
Fueron postales de una sociedad anómica, sin ley ni orden. Nadie estuvo en su lugar. Nadie hizo las cosas como deben hacerse. Una protesta de jubilados fue siempre una protesta pacífica. ¿Quién vio a un jubilado tirar piedras o incendiar autos? Pero en la tarde del miércoles último, ingrato y sorpresivo, se les unieron a los jubilados una mezcla de barrabravas y de otros delincuentes, según una denuncia pública del gobierno de la Capital. Dijo, por ejemplo, que más de la mitad de los manifestantes eran personas con antecedentes penales por violación de la ley de drogas, atentado y resistencia a la autoridad, daños, robos, arrebato, hurto y lesiones. El Estado debe reaccionar ante ese grado de violencia en el espacio público, que incluyó la destrucción de bienes también públicos. Las imágenes en tiempo real de la televisión dejaron el registro de tanto vandalismo que provocaron la náusea de la pacífica mayoría social. Ningún Estado razonable acepta sin responder semejante desafío al monopolio estatal de la fuerza. El problema en la Argentina es que esa respuesta pasa de la insoportable parálisis en tiempos kirchneristas a una represión excesiva, que dejó heridos en muy mal estado, sobre todo uno de ellos, el fotógrafo Pablo Grillo, con pérdida de masa encefálica. Las fuerzas de seguridad de los países civilizados saben reprimir las protestas violentas sin dejar un tendal de víctimas. Es probable, además, que el peronismo se haya puesto el traje de fajina para un combate frontal contra el gobierno de Javier Milei. ¿Es el reloj de arena que se dio vuelta, según la destituyente metáfora de Cristina Kirchner? Puede ser. El peronismo en general, y el kirchnerismo en particular, suele transitar el desierto político que le tocó tras una derrota con el alegórico helicóptero en el hombro. Los barrabravas fueron siempre funcionales al kirchnerismo, a los sindicatos y hasta al narcotráfico. En ese lodo chapotean algunos políticos. No es descabellado suponer que hayan sido promotores de los desmanes los intendentes peronistas de La Matanza, Fernando Espinoza, y de Lomas de Zamora, Federico Otermin; la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, los acusó a los dos de financiar y de proteger en sus territorios la concentración previa de los violentos manifestantes. Horas después, la CGT convocó a un paro general, supuestamente para el próximo 10 de abril, para protestar porque el Gobierno reprimió la violencia de los barrabravas y de los otros delincuentes. El compromiso de la CGT con el peronismo es histórico y definitivo, aunque a veces lo nieguen. ¿Cuándo le hicieron una huelga a Alberto Fernández, que tuvo los índices de inflación más altos de los últimos años y fue, por lo tanto, el que más depreció el salario de los trabajadores? “Un gobierno peronista no toma decisiones contra los laburantes”, justificó tal pacifismo el dirigente del sindicato mecánico Mario Manrique. ¿No resolver la inflación no es también una decisión? Sí, aunque la decisión signifique la indecisión. La protesta de los jubilados, que nunca hubiera sido violenta sin la compañía del salvajismo, tiene sus razones. Las jubilaciones fueron la variable de todos los ajustes durante los gobiernos de los últimos años. Entre enero de 2020 y diciembre de 2023, el período en que gobernó Alberto Fernández, los jubilados perdieron su capacidad de compra entre el 30 y el 46 por ciento, según los salarios. Además de agregarle a la Anses más de tres millones de jubilados sin los aportes necesarios, Cristina Kirchner se pasó sus dos mandatos presidenciales incumpliendo las resoluciones de la Corte Suprema de Justicia que le ordenaba implementar una nueva y mejor fórmula de aumentos para las jubilaciones. Ni siquiera convirtió en ley esa jurisprudencia de la Corte, que es lo que hubiera hecho cualquier otro gobierno. Cada jubilado debía, por lo tanto, iniciar su propio juicio. Los tribunales llegaron a promover, con razón, el espectáculo grotesco de cerrar por algunos días los viejos edificios de la justicia previsional para liberarlos de expedientes. Corrían el riesgo de derrumbarse por tanta carga de papeles. Es una deuda de la que algún día deberá hacerse cargo algún gobierno.
Ese mismo miércoles de furia y fuego sucedieron otras escenas de violencia, pero dentro de la Cámara de Diputados. El pugilato entre legisladores y la actitudes violentas entre diputadas involucraron solo a parlamentarios del oficialismo o a aliados a él. No fue como aquel diciembre de 2017, cuando Mauricio Macri era presidente, y el bloque kirchnerista de diputados intentó hacer un violento golpe contra el entonces presidente del cuerpo, Emilio Monzó. En aquel día hubo también violencia fuera y dentro del recinto de Diputados; dentro del palacio parlamentario, la excitación y la saña fueron lideradas por Leopoldo Moreau. Cuándo no. El miércoles último ocurrieron, en cambio, hechos lamentables dentro del propio mileísmo y promovidos por filias y fobias entre los seguidores del Presidente. ¿Por qué? La escasez de dirigencia de nivel con la que Milei llegó al poder dejó en el Congreso a personas surgidas de la marginalidad intelectual y política, una mezcla de aventureros y de comerciantes de la política. Sucede en todas partes: los outsiders llegan al poder con lo que pueden, no con lo que deben. No es una justificación; es solo una explicación posible.
Parte de la Justicia sigue en manos del kirchnerismo. ¿Cómo analizar, si no, la actitud de la jueza en lo penal y contravencional de la Capital Karina Andrade, quien liberó en el acto a los violentos manifestantes? Andrade, que fue denunciada por abuso de poder contra el personal de su juzgado, argumentó que la Constitución garantiza el derecho a la protesta y a la expresión. La jueza leyó la Constitución con los lentes que le prestó Eugenio Zaffaroni o el miércoles vivió en un país que no es este. Existe, cómo no, la garantía constitucional para la libertad de expresión y el derecho a la protesta, pero no para depredar el espacio público, ni para incendiar vehículos del Estado, ni para herir a policías o gendarmes. Todo tiene que ver con todo, repite la lideresa del kirchnerismo. A veces, el aforismo se vuelve contra ella. La jueza Andrade llegó a su cargo actual de la mano de funcionarios camporistas en tiempos de Alberto Fernández. A su vez, la facción política de Cristina Kirchner tiene una relación muy vieja con los barrabravas. El puntero kirchnerista Marcelo Mallo creó en pleno gobierno de Cristina Kirchner la agrupación Hinchadas Argentinas Unidas, que nucleaba a once dirigentes de los grupos más violentos que viven a la sombra de los clubes de fútbol. El kirchnerismo no tiene manera de esconder su vieja complicidad con los barrabravas.
El paisaje de ruina y desolación del miércoles en la Plaza del Congreso les dejó también una advertencia a los dirigentes políticos sensatos sobre las próximas elecciones. “Si el peronismo va unido y el resto somos setenta ofertas distintas, Cristina podría ganar hasta en la Capital”, dramatizó un radical que conserva una buena relación con Pro y con el peronismo de Miguel Angel Pichetto, que no es, desde ya, el peronismo conducido por la viuda de Kirchner. Jorge Macri decidió adelantar las elecciones porteñas, pero se trata solo de las elecciones de legisladores locales. Se harán el 18 de mayo; dentro de tres días vencerá el plazo para inscribir alianzas para esos comicios. Junto con los otros distritos, la ciudad de Buenos Aires elegirá en octubre los senadores y los diputados nacionales. El primer desafío del gobernante Pro en la Capital será, entonces, en mayo. Será también un pronóstico del futuro. Karina Milei, que no los quiere a los Macri, está detrás de una lista en soledad de la oficialista La Libertad Avanza; su principal dirigente en el distrito federal es Pilar Ramírez, a quien la hermanísima usa para sabotear desde la Legislatura a Jorge Macri. Ramírez fue una destacada funcionaria de La Cámpora en Aerolíneas Argentinas, que Mauricio Macri echó cuando llegó a la presidencia. Tal vez su bronca contra los Macri viene de viejas camorras que Karina Milei utiliza para su estrategia electoral. Hasta Horacio Rodríguez Larreta deslizó que podría ser candidato a legislador local por su propio partido; cualquier cantidad de votos que él saque serán perjudiciales para Pro, donde militó desde la creación de ese partido político. Cuidado: el kirchnerista Leandro Santoro, que no es un camporista arrogante, está muy cerca en las encuestas. Según aceptan dirigente del propio Pro, Santoro ya cuenta con el 27 por ciento de intención de votos. Al frente de él, lo que fue Juntos por el Cambio ya no existe; Rodríguez Larreta podría dividir a Pro; el radicalismo se hunde en la inexistencia, y la Coalición Cívica anunció que se presentará sin alianzas. No serán setenta, pero son muchos para enfrentar a un solo peronismo.
El kirchnerismo no tiene manera de esconder su vieja complicidad con los barrabravas
Ni Karina Milei ni Pilar Ramírez están solas. La más pendenciera contra los Macri suele ser la ministra Bullrich, que olvidó rápidamente que gracias a uno de ellos (“Macri, Mauricio”, como ella lo llama) llegó a una cima que no imaginaba en la vida pública. ¿O Patricia Bullrich conjeturó alguna vez que podría estar cerca de la presidencia de la Nación? Antes, había hecho lo mismo con Elisa Carrió, quien la llevó a la Cámara de Diputados, y nunca se la escuchó hablar de Fernando de la Rúa luego de la caída de este; De la Rúa la convirtió en ministra por primera vez en su vida. Bullrich es una eficiente ministra de Seguridad (“A veces, no mira dónde están los límites”, moderan algunos funcionarios del propio Gobierno), pero ahora aspira a ser jefa de Gabinete o candidata a vicepresidenta de Milei en 2027. Es probable que Karina Milei la use para desgajar a los Macri en las elecciones de octubre como candidata a senadora nacional.
Milei, Javier, para remedar el estilo de Bullrich, supone que en la Capital no debería haber una alianza de su partido, La Libertad Avanza, con Pro. No lo quiere a Jorge Macri. Pero, al contrario, está interesado en una coalición electoral con el partido que fundó Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires. Aspira a terminar con el liderazgo de Cristina Kirchner y de Axel Kicillof en el feudo más importante del kirchnerismo. Sabe que un triunfo del kirchnerismo en la provincia sería un pésimo mensaje a los mercados de aquí y del exterior. También una victoria peronista en la Capital, aunque no lo reconozca. Una pregunta es pertinente: ¿podría haber un Pro opositor en el distrito porteño y, al mismo tiempo, oficialista en la provincia de Buenos Aires? Difícil. La frontera entre la Capital y el conurbano es un capricho de la cartografía muy lejano de la gente común. Aunque los oficialistas no creen en los medios periodísticos tradicionales, lo cierto es que los capitalinos y los que viven en el conurbano bonaerense consumen la misma información y los mismos medios. ¿Patricia Bullrich seguirá desenfrenada contra los Macri, mientras el macrista Diego Santilli intentará defender a Milei en el arisco conurbano? La gente común prefiere más claridad cuando entra a un cuarto oscuro para votar.
El Presidente no acepta tampoco que la forma y el fondo son indivisibles. Según las reglas de la democracia, las formas son el fondo. Javier Cercas escribió que una buena causa defendida con malas formas puede convertirse en una mala causa. La pacificación del país debería comenzar por la palabra presidencial. Un sector social se acostumbró a que el Presidente haya convertido el agravio y la calumnia en una adicción personal. Hasta lo observa con cierta simpatía. Pero la violencia de los actos es solo la instancia final de las palabras violentas.