Ya no se trata de la semana que se fue para ya no volver. Este año que termina debía ser el final de la pandemia. Fue, en cambio, su prolongación, y la apertura de un nuevo tiempo de convivencia con el virus. Si 2020 fue sorpresivo, este no le fue en zaga, con esta deriva hacia adelante en que el mundo científico corre detrás de las mutaciones, los laboratorios hacen el negocio de la historia y los gobiernos viven la zozobra de una tensión entre lo sanitario y lo económico.
En ese marco, este 2021 que se esfumó el pasado viernes expuso en toda su dimensión al que fue el peor gobierno de la historia. Y ese “honor” le tocó al peronismo en su versión kirchnerista, de la cual parece un secuestrado que sufre del síndrome de Estocolmo. Y es que mientras el PJ siga siendo rehén del kirchnerismo y no haga nada para librarse de él, su decadencia será inevitable y, por ende, arrastrará a toda la argentina al abismo.
En la Argentina se han transformado en una constante las deudas pendientes. Los objetivos no alcanzados, las promesas incumplidas, las expectativas no satisfechas y un país que no funciona son parte del paisaje cada vez que nos aproximamos a culminar un nuevo año. Los números hablan por sí solos y son realmente alarmantes al tiempo que sirven para dar cuenta del lamentable saldo del gobierno en este 2021. ¿Cómo empezó el 2021?
Cuando brindamos a las 0 horas del 1º de enero. La frase fue: “Nada puede salir peor que en 2020″. Sin embargo, así fue. Objetivamente. En 2020 se murieron 43.000 argentinos por COVID, y en 2021 se murieron 74.000. El 2020 cerró con 7.000 contagios por día, y el 2021 cierra con 40.000 contagios por día. En 2020 hubo 36% de inflación, y el 2021 cierra con 50 puntos de inflación. En 2020, el dólar libre llegó a $166, y el 2021 cierra con la cotización prendida fuego, a $210.
Y no conformes con eso nos enteramos que mientras el Presidente nos insultaba; nos amenazaba; nos gritaba; nos multaba y nos trataba de idiotas, tenía su propia cuarentena vip. La señora Fabiola Yáñez contó con 61 servicios de peluquería; 11 servicios de estilista; 26 servicios de fitness y coaching; y 43 servicios de estética corporal y facial. Y además pudo festejar su cumpleaños con sus amigas Sofía, Florencia, Rocío y Stefanía.
Este año murieron muchos argentinos que no se tenían que morir. Hubo en nuestro país muchas muertes que no tenían que pasar. Hubo en nuestro país muchas muertes que se podían y tenían que evitar. Pero primó la irresponsabilidad, el capricho, la negligencia y la ideología. Eso le pasó a muchas familias argentinas. La sensación de que una manga de irresponsables les arruinó la vida porque priorizaron la ideología. Porque era más importante quedar bien con Putin.
Porque era más importante no ceder con Pfizer, porque hay un pibe que se cree el “Che Guevara” por no comprar vacunas a un laboratorio americano. Muchos se quedaron sin papá, sin abuelo, sin abuela, sin un primo, sin una prima, sin un tío, sin una tía, o sin un hermano porque Máximo Kirchner y su madre tenían ganas de jugar a la revolución cubana en pleno siglo 21. Y entonces disfrazaron ese crimen ideológico con una épica absolutamente berreta.
Los 20.000.000 de argentinos debajo de la línea de pobreza, el 65% de pobreza infantil, la desocupación disfrazada de mayor empleo público y menor calidad de empleo, el 50% de inflación anual y una buena parte de la dirigencia política que no está conectada con la realidad son parte de la foto perfecta que describe la triste realidad con la que convive la Argentina. Muchas veces lo más relevante no es el presente sino lo que el futuro tiene deparado para nosotros.
Ahí juegan las expectativas, cada año, entre promesas y demagogia de alguna u otra manera renovamos las esperanzas e intentamos convencernos de que algo distinto puede venir el día de mañana. Lo cierto es que la fuerza con la que la esperanza nos invade cada año fue desvaneciéndose con el paso del tiempo y esa renovación de fe en lo que viene va quedando extinta.
La sociedad tiene múltiples reclamos que poco a poco se van transformando en históricos, la inflación, ese flagelo que nos afecta a todos pero por sobre todo a los que menos tienen, convive con nosotros hace prácticamente 19 años. Un problema que el mundo ha resuelto hace medio siglo, aquí se sigue discutiendo tomando medidas que solo degradan más la situación: emisión monetaria descontrolada, congelamiento de precios y hostigamiento a empresarios.
Otro de los reclamos sociales son los impuestos. A pesar del agobio del sector privado y con una economía cada vez más marginal, la política no entiende razones. En 24 meses han incrementado o agregado nuevos impuestos cada 22 días hábiles, todo un récord histórico. Más de 180 impuestos, amenazas de gravar hasta las herencias y una burocracia ridícula se transforman en una economía absolutamente frenada y sin perspectivas hacia adelante.
En ese marco, el gobierno nacional se niega sistemáticamente a responder a este reclamo de la gente. La brutal presión impositiva significa más actividades al margen de la ley, menos inversión, menos empleo y por sobre todo, menos libertades. La idea de la política de que siempre hay un puñado de contribuyentes a quienes se les puede sacar más dinero nos está empobreciendo día a día, sin respiro ni pausa.
La otra cara de la moneda impositiva son los gastos del Estado. La baja del despilfarro público es otra deuda que aún resta por saldar. Parece que tampoco han entendido esto: en la provincia de Buenos Aires aprobaron la creación de más de 25.000 cargos públicos, han gastado 4.500.000 en “fresbees” para regalar a quienes tengan la suerte de poder visitar la Costa Atlántica y los presupuestos han aumentado sus gastos en relación al año anterior.
La creación de empleo debe ser hoy la principal preocupación de los funcionarios y otra de las necesidades que pone sobre la mesa la sociedad. La Argentina hace 15 años que no crea empresas y 11 que no crea empleo genuino. Miles de argentinos emigran en busca de un futuro mejor y los salarios de los que tienen la suerte de tener empleo son cada vez más miserables. Pero nadie hace nada.
El Presidente transmite que el futuro depende de la casualidad y los legisladores viajan por Disney y las Islas Maldivas disfrutando de los placeres de la vida. La Argentina no da más y nuestros gobernantes no están tomando nota. La distancia entre ellos y la realidad es cada vez más grande y la deuda con la sociedad se está tornando impagable. La política está en default, aunque esta vez los acreedores somos cada uno de los argentinos.
La frase del año, sin lugar a dudas, la dijo Esteban Bullrich: “No hay hombres imprescindibles, hay actitudes imprescindibles”. Deberían escucharlo en el oficialismo, pero también en la oposición. Los intendentes eternos, los diputados que viajan a Disney, los que no pueden vivir sin un cargo, los caudillos que inauguran estadios europeos con viviendas africanas.
Y sobre todo, debería escucharlo Cristina Kirchner, la que compra en Rapanuí, la que se cree Mandela, la que se cree Merkel, la que se cree inocente, la que se cree honesta, la que se cree líder, la que hizo tanto daño. Ninguno de estos personajes es imprescindible. Nadie es tan importante. Dejen de pensar que son eternos, que son sabios, que son omni-presentes, que son omni-potentes, que son omni-scientes.
A este país no lo salva ninguno de ellos. A este país lo va a salvar la sociedad argentina el día que deje de votar ladrones: ladrones de vacunas; ladrones de dinero; ladrones de rutas; ladrones de yates; ladrones de estancias; ladrones de imprentas; ladrones de esperanzas.
Argentina está cada vez más cerca de una revolución moral. Una revolución de la mayoría silenciosa. Ese día está llegando y ellos lo saben ya que quedó muy claro en este 2021 que ya se fue para siempre.