En el marco de lo que fue una verdadera jornada histórica, el clan Yapura Astorga fue condenado por haber incurrido en actos de corrupción. Cabe señalar que se trata de un hecho inédito en la historia de Tucumán ya que en la última década nunca tuvo lugar un juicio como el que culminó ayer con el ex intendente de Tafí del Valle embarrado para siempre en el lodo de la corrupción y el enriquecimiento ilícito, un fango en el que está su familia e incluso su ex gabinete.
De esta manera, Jorge Yapura Astorga fue condenado ayer miércoles a la pena de cinco años y tres meses de prisión efectiva por los delitos de Negociaciones incompatibles con la Función pública (en interés propio), Administración Fraudulenta por fraude a la Administración pública e incumplimiento de los deberes de funcionario público todo ello en concurso ideal, y autor del delito de Enriquecimiento ilícito en concurso real, en perjuicio de la administración pública.
Además de Yapura Astorga, su ex concubina, Nerina Julieta Mustafá, fue condenada a cuatro años de prisión efectiva, y su hijo, Jorge Eduardo Yapura Astorga, recibió una pena de tres años. El juicio llega tras 10 años de investigación y, aunque existen numerosas denuncias por corrupción en la región, pocos casos han llegado a instancia judicial.
Esto resalta la importancia de que finalmente se haya hecho justicia considerando que la causa se inició tras la denuncia de Sebastián Luna y Daniel Arnedo, quienes afirmaron que Yapura Astorga, durante los años de su primera gestión al frente del municipio, entre 2011 y 2015, hizo compras en forma directa en el comercio Floppy III, propiedad de su entonces pareja Nerina Mustafá y que su patrimonio registró un enriquecimiento injustificado de $3,1 millones.
Lo cierto es que se trata ya no sólo de un hecho periodístico, considerando que Tucumán Despierta fue el único medio que brindó cobertura a este juicio histórico desde el inicio. De esta manera, la sociedad puede comenzar a ver un giro en la Justicia, la cual envió un fuerte mensaje a aquellos funcionarios que delinquen.
En esa línea, bien podría decirse que empezará una nueva era de tolerancia cero a la corrupción en la provincia. Recordamos la palabra del gobernador Osvaldo Jaldo al momento de asumir este año, cuando aseguró que todo aquél que cometiera un acto de corrupción iba a ir preso. Es por ello que la condena a Yapura Astorga y compañía sienta un precedente, es decir, genera un antes y un después para la corrupción.
Al respecto, cabe señalar que la resolución del juicio debería significar una elección para toda la dirigencia y un claro llamado de atención acerca de que van a tener que pagar con cárcel todos aquellos que delinquen desde la función pública. Los tucumanos esperaban poder volver a confiar en la justicia con un fallo ejemplificador, el cual tuvo lugar en lo que hace al matrimonia Yapura Astorga y su hijo, pero que dejó sabor a poco en lo que hace al resto de los condenados.
De todas maneras, ayer miércoles quedará grabado a fuego en la historia de nuestra provincia debido a que ya era momento de decirle basta a la corrupción y a la impunidad en Tucumán. Lo cierto es que se trata de un verdadero parteaguas de aquí en más, es decir, un momento en el cual tuvo lugar un hecho decisivo que marcará la diferencia entre un Estado previo y otro siguiente.
Al menos, eso es lo que esperaba la sociedad en su conjunto en lo que hace al histórico juicio llevado a cabo en contra del ex intendente de Tafí del Valle que junto a su clan debían pagar por la corrupción estructural que se le endilgaba y que quedó demostrado hasta el hartazgo que fue de tal envergadura que ni con las artimañas dilatorias propias de los abogados defensores consiguieron salirse con la suya.
Al respecto, en los pasillos de tribunales se olfateaban nuevos aires, venturosos como los que traen la buena nueva, como si a tono con la primavera se respirara un florecido recambio en la lógica de la justicia para que, de una vez por todas, se terminara enterrando para siempre la corrupción y su hermana gemela, la impunidad, con la que muchos se han manejado como si de una broma macabra se tratase, en especial, el clan Yapura Astorga.
Durante el juicio, los fiscales afirmaron que el enriquecimiento ilícito estaba probado. “Estos delitos afectan la confianza pública en la administración de una ciudad reconocida internacionalmente. No había necesidad de delinquir”, enfatizaron sobre las acciones de Yapura Astorga. “Este fallo marca un precedente importante en la lucha contra la corrupción en la gestión pública”, concluyeron los fiscales.
Por fin quedó claro que los fondos públicos son el dinero que aporta cada uno de los ciudadanos al Estado para que se resuelvan las necesidades que tenemos. Pero que, tal y como quedó demostrado en el juicio, el uso espurio del mismo por parte del clan Yapura Astorga obedeció a su sed de poder que evidentemente no pudo saciar ni siquiera con los actos de corrupción que se le endilgaban y que cayeron con todo el peso de la ley sobre él y los suyos.
No en vano, y perdido por perdido, a la salida del tribunal, Yapura Astorga defendió su accionar al hablar con la prensa. Cuando se le preguntó si ‘estuvo bien comprar en el negocio de su mujer’, respondió: “¿Por qué no? Si la ordenanza me autorizaba. No hay nada ilegal. Además, acá figura como si fuera que se compraba. ¿Qué se compraba? Cosas mínimas. Lo grueso se compró en otro lado”.
¿Con lo grueso se refería a la investigación de nuestro medio publicada el 27 de octubre pasado cuando hicimos públicas las compras por más de 700 millones de pesos en vehículos por parte del ex intendente y su mujer, más conocidos como los condenados? Mal que le pese, la Justicia obró como corresponde al entender que él y su ex concubina formaban una sociedad matrimonial y, por lo tanto, se ubicaban a ambos lados del mostrador.
Lo cual les posibilitó saquear con pelos y señales los bolsillos de los tafinistos con la famosa excusa del “roban, pero hacen”, lamentable eslogan que los Yapura Astorga supieron explotar bajo la sombra de la impunidad que los protegía de la luz de la Justicia, la cual finalmente les llegó y terminó por consumirlos para dejar en evidencia que, tarde o temprano, se cumple aquello de que “no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”.