Con pena y sin gloria. Así finalizó el año menos productivo del Congreso en la última década. Ni aun en los años de elecciones –cuando por lo general los legisladores ralentizan su labor- hubo tan pocas leyes sancionadas ni sesiones celebradas como en 2022. Salvo contadas excepciones, las comisiones trabajaron a media máquina –la mayoría registra menos de una decena de reuniones este año- y las bicamerales de control más importantes, entre ellas la que revisa los decretos presidenciales, tampoco mostraron actividad. Aun así, ya consumieron los presupuestos millonarios que les fueron asignados.
En términos cuantitativos, los datos oficiales son contundentes. Desde el 1° de marzo hasta ahora el Congreso solo sancionó 36 leyes pese a que no hubo elecciones nacionales de por medio, según el sitio Chequeado, la producción de leyes más baja desde 1983. Una cifra muy por debajo de las 108 normas que, en promedio, se aprobaron durante los años no electorales de la última década. Las comparaciones pueden resultar odiosas, pero en 2020, pese a las restricciones que impuso la pandemia, las cámaras lograron aprobar el doble de leyes (70).
Este año tampoco fue prolífico en cantidad de sesiones, muy por el contrario. Desde el 1° de marzo hasta ahora la Cámara de Diputados celebró 15 reuniones, incluidas las sesiones informativas y la preparatoria de elección de autoridades. En el Senado, sólo 14. Esto significa que los legisladores sesionaron a razón de una vez y media por mes. En cambio, en los años no electorales desde 2012 a la fecha el promedio fue de 22,4 sesiones anuales en Diputados y de 25 en el Senado.
Las comisiones, que constituyen el primer mojón en la elaboración de las leyes, tuvieron una actuación dispar al menos en la Cámara de Diputados. Primera en el podio se ubica la Comisión de Presupuesto y Hacienda, comandada por Carlos Heller, con 51 reuniones en su haber en lo que va del año. Se entiende: la mayoría de las iniciativas, entre ellas la ley de Presupuesto, desembocan en esta comisión estratégica, la más importante del cuerpo.
Por el contrario, el otro extremo, hay comisiones que no se reunieron siquiera una vez en estos diez meses pese a la importancia de la materia que abordan. Son los casos de las comisiones de Derechos Humanos (presidida por el oficialista Hugo Yasky); la de Energía y Combustibles (a cargo del también oficialista Santiago Igón) y la de Vivienda y Ordenamiento Urbano (comandada por Gustavo Hein, de Pro).
El resto de las comisiones, salvo excepciones –como las de Legislación General (22 reuniones); Asuntos Constitucionales (13); Agricultura (13); Industria (11); Justicia (11); Salud (11); Finanzas (10), entre otras- no superó la decena de reuniones en lo que va del año. Incluso aquellas que tratan materias coyunturalmente importantes, como la de Legislación Penal; Pequeñas y Medianas Empresas; Prevención y Lucha contra el Narcotráfico; Comunicaciones e Informática y Obras Públicas, apenas fueron convocadas una sola vez en diez meses.
Mención aparte merecen las comisiones bicamerales de control, la mayoría de las cuales cuenta con presupuestos propios para su funcionamiento (de lo que se informa aparte). Sin embargo, la actuación de la mayoría de ellas ha sido pobre; pese a que reciben presupuestos millonarios (que orillan entre los $20 y $45 millones anuales), apenas si se reúnen. Lo más patético del caso es que algunas de ellas, pese a la importancia de la materia que abordan, ni siquiera han sido constituidas.
La “grieta”, el causante de los males
El oficialismo justifica estos déficits legislativos en un problema estructural estudiado largamente por politólogos: un partido de gobierno que en un cuerpo parlamentario no ejerce mayoría propia en ambas cámaras es proclive a sufrir el bloqueo por parte de la oposición con el consecuente riesgo de parálisis del cuerpo.
En la Cámara de Diputados el problema se patentizó con un hemiciclo dividido en dos mitades, una oficialista con 118 miembros y otra opositora, encarnada por Juntos por el Cambio, con 116. Sin demasiados aliados para desequilibrar, el Frente de Todos padeció como pocas veces la impotencia de no poder imponer su agenda.
Si se aceptara esta lógica, un Congreso solo podría funcionar de manera eficiente y productiva solo si el oficialismo de turno domina con su mayoría ambas cámaras. Sin embargo, la historia parlamentaria ofrece numerosos ejemplos que refutan esta teoría. Ejemplos en los que la negociación política, las concesiones mutuas, el diálogo y la convivencia respetuosa han sabido primar sobre las diferencias partidarias.
Si este año fue pobre en términos de trabajo parlamentario fue, justamente, por el grado de virulencia inusitada que adquirió el enfrentamiento entre el oficialismo y Juntos por el Cambio en el Congreso, sobre todo en la Cámara de Diputados. Dos púgiles en paridad de fuerzas que han hecho de cada sesión una pulseada para intentar torcerle el brazo al otro.
En un lado del hemiciclo, el oficialismo actuó las más de las veces como si ostentase una mayoría que no tiene para imponer su agenda con sesiones especiales. Del otro lado, la oposición variopinta de Juntos por el Cambio, que en ocasiones no supo (o no quiso) resistir la presión del ala dura de la coalición, prefirió ir al conflicto que al acuerdo.
La “grieta”, dominante en la escena política nacional, se agigantó como pocas veces en la dinámica parlamentaria y no da señales de tregua. La última sesión en la Cámara de Diputados tuvo tal nivel de tensión que ni siquiera se pudieron votar las autoridades del cuerpo, una situación inédita en la historia legislativa. Las esquirlas de aquel episodio bochornoso todavía repiquetean entre las bancadas y la parálisis se instaló tanto en las comisiones y en el recinto.
Con el lema de que no gana quien no pelea, el diputado Germán Martínez, jefe del bloque oficialista, intentó una última sesión antes de fin de año. Fue inútil, no consiguió quorum. Le achacó la responsabilidad a Juntos por el Cambio. Parece que no les interesa que el Congreso funcione. Ya entraron en fase de campaña electoral”, reprocha.
Desde Juntos por el Cambio la visión es otra. “El oficialismo pretende llevar una agenda de temas propios y que la oposición vayamos al pie. Este año no hubo una sola sesión ordinaria; todas han sido sesiones especiales con temarios impuestos por el Frente de Todos. Nuestros proyectos son girados a un sinfín de comisiones, no tienen oportunidad de ir al recinto”, retrucan.
Aun así, los opositores celebran el trabajo conseguido. “Tal vez no logramos sancionar todas las leyes que queríamos, pero gracias a que nos mostramos firmes y compactos en nuestra oposición logramos frenar los proyectos kirchneristas más polémicos. Todas las reformas judiciales que pretendía Cristina Kirchner están paradas. Eso es un enorme logro opositor”, se vanaglorian.
Leyes aprobadas y las que quedaron en el camino
Entre las 36 normas que se aprobaron en 2022 figuran las siguientes:
- Acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)
- Alivio fiscal para pequeños contribuyentes y autónomos
- Promoción del desarrollo y producción de la biotecnología
- Presupuesto 2023
- Ley de Promoción de Inversiones en la Industria Automotriz-Autopartista y su cadena de valor
- Marco Regulatorio para el Desarrollo de la Industria del Cannabis Medicinal y el Cáñamo Industrial
- Incentivo a la Inversión, Construcción y Producción Argentina
Quedaron pendientes varias iniciativas con media sanción, entre ellas las siguientes:
- Creación del plan de pagos de deuda previsional (media sanción del Senado)
- Creación del fondo nacional para la cancelación de la deuda con el FMI (media sanción del Senado)
- Ampliación de la Corte Suprema de Justicia a 15 miembros
- Composición de la Corte Suprema de Justicia respetando la paridad de género (media sanción del Senado)
- Boleta única electoral (media sanción de Diputados)
- Alcoholemia cero para la conducción de vehículos (media sanción de Diputados)
- Exenciones a trabajadores de la salud por los ingresos que excedan las cuatro guardias mensuales en servicios de emergencias (media sanción de Diputados)