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El drama de La Biela, en Telenoche: de café notable a luchar por subsistir a la pandemia

Por la cuarentena tuvo que cerrar y recién hace unos días volvió a abrir pero con delivery. De 56 empleados, solo 10 están trabajando.

Descacharreo

En 1850 se inauguró como terraza de un café y desde 1967 lo hizo como restaurante pegado al bar. La Biela es uno de los lugares emblemáticos de Buenos Aires. Nunca tuvo la necesidad de hacer delivery. Pero este es un momento inédito que nunca imaginaron tener que atravesar. Sus puertas cerraron durante dos meses y recién ahora reabrieron con la modalidad “para llevar” o “take away”. Esto representa sólo el 5 % de los ingresos habituales.

Pero lo que realmente es un cambio fatal para este bar notable es que el lugar es un punto de encuentro. Por ahí pasaron entre cuatro y cinco generaciones. Miles de historias se construyeron en sus mesas. La escenografía ahora es un conjunto de sillas y sombrillas apiladas. Sólo 10 de sus 54 empleados están trabajando. A La Biela le alcanza para abrir sus puertas pero no saben hasta cuándo. Un panorama desolador.

Fumigación y Limpieza

“La Biela es un poquito la continuidad del hogar de la gente”, le dice su dueño, Carlos Gutiérrez, a Diego Leuco. Personalidades de todo el mundo visitaron el emblemático bar durante todos estos años. Pero Carlos se emociona con las visitas que recibió de glorias de la Fórmula 1, su gran pasión. “Más que bronca tengo tristeza”, asegura a Telenoche al ver el lugar desierto. Lo que más lo angustia es qué va a pasar porque no sabe cuándo va a abrir como siempre lo hizo. “Me parecen bárbaras las medidas que se tomaron, pero tenemos que tener un futuro”, dice.

Movilidad Urbana

La Biela es uno de los 86 bares o cafés notables que hay en la ciudad. Son parte del paisaje de una Buenos Aires que respira café. Hoy se consuelan atendiendo a sus clientes con vasos de telgopor en una de las ventana con alcohol en gel y barbijo de por medio. Es la única posibilidad de mantener abierto el lugar y ver hasta cuándo pueden aguantar. “La vida sin esperanzas no sirve”, jura su dueño y la esperanza es lo que mantiene en pie a este ícono porteño.

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