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El Gobierno nacional sabe que no hay margen para volver a cerrar todo otra vez a pesar del aumento de contagios

La realidad de la pandemia hoy nos arroja una certeza: no hay salud mental ni bolsillo que aguante otro cierre generalizado, por más mínimo que sea

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Alberto Fernández
Descacharreo

Primero fue la normalidad. Después la nueva normalidad. ¿Y ahora qué? No hay dudas: la realidad va cambiando al mismo ritmo (o quizás un poco más rápido) que esta cepa viral que nació en China y que hoy ya tiene cien caras y mil orígenes. ¿Qué nos queda -entonces- ante esta ráfaga de contagios que parece imparable? ¿El encierro compulsivo e inexplicable que ya vivimos? ¿Otra cuarentena de familias presas y pymes fundidas?

Definitivamente no. Porque esa realidad que cambia constantemente hoy nos arroja una certeza: no hay salud mental ni bolsillo que aguante otro cierre, por más mínimo que sea. Los argentinos, definitivamente, debemos aprender a convivir con el virus. Todos -el Estado y nosotros- debemos estimular y fomentar la vacunación de la población y maximizar los cuidados propios.

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Si bien se trata de una variante del virus con alto nivel de contagiosidad, también es cierto que existe un porcentaje menor de casos que requieren algún tipo de internación compleja. Por consiguiente, es necesario que el trabajo pueda desarrollarse con normalidad y que los sectores productivos que empujan al país -golpeados y destratados- no reciban cachetadas diarias al progreso debido al alto nivel de ausentismo por estrechez con casos positivos.

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El desafío es gestionar hacia la normalidad. Para ello, el Estado debe contribuir y colaborar con los distintos sectores poniendo de sí un componente único e irremplazable en la política como en la vida: la escucha. Así, por ejemplo, lo hizo recientemente el gobierno de Córdoba ante un pedido de la Unión Industrial de Córdoba: eliminó el aislamiento para aquellos contactos estrechos sin síntomas y cuya actividad sea productiva, comercial o de servicio.

Una medida en pos del bienestar mental y de los bolsillos de aquellos trabajadores que han puesto sobre su lomo la reactivación económica de un país cuyo gobierno parece patearle -casi siempre- en contra. Lo mismo vale para el turismo, actividad productiva de las más afectadas durante la Pandemia. Para este sector, volver a cerrar, implicaría la pérdida de miles de empleos y el cierre de cientos de empresas.

Ante la gran transmisibilidad del virus (pero menor letalidad) es menester plantearnos y analizar otras formas de abordaje. Como -por ejemplo- lo está evaluando (entre otros países) España: entendiendo a la misma como una enfermedad endémica. Por las proyecciones actuales, en el 2022, el turismo no tendrá los niveles de movimiento pre pandémicos, eso está más que claro. Pero debemos de forma urgente tomar las acciones necesarias que nos permitan recuperarlo.

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En particular el turismo receptivo y las divisas que genera y que necesitamos como el agua, porque de lo contrario, las medidas actuales terminarán por destruir por completo el sistema aerocomercial que es la infraestructura básica para nuestro desarrollo. No hay mejor política turística que la plena conectividad. Hay que volver a conectar a la Argentina entre sí y con el mundo para volver a generar más trabajo y divisas para nuestro país. De lo contrario, los únicos perjudicados seguiremos siendo los argentinos.

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