Unas pocas palabras del presidente de Toyota, Daniel Herrero, bastaron para correr el telón y dejar al descubierto a la Argentina desvencijada. A la que muchos desde la política dicen ver, pero por la que poco o nada han hecho en las últimas décadas. Es la Argentina en la que el 50% de los chicos no terminan la escuela secundaria y muchos de los que lo logran carecen de las herramientas para insertarse en el mercado laboral.
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En realidad, el titular de esta empresa no hizo más que describir lo que otros empresarios registran desde hace años, la imposibilidad de encontrar potenciales trabajadores con secundario completo y habilidades básicas. Detrás de ese síntoma se esconde la tragedia de un país dual y fracturado y con chicos en edad escolar que deambulan empujando carros con cartones para poder comer.
La catástrofe educativa que hoy parece sorprender es la resultante de años de agonía, de destrucción de una matriz económica y social a la que se ha buscado mitigar con parches circunstanciales. La educación pública, pilar sobre el que se fundó la Argentina moderna, se fue desmoronando, salió de las prioridades más allá de los discursos y promesas y continuó su deslizamiento en un segundo plano.
Naturalizamos esa decadencia. Cada tanto, cuando se conocen los resultados de las evaluaciones de conocimiento, atacadas desde el kirchnerismo y los gremios docentes alineados con el oficialismo, emergen las preocupaciones, se instala el debate público, pero al poco tiempo es tapado por otras “urgencias”. La realidad es que la sorpresa por lo de Toyota es que sorprenda.
Los números de la educación argentina son dramáticos. De cada 100 alumnos que comienzan la educación secundaria solo 50 terminan. El abandono es por goteo. El 35% se cae entre el primer y el tercer año, y en los años siguientes lo hace el resto hasta alcanzar el 50% de deserción. Los chicos se van con el argumento de que tienen que buscar un trabajo, algo que ayude a llevar plata a la casa.
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Pero están condenados a empleos de mala calidad o temporarios. Son las madres las que luchan para que sus hijos no abandonen y vuelvan, porque saben que si se caen del sistema no regresarán más a la escuela. Pero es una batalla desigual en la que muchas están siendo derrotadas. Con los años y las crisis económicas se fue descomponiendo la promesa de futuro que representaba la escuela.
En el horizonte de muchos adolescentes, en particular de las zonas pauperizadas de los cordones suburbanos de las grandes ciudades, como el Gran Buenos Aires, la educación dejó de ser el camino hacia un futuro mejor y empleo seguro. Así, el compromiso de la familia con la educación fue cayendo, al mismo tiempo que retrocedía el compromiso del Estado. El presidente de Toyota planteó que no podía encontrar 200 jóvenes con título secundario para cubrir vacantes.
Podría haber dicho 100 o más. Las empresas que ofrecen primeros empleos han ido ocupando a la gran mayoría de los chicos que completaron el ciclo de formación básica en la zona donde están las plantas industriales. Y los que se ofrecen ante una nueva búsqueda son los del universo del 50% que desertaron. El escenario es grave y tendrá peores consecuencias si no se interviene rápido. La campaña electoral es una gran oportunidad para discutir cómo se sale de este pozo.