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El Gobierno nacional abandonó a la clase media

Este sector de la sociedad está tocando sus niveles más bajos desde 2003 y cuando el ajuste devaluatorio se complete quedarán reducidas a cenizas.

clase media
Descacharreo

Durante buena parte del siglo XX Argentina fue una sociedad de clases medias, con la estructura social más europea de la región. Esa Argentina ya es nada más que un recuerdo. Las clases medias están tocando sus niveles más bajos desde 2003 y cuando el ajuste devaluatorio se complete quedarán reducidas a cenizas. La tragedia no es solo social sino también política: las clases medias son el sustento de la democracia republicana.

Esa lenta pero constante destrucción de los sectores medios tiene una explicación. Históricamente, las clases medias son un emergente de los valores que ellas mismas crearon: libertades individuales, progreso material, propiedad privada, igualdad ante la ley, ascenso social a través del trabajo y la cooperación entre generaciones. Pero en nuestro país ese universo fue fagocitado por la reacción anti-moderna.

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Aquella que las elites políticas e intelectuales abrazan con convicción a ambos lados del espectro y que se traduce en políticas de Estado que persisten en el tiempo. El gran catalizador de la reacción contra el progreso fue el nacionalismo populista y anti-liberal que surgió a mediados del siglo XX. El pobrismo es la forma que esta retro-utopía asumió cuando la pérdida del dinamismo económico convirtió a los trabajadores industriales en marginados.

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No obstante, el pobrismo no es patrimonio exclusivo del movimiento nac&pop. En el fondo, también lo suscriben los círculos ilustrados que confunden socialdemocracia con anti-capitalismo, odio al empresariado y estado social corporativo, los políticos que reivindican un desarrollismo que solo trajo subdesarrollo, y los candidatos que prometen nuevas síntesis superadoras carentes de ideas y programa.

La reconstrucción de las clases medias argentinas solo será posible si la oposición se decide a articular un modelo de país alternativo centrado en la economía social de mercado; no un compendio de slogans y tramas gestuales diseñadas al calor de las encuestas, sino un verdadero plan de acción con propuestas de mediano y largo plazo. Pero, sobre todo, el liderazgo político debe ser capaz de generar una narrativa contra-hegemónica.

Una que rehabilite los valores del progreso, reemplazado el léxico del solidarismo distributivo por una idea de la justicia como igualdad real de oportunidades para el ascenso social. El momento es propicio. Las condiciones objetivas para el cambio están dadas; solo falta un nuevo marco de sentido que marque el camino de salida. Las clases medias están vacantes y en busca de un proyecto.

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