Joaquín de la Torre es un dirigente muy relevante de Juntos por el Cambio. Se formó como dirigente juvenil en organizaciones conservadoras de la Iglesia. Entró al peronismo en los 80 porque, como militante de la derecha católica, lo contenía más que la socialdemocracia alfonsinista. En los noventa, empezó a militar en el peronismo de San Miguel, uno de los distritos más pobres del país. Llegó a ser intendente allí en los tiempos de Nestor Kirchner. En 2013 se sumó desde ese distrito a la escisión liderada por Sergio Massa: era un movimiento lógico para un hombre como él, dado el giro que había tomado el resto del peronismo. Luego saltó a las filas de Cambiemos y ya no se movió más. Mantuvo el liderazgo en San Miguel aun después de la derrota durísima del macrismo en la provincia de Buenos Aires: así se recibió de caudillo del conurbano. Además de intendente, fue ministro de María Eugenia Vidal, ahora es senador provincial y se acaba de postular para ser el próximo gobernador bonaerense en la lista que, presumiblemente, encabezará Patricia Bullrich como candidata a presidenta. En su última recorrida por San Miguel, Macri caminó junto a De la Torre. No es un marginal ni un recién llegado sino una figura central de la política bonaerense.
A principios de octubre, De la Torre celebró el triunfo electoral de Giorgia Meloni, la candidata de origen fascista que seguramente será la próxima Primera Ministra de Italia. De la Torre posteó un conocido discurso de Meloni ante un congreso de Vox, en España, donde ella decía: “Sí a la familia natural. No a los lobby LGBT. Sí a la identidad sexual. No a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida. No al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la cruz. No a la violencia islamista. Sí a las fronteras seguras. No a la inmigración masiva”. De la Torre escribió: “Cuando todo lo que nos identifica está siendo atacado, triunfó la esperanza en Italia. Una mujer ultraconvencida. Con ideas claras y coraje, hay futuro”.
La cuenta de Twitter de De la Torre es muy rica en la expresión de su pensamiento. El miércoles pasado, De la Torre tuiteó una leyenda donde debajo de la fecha –12 de octubre– aparecía tachada la expresión “Día de la diversidad cultural” y era reemplazada por “Día de la hispanidad”: “Reverenciar a la Patria Madre, España, es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte”. En los mismos días, disparó directamente contra Horacio Rodriguez Larreta. Posteó dos videos. En uno se podía ver una performance sado maso sobre un escenario donde había un logo del gobierno de la ciudad. En el otro, una fiesta criolla con empanadas y gauchos. “En el primer video, la cultura progre que promueve el gobierno de la Ciudad. En el segundo, el legado cultural que queremos para nuestra provincia”, escribió.
Durante esta última semana, Eduardo Bolsonaro, el hijo del presidente del Brasil, estuvo en la Argentina. Al igual que De la Torre, Bolsonaro Jr. también ha sido muy generoso en la difusión de sus ideas. En el 2019, se burló de Estanislao, el hijo de Alberto Fernández. Posteó dos fotos: en una de ellas aparecía Fernández interpretando a Pikachu y en la otra él mismo rodeado de armas, con una remera estampada con la figura de un perro haciendo sus necesidades sobre el símbolo de la hoz y el martillo, y la sigla LGBT traducida como “Libertad, Armas (Guns), Bolsonaro, Trump”. Bolsonaro amenazó varias veces a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, apareció en actos públicos con la pistola al cinto, se fotografió con simbología del Ku Klux Klan, propuso la intervención de las Fuerzas Armadas contra el Congreso.
Durante su visita Bolsonaro Jr. no solo intimó con Javier Milei, el político argentino con quien mantiene una relación pública desde hace tiempo. Fue recibido, además, en San Miguel por Joaquín De la Torre y también por Miguel Angel Pichetto, el ex candidato a vicepresidente de Mauricio Macri. Al igual que De la Torre, Pichetto no es un personaje exótico en la política argentina. Antes de integrar la fórmula de 2019, fue el jefe del bloque de senadores del Frente de Todos durante 12 años y medio. El coqueteo de ambos con Bolsonaro, de uno de ellos con Meloni, las referencias despectivas a la cultura “progre” permiten percibir que la influencia de formaciones políticas que ya hicieron pie en otros países, como Vox, el propio bolsonarismo, o la extrema derecha italiana, se van expandiendo más allá de la los límites de la agrupación de Javier Milei, e influenciando a sectores importantes de Juntos por el Cambio.
Javier Milei y Victria Villarruel con Bolsonaro Jr. en Buenos Aires
El fenómeno no termina allí. El jueves pasado ocurrió un episodio muy singular que pasó casi desapercibido, tal vez porque ese mismo día Marcelo Gallardo renunció a la dirección técnica de River. Por una abrumadora mayoría, la Cámara de Diputados aprobó una ley para prohibir los desalojos en los barrios más carenciados de la Argentina durante los próximos diez años. El proyecto recibió el respaldo abrumador de 220 de los 257 diputados. Pero, al mismo tiempo, fue repudiado por Patricia Bullrich, una de las candidatas más competitivas para las próximas elecciones presidenciales. Bullrich se quejó: “Si sos okupa, no te pueden embargar. Si pagás impuestos y alquilás, te destruyen. No entiendo. ¿A quién defendemos? Esto hay que explicarlo”.
El planteo de Bullrich fue tan extremo que recibió una inmediata respuesta de María MIgliore, la ministra de Desarrollo Social de Horacio Rodriguez Larreta. Migliore es una dirigente de origen católico que se incorporó a la política de la mano de Juan Maquieira, otro “cuadro” de la Iglesia que actualmente está en Europa convocado por el papa Francisco para desarrollar institutos de formación de dirigentes juveniles. Migliore escribió: “Patricia, nuestro espacio siempre se propuso como norte resolver los problemas de Argentina. La ley que sacamos en 2018 para la integración de los barrios populares viene a dar respuesta a 5 millones de personas que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad, y salió con el consenso de todo el espacio”.
La polémica entre Bullrich y Migliore sorprende por el antagonismo de sus visiones pero, también, por el de su terminología. Donde Migliore, y el resto del sistema democrático argentino, percibe la existencia de “cinco millones de personas en condiciones de extrema vulnerabilidad”, Bullrich ve “okupas”. Es decir: delincuentes, enemigos. Si son una cosa, la sociedad debe generar alternativas que incluyan a los damnificados. Pero si son “okupas” -cinco millones de okupas- debe haber desalojos, castigos, persecución. El “okupa” de Bullrich tiene alguna similitud con el “inmigrante” de Meloni o de Vox.
Esta misma semana, Bullrich prometió que, en caso de llegar al poder, eliminará los planes sociales: esto es, la estructura que permitió que millones de argentinos no pasaran hambre mientras la Argentina atravesó sucesivas crisis o, por ejemplo, durante la pandemia. Al mismo tiempo, Bullrich anunció que intentaría modificar las leyes de defensa y de seguridad interior para ampliar la participación de las Fuerzas Armadas en los conflictos internos. “Si soy Presidente, inmediatamente entro en Santa Fe y en el Sur”, anunció. Y calificó como “terroristas” a las familias mapuches que fueron desalojadas hace diez días de Villa Mascardi. Muchas de estas ideas trascienden las fronteras políticas. Desde el Frente de Todos, recibió el apoyo del poderoso Sergio Berni, quien repitió la misma palabra: “Terroristas”.
Patricia Bullrich (Crédito: Gentileza Prensa Patricia Bullrich)
Terroristas, okupas, militares, eliminación de planes sociales constituyen elementos de un programa político muy consistente que, hasta ahora, la democracia no incluía, o al menos no lo incluía entre sus opciones más competitivas. Eso no quiere decir que sean soluciones reales a los complejísimos problemas que enfrenta la Argentina. De hecho, cuando Bullrich fue ministra de Seguridad intentó despejar la Patagonia de los supuestos terroristas mapuches y fracasó en el intento. Frente a grupos muy pequeños de personas que no tenían armas de fuego, organizó dos operativos donde se produjeron dos muertes y, además, no liberó ningún territorio. Berni, por su parte, acaba de producir un tremendo desmán en la cancha de Gimnasia. Pero eso no quiere decir que esas propuestas sean rechazadas en las elecciones.
La radicalización de Bullrich, que también tiene una larga militancia dentro de la política tradicional -fue una ministra muy destacada de dos gobiernos- incluye gestos que, en condiciones normales, deberían provocar un intenso debate público. La ex ministra de Seguridad, por ejemplo, se mostró en público con El Presto, un youtuber de cierta influencia en algunos sectores juveniles. Semanas antes de esa reunión cumbre, El Presto había deseado en un tuit la muerte de Cristina Kirchner.
Mientras Bullrich hace y dice estas cosas, Mauricio Macri también sostuvo esta semana que las Fuerzas Armadas deben tener facultades para intervenir internamente. “Sobre todo en Vaca Muerta”, aseveró. Es raro. Vaca Muerta vive en estos meses un boom de inversiones. ¿Cómo influiría en ese proceso que tiene un dinamismo sorprendente el estallido de una batalla entre militares y mapuches?
Pero, más allá de esos detalles, hay una serie de ideas llamativas: eliminar planes sociales, desalojar habitantes de barrios carenciados que no estén en regla, entrar con el Ejército para perseguir mapuches en el Sur, despedir decenas de miles de personas. Todo eso están diciendo personas que son importantes y poderosas, y que tendrán, como mínimo, una enorme influencia en el Gobierno que llegará al poder en diciembre del año que viene, si es que se cumplen los pronósticos de las encuestas.
Es evidente que no son lo mismo Bolsonaro y Macri, porque nadie es igual a nadie. Que De la Torre apoye a Meloni o repita las consignas de Vox no lo transforma mecánicamente en uno de ellos. Que Bullrich prometa castigar a “okupas” o atacar con los militares a familias de mapuches desarmados, no significa que será igual a Jorge Rafael Videla. Pero es evidente que en la sociedad argentina hay un público ávido de esas propuestas. Eso se puede ver en la adhesión a Javier Milei y a la misma Bullrich. Y que existe un gran contraste entre este programa y el que llevó a la presidencia a Macri en 2015. Cuando Macri dice que no hay lugar para el “populismo light” está combatiendo a aquel Macri, y proponiendo otra cosa, mucho más radical y, como él la denomina, “drástica”. Finalmente, es inevitable percibir una tensión muy grande entre estas ideas y los principios liberales que han distinguido a las democracias de Occidente, o entre estas propuestas y la administración sensata de los conflictos de un país. Para usar una metáfora que ordena la mente de algunas personas: pareciera que Corea del Norte empezó a invadir a Corea del Sur.
La aparición del bolsonarismo, y su impresionante consolidación en las últimas elecciones, donde logró triunfos en distintos Estados claves y en la conformación del Congreso, ha cambiado la estructura de la política brasileña. Hasta la llegada de Bolsonaro, la disputa enfrentaba a una corriente de centro izquierda, cuyo principal referente era Lula Da Silva, y otra más conservadora, cuyo líder era el ex presidente Fernando Henrique Cardozo. El terremoto fue de tal magnitud que, en estas elecciones, Cardozo apoyó a Lula como una manera de defender la democracia. Algo parecido pasó en otros países, como Francia.
Sería exótico que la política argentina sea la misma después de este vendaval que ya ha sacudido a muchos países de Europa y de América.