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El acuerdo “menos malo”, un país que nunca podrá superarse

Patea los problemas para adelante y estira el calvario, sin terminar de arreglar la economía. Una Argentina sin futuro

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La semana que se fue, terminó con un viernes en el que después de dos años de negociaciones, la Argentina y el FMI presentaron el perfil de un acuerdo con el que todos pierden. La gente, los inversores que apostaron por el país, el Gobierno y también el Fondo. Es el resultado de las concesiones para llegar al único acuerdo factible, el “menos malo”, que patea los problemas para adelante y estira el calvario, sin terminar de arreglar la economía.

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La virtud es evitar una catástrofe mayor. El Gobierno y el Fondo entraron a esta negociación con amplias diferencias, pero con un mensaje similar: buscar “el mejor acuerdo posible”, en las palabras del presidente Alberto Fernández, un plan “sólido y creíble”, insistió el Fondo hasta el hartazgo. Al final, la negociación no tuvo más remedio que someterse a un baño de realismo. “Se llegó al mejor acuerdo que se podía lograr”, reconoció Martín Guzmán.

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Martín Guzmán

Casi tres años después del fracaso del plan económico de Mauricio Macri, el Fondo Monetario y la Argentina insisten con la misma estrategia, el “gradualismo”, pero ahora con una supuesta convicción de que un ajuste fiscal más ameno y prolongado, y la puesta en escena de un respaldo político en el Congreso, un espejismo que aún debe forjarse, pueden llevar a un desenlace diferente.

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Lo que vendrá es un plan “light” para ir tirando, para salir del paso, o lo que en Estados Unidos llaman “muddle through”, algo así como “atravesar el barro”. No es una receta para el éxito. Desde 1958, la Argentina ha firmado 21 acuerdos con el Fondo. Como si fueran un matrimonio disfuncional que vuelve a tener otra pelea calcada a las anteriores, el Fondo y la Argentina siguen tejiendo acuerdos, pero los problemas perduran.

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Cambian los gobiernos, los actores, las circunstancias, el mundo tira una pandemia sobre la mesa, pero la historia del Fondo y la Argentina sigue igual, inmutable. La posibilidad de que el próximo programa, el vigésimo segundo, resuelva los problemas que arrastra el país desde hace décadas sin un plan de fondo aparece como una utopía ya desde antes de su firma, una ilusión más acorde con las Crónicas de Narnia que con la realidad.

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Guzmán apuntó a una continuidad en la política económica con retoques, resta ver cuándo y cómo se desarmarán los múltiples “cepos”, y no a reformas que cambien el rumbo. No se sabe tampoco qué haría la oposición. Con un elenco nuevo y una dosis de pragmatismo, el Fondo entró en esta negociación con la expectativa de llegar a un programa robusto que sepultara el fiasco del fracaso del acuerdo con Macri.

A quien el Fondo le dio el préstamo más grande de su historia y dos años después defenestró su estrategia económica al tildarla de “demasiado débil”. Al final, el Fondo –Georgieva, el staff, el G-7– aceptó pagar el costo de un plan que parece lejos de lo que en el organismo consideran óptimo. Todo, con tal de evitar un problema mayor. La misión del Fondo es rescatar países, no enviarlos a un default.

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Pero, ¿Qué le dirá el Fondo a las naciones que quieran las mismas condiciones que la Argentina? Alberto Fernández se ocupó de vender el acuerdo con un anuncio triunfalista. Dijo, falsamente, que el acuerdo “no nos condiciona” y “no nos impone llegar al déficit cero”. El Fondo siempre impone condiciones y siempre pide superávit fiscal. De hecho, Gita Gopinath, número dos del FMI, dijo después en Twitter que el acuerdo contempla déficit cero en 2025.

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En cadena nacional, el Presidente anunció un acuerdo con el FMI.

La Casa Rosada terminará pagando el daño político de otro ajuste prolongado, igual que Macri. Aunque sea más tenue y el Gobierno intente ocultarlo y jamás hable de ajuste, la gente igual lo sentirá. El Frente de Todos se lleva de la negociación un sendero fiscal más amable, pero deja varios reclamos políticos en el camino: no consiguió el plazo de 20 años que reclamaba el cristinismo para pagar la deuda.

Además, no consiguió que se eliminara la sobretasa, un pedido que zozobró tras una cruzada diplomática infructuosa, y tampoco consiguió imponer el plan original de Guzmán, que quería llegar al equilibrio fiscal en 2027. El kirchnerismo de paladar negro se distanció del acuerdo, pero igual ahora deberá convivir con una realidad, con la firma, reconoce la legitimidad de la deuda de Macri, que siempre tildó de ilegal y política.

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Cristina Kirchner. Foto Juano Tesone

El anuncio llevó algo de alivio a los mercados luego de la tensión de los últimos días. Bajó el dólar paralelo, subieron las acciones, mejoraron los bonos y cayó el riesgo país. Pero pareció ser la consecuencia de que la Argentina se alejó del precipicio, más que un quiebre a una mejora perdurable, que difícilmente llegue si, tal como ocurrió con el plan de Macri, el futuro acuerdo fracasa en regenerar la confianza en la Argentina.

La credibilidad del acuerdo ya estaba fuertemente cuestionada. El apremio del Gobierno y la falta de detalles de los anuncios, tanto en Washington como en Buenos Aires, estiraron dudas y aumentaron esa deuda. Es un pecado original. No se sabe cómo se financiará el déficit, o cómo acumulará reservas el Banco Central. En Wall Street pocos creen que la Argentina cumplirá lo que firme.

Y especulan con que el Gobierno irá más pronto que tarde a pedirle al board del Fondo un waiver. Ningún plan económico funciona sin credibilidad, pero el Fondo y la Argentina firmaron lo que pudieron después de discusiones “constructivas” y “productivas” que se encaminan a un programa débil, y que deja la deuda y los desequilibrios al próximo gobierno. Alberto Fernández repite la historia de Mauricio Macri.

La inquietud lógica, ahora, es qué dirá el Fondo sobre este acuerdo cuando se negocie el próximo. Jugar al límite, esa parece ser la manera de gobernar del Presidente Alberto Fernández. Luego de más de dos años de gobierno ya poco importa realmente la ineptitud que parece reinar en las decisiones se da por mera improvisación, por desidia, por incompetencia, por internas dentro del propio oficialismo o por disputas de poder que uno lejos está de comprender.

A esta altura lo único verdaderamente relevante es el resultado de semejante desmán. Es decir, la inflación en niveles cada vez más insoportables, pobreza y miseria más allá de cualquier rincón, inseguridad que transforman las calles en invivibles y una distancia cada vez más grande que nos separa del mundo normal. Un Banco Central absolutamente quebrado y sin reservas navega entre medio de un plan económico que jamás llegó.

Un oficialismo que se disputa entre el default y una pisca de cordura, mientras la desconfianza y el descrédito en el gobierno pulverizan cualquier posible intento de reacción ante tanta oscuridad. A pesar de no estar dadas las condiciones para la permanente ambivalencia que reina en las decisiones del Presidente de la Nación y en la de su séquito de colaboradores, estos siniestros desaciertos se transformaron en parte del paisaje.

Ya poco importa realmente la ineptitud que parece reinar en las decisiones se da por mera improvisación, por desidia, por incompetencia, por internas dentro del propio oficialismo o por disputas de poder que uno lejos está de comprender. Los mercados ya no solo no confían en la Argentina, sino que tampoco quieren hacerlo. No les interesa escucharnos y se expresan hundiendo todos los indicadores.

El riesgo país que no para de crecer, el dólar en valores records y un default que parece acercarse más rápido de lo que se creía. La degradación es total, mientras 19 millones de personas se condenan definitivamente a la pobreza, quién hoy nace pobre en la Argentina, probablemente muera bajo esa misma condición. Resulta increíble que se piense desde algún sector del irracionalismo gobernante que el FMI “arrasa nuestros derechos humanos”.

Sin embargo, el daño que se le ha hecho hasta acá al país es inconmensurable. Tanta es la negligencia, la desidia o el componente ideológico que prima la destrucción por sobre las medidas civilizadas, que la deuda que este año vence con el FMI se conoce desde antes del 10 de diciembre de 2019, día en que Alberto Fernández tomó el timón de la Argentina. Luego de dos años, es increíble que aún no se conozcan avances en la negociación.

Si no entienden que Argentina camina por la cornisa en un estado de profunda ebriedad, la condena que recibiremos será la de transformarnos en un país que jamás quisimos ser pero que un puñado de imberbes va a terminar logrando abrazar. De suceder, de la semana que se fue para no regresar, simplemente quedará no olvidar jamás quiénes fueron los responsables del quiebre definitivo de una Argentina que no pudo ser.

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