Juan Grabois, este guerrillero de confitería se paseó ayer miércoles en un raid de terrorismo verbal cuyo contenido uno se pregunta, justamente, si merece ser analizado. Y la respuesta es sí debido a que es necesario desmitificar lo que a todas luces no se trata más que de una verdadera sobreactuación de parte de quien no es más que un payaso al que se le cayó la máscara.
Pero se trata de un payaso que, lejos de dar risa, no hace más que generar pena. Nos parece que corresponde analizarlo, no por la entidad de un personaje a todas luces secundario en el tablero político argentino, pero sí porque él representa la voz oculta de Cristina Fernández de Kirchner y del Instituto Patria. También porque la Argentina tiene un historial largo de no prestarle atención a personajes como éstos cuyos extremismos luego se transforman en realidad.
Y que nunca se sabe si podrían haber sido evitados, justamente, por la vía de haberle prestado la debida atención a sus comentarios cuando fueron hechos. Muchas veces la desestimación (o incluso la descalificación) de algunos personajes -porque su harto-evidente marginalidad nos lleva a desecharlos- se convierte en el mejor aliado de esos sediciosos. Sobre todo, cuando no se hacen cargo de su cuota parte de responsabilidad en la crisis.
Y es que el desastre económico y social al que nos condujo el cuarto gobierno kirchnerista con Alberto Fernández a la cabeza ha sido apoyado por impresentables como Juan Grabois que no hace más que vender humo, puro circo a falta de pan para el pueblo. Un pueblo al que la banda de Grabois y compañía han conducido al precipicio y ahora quieren aparentar que no tuvieron nada que ver en este desastre organizado por ellos mismos.
Grabois es un típico cheto argentino, de buena cuna y de educación religiosa (como lo fueron en su momento Abal Medina, Firmenich, Vaca Narvaja y Ramus) que se ha transformado, no en un fanático del iluminismo católico por la persecución de su pureza teórica (como pudo haber sido el origen de aquellos terroristas [aunque luego se transformaron en meros traficantes de dinero y riquezas cuando empezaron a saborear el gustito de la guita de sus secuestros]).
Sino que se ha convertido en un liso y llano “vivo” que encontró en el verso de la “economía popular” un filón para llenarse de oro y vivir sin trabajar. De hecho, Grabois nunca trabajó: primero vivió de la buena posición de sus padres y ahora lo hace robando dineros públicos por la vía de los planes que le arranca al propio Estado. Lo que se puede catalogar como un parásito de la vida.
Su organización pugna por la implantación del llamado “salario universal” para lo que este ladrón de guante blanco propuso llevar al 43% el monto de las retenciones agropecuarias y pagar de allí esa asignación. No es casualidad el sutil uso que tiene, en este contexto, la palabra “salario”: se quiere llevar a los pliegues más íntimos del cerebro humano la idea de que es posible que el “salario” sea repartido y no ganado.
Sería, paradójicamente para un acérrimo católico de cartón como Grabois, lo contrario a lo predicado por Jesús: “Ganaras el pan con el sudor de tu frente”. Es justamente esa la premisa en la que no se deben basar estos aprendices de brujo para continuar exprimiendo el trabajo argentino y a los trabajadores argentinos. Lo que hay detrás del truco de Grabois es que esa (arrojar más y más gente a la pobreza) es su verdadera meta, su verdadero propósito.
Intenta hacerlo matando dos pájaros de un tiro, es decir, consiguiendo eso y, además, hacerse el cristiano demagogo que busca darle a la gente un ingreso mínimo básico por la vía de sacarle a los ricos los que “sobra” para dárselo a los pobres que no tienen nada. Pero, como vimos, el funcionamiento dinámico del comportamiento humano en acción produce el resultado contrario, aun cuando Grabois, por su intermediación, se llene de oro.
Por eso este análisis concluye que detrás de Grabois, más que un devoto y puro católico que busca ser la reencarnación de Cristo en la Argentina, hay en realidad un vivo, un parásito que solo busca vivir como un millonario sin trabajar mientras quienes lo siguen se mueren de hambre, aunque lo hagan con la alegría del idiota. Y, como frutilla del postre, sin hacerse cargo de ser quienes llevaron a Alberto Fernández a hundir a la Argentina.