la impresión de que las nuevas derechas en el mundo, Milei, Orbán, Trump, tienen una idea de libertad completamente desconectada del porvenir colectivo. Hay una especie de atavismo de pensar que todavía la salvación, la resolución de las crisis puede tener lugar en términos estrictamente individuales. Y pienso que lo que nos están diciendo las crisis actuales, desde la crisis climática, las pandemias y hasta las crisis económicas, es que son problemas en los cuales se pone en juego un sentido de pertenencia. Elon Musk hace tiempo dijo que hay gente que tiene diseñada la huida a Marte. Y no hay espacios de huida. Vivimos en un horizonte de destino compartido para muchísimas cosas. Por tanto, creo que la idea republicana de libertad, que es la idea de que uno es libre cuando no hay dominación, es mucho más rica que la idea individualista o liberal de libertad, según la cual es libre aquel que se ha separado del mundo común.

–Usted está diciendo que la idea de libertad que se divulga y populariza es muy pobre y restringida.

–Es una visión muy limitada e incompleta de lo que es la libertad. Me parece que el concepto republicano de libertad es mucho más fecundo y mucho más útil que esa idea meramente individualista. Es verdad que en una de las múltiples facetas la libertad tiene que ver con desapego, desarraigo, separación, protección individual y autonomía de las personas. Pero también es verdad que solo hay libertad si no hay condiciones estructurales que la impiden.

Fabián Marelli
Fabián Marelli

EN EL CRUCE DE LA POLÍTICA Y DE LA CULTURA

PERFIL: Daniel Innerarity

Daniel Innerarity nació en Bilbao, España, en 1959. Es catedrático de filosofía política y social, investigador en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática, en red con pares en todo el mundo.

Es titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Universitario Europeo en Florencia. Y miembro del Consejo Científico del Institut für Sozialforschung (Instituto de Investigación Social), cuna de la Escuela de Fráncfort.

Es colaborador habitual de opinión en El País y El Correo/Diario Vasco y La Vanguardia, así como de la revista Claves de la razón práctica.

Su pensamiento circula en pequeños libros con grandes ideas sobre la actualidad como La política en tiempos de indignación (2015), Política para perplejos (2018), Una teoría de la democracia compleja (2019), Pandemocracia (2020) y La sociedad del desconocimiento (2022).

En La libertad democrática (2023), su último libro, reflexiona sobre la resignificación de valores de izquierda y de derecha. Prepara la publicación del libro Una teoría crítica de la inteligencia artificial.

Es un montañista experto que ascendió a más de 6000 metros de altura y a la mayoría de los picos de los Alpes de más de 4000 metros.

Fuente: LANACION

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