El menosprecio de Axel Kicillof de los últimos días por el principio de seguridad jurídica no desentona con otras expresiones brutales, pero más concretas de la constelación oficialista que ha pretendido estos días conmover a la opinión pública. No se ha privado de tal tipo de imprudencias Sergio Massa, ministro de Economía y candidato presidencial en apuros en ese doble papel.
Se refirió al “pasado montonero” de Patricia Bullrich, pese a que la dirigente de Pro hizo ya una oportuna autocrítica de su militancia en la Juventud Peronista, mientras desde el kirchnerismo se siguen defendiendo los ideales de quienes sembraron la violencia en los trágicos años 70, a quienes incluso premió con cargos. Sugirió irresponsablemente un vínculo de Horacio Rodríguez Larreta con el suicidio de René Favaloro, al cumplirse cien años de su nacimiento.
Y para coronar su campaña de miedo, denunció falsamente que la principal fuerza opositora planea terminar con el PAMI, cuando de lo que se trata es de ponerle fin a la corrupción que anida en su seno. Tampoco fue ajeno a esta campaña Aníbal Fernández, encargado de la seguridad pública, quien había dicho que si gana la oposición “las calles van a estar regadas de sangre y de muertos”.
El gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, quien regentea a su capricho la provincia más pobre de la república, incapaz de dotarla de una capacidad productiva que al menos reduzca la humillación que significa que de cada 100 pesos que gasta 93 provengan del Estado nacional, ha expresado, por su parte, que todo lo que dicen los dirigentes opositores “va a ser con derramamiento de sangre, porque es insostenible”.
Y el propio Kicillof, volviendo sobre el mismo tema, terminó haciendo en la arena electoral una predicción difícil de superar en voluntad intimidatoria: “La derecha está dispuesta a asesinar gente”. El gobernador bonaerense se abraza hoy con el candidato presidencial de su facción, que desespera por lograr un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, pero él se despacha con proclamas guerreras: “No le tememos al FMI. Kirchner lo sacó de una patada”.
¿De una patada? ¿O cancelando con el Fondo una deuda para contraer otra mucho más cara con el déspota venezolano que moriría tiempo después en brazos de los hermanos Castro? Sería bueno que hablara por una vez en serio, sin inventar situaciones de arrojo en la conducta del presidente codicioso con los dineros públicos, que desperdició los vientos favorables al país de principios de siglo.
Es verdad que durante los prolegómenos de esta campaña electoral se han cruzado en campos de aliados imputaciones de una gravedad impropia no solo de la política, sino también de la ética. Pero la campaña organizada en términos sistemáticos que han lanzado los principales voceros de la fuerza gobernante para intimidar a la ciudadanía ha excedido lo conocido y tiene un claro y peligroso corte fascista.
¿Con qué derecho van a invocar el supuesto odio de quienes se han opuesto a sus designios antidemocráticos y claman con energía, además, por el triste papel de una Argentina que en estos últimos cuarenta años –los de la democracia recuperada– ha crecido menos que toda América Latina, región que a su vez ha crecido menos que el promedio de desarrollo en ese período en el mundo?
¿Acaso están avisando que las reformas estructurales que urgen al país para poner coto a su dramática involución deberán resolverse en la calle, antes, durante o después de que se resuelvan en el Congreso de la Nación? No olvidamos los asaltos a supermercados del Gran Buenos Aires a fines de 2001 ni la complicidad de algunos intendentes del peronismo, por más que haya habido esfuerzos por desligarlos de tamañas responsabilidades en los últimos años.
Es tal la angustia ciudadana por el desorden público, por la inseguridad personal y jurídica, por los ataques constantes al Poder Judicial en aras de lograr la impunidad de actos de corrupción por los que están encausados la vicepresidenta y otros funcionarios públicos, por el crecimiento de la pobreza y la indigencia, por la degradación de la educación pública y por otras tropelías de la presente administración, que no debe llamar la atención la pérdida de posiciones de las fuerzas oficialistas en los comicios parciales realizados hasta aquí.
De haber actuado la oposición con más sabiduría, con mayor cohesión y capacidad más aguzada en la focalización en los temas preocupantes para la sociedad, habría salido más beneficiada. Habría habido, probablemente también, un porcentaje menor de votos en blanco o anulados y una asistencia a las urnas compatible con mejores tradiciones electorales de participación ciudadana.