El cristinismo es la enfermedad infantil del peronismo. Su versión más extrema quedará en la historia como la profanadora de muchos valores que edificaron la mejor Argentina. La honradez, el mérito, la cultura del esfuerzo, la coexistencia pacífica entre diversos pensamientos, el respeto por la libertad de prensa y la división de poderes son solo algunos de los pilares que el kirchnerismo dinamitó.
Los votos castigos en las urnas, están anunciando que mucha gente comparte esta opinión. Pero de todas las violaciones a nuestros pilares de identidad, hay uno que resulta especialmente imperdonable. Hablamos de la obsesión de Cristina Kirchner y de sus dirigentes talibanes por convertirse en los abanderados y defensores de los que violan a los derechos humanos acá y en el mundo.
En una patética voltereta de la historia, este gobierno está logrando hacer añicos casi al único activo que los argentinos teníamos ante el mundo civilizado. Lamentablemente, nosotros, por diversos motivos no somos muy queridos en otros países. Somos conocidos por defolteadores seriales, por chantas y soberbios y otros mamarrachos. Lo bueno que suelen destacar son nuestros deportistas exitosos y la creatividad individual para resolver problemas complejos.
Pero hay algo en lo que éramos campeones del mundo y estos funcionarios que no funcionan nos mandaron al descenso. Casi que nuestro único activo colectivo como país, era la defensa de los derechos humanos. Y el kirchnerismo dio vuelta la taba y poco a poco nos fueron convirtiendo en los defensores de los anti derechos humanos. En un país que legitima y justifica a dictadores feroces y a autocracias totalitarias.
Gracias al regreso de la democracia en 1983 y a su padre refundador, Raúl Alfonsín, nos transformamos en un faro de los derechos humanos. El juicio a las juntas militares y el Nunca Más despertaron admiración por nuestra apuesta como Nación, a la paz y la libertad, a la no violencia y los derechos humanos en todo el planeta. El voto de Carlos Raimundi en la OEA confirmó la estafa política.
Esta malversación con tufillo a traición. Raimundi fue presidente de la Juventud Radical y admirador de Alfonsín. Su voto, en nombre de este cuarto gobierno kirchnerista fue a favor de Daniel Ortega y su mafia fascista que metió presos a todos los candidatos que iban a competir con él en las elecciones. Ortega concretó el sueño de todo tirano, afrontar solo las elecciones. Y ganar por paliza, obviamente.
Frente a semejante déspota, nos produce mucha vergüenza ajena decir que Argentina, se abstuvo de condenar a ese régimen y de exigir la inmediata libertad de los presos políticos. No les tembló la mano en mancillar la herencia de Alfonsín ni en tirar a la basura ese gran logro de todos los argentinos. Romantizan los 70. Adoran a criminales como los Montoneros, no condenan a grupos genocidas como Hamas y se enorgullecen de tener relaciones carnales con Cuba, Venezuela y los aspectos más autoritarios de China y Rusia.
Esta actitud, que nos pone afuera del mundo capitalista civilizado y aleja inversiones, tiene su correlato fronteras adentro con la simpatía y protección que la cultura K les da siempre a los delincuentes. En casi todos los casos de crímenes o asaltos, el aparato de jueces, fiscales y abogados de Justicia Legítima se ponen del lado de los victimarios y justifican todo tipo de delitos.
Parece que los que violan la ley y los derechos humanos son los mejores amigos de Cristina Kirchner. Y encima a eso le llaman progresismo, cuando en realidad es regresismo. Es la vuelta a las peores prácticas de los momentos más oscuros. En definitiva, cada vez más, cristinismo es sinónimo de apoyo a los antidemocráticos que violan los derechos humanos. Increíble, pero cierto.