El crimen organizado en sus diferentes etapas y modalidades enfrenta a un Estado desorganizado. Los narcos se enseñorean a lo largo y ancho de las poblaciones y barrios marginados que sufren a diario las amarguras del desamparo del Estado y las trampas y asechanzas que urden los narcos para inundar de miedos a los vecinos que ven, en la mayor de las orfandades, cómo se llevan a sus hijos hacia el camino atroz de convertirlos en soldaditos del menudeo.
O en sicarios que tiran a matar entre su propia gente. Las consecuencias están a la vista. Ver a la Argentina desmantelada no solo en las protecciones fronterizas. Ver quién decide sobre la vida y los bienes de los habitantes de los barrios que tratan de superarse y salir de la encerrona con esfuerzo y trabajo, y en lugar de ascender socialmente, pierden todo a manos de los señores de la muerte.
O como ha quedado clarísimo en las desgarradoras consecuencias de la cocaína envenenada que se transforma aún más en asesina. Presenciamos con estupor todos los argentinos, la insensata disputa entre ministros de Seguridad que agotan su tiempo y nuestra paciencia en peleas que solo destruye la credibilidad social y ahondan la desconfianza social y la fiesta de una dirigencia que se miran su ombligo.
Pasará a la historia como el gobierno que gastó el tiempo en la pelea endógena y lo perdió en la pelea necesaria contra el delito criminal de la droga. Una sensación de inseguridad ciudadana se pasea por millones de vidas y miles de barrios de trabajadores o de marginados arrojados al ahogo del río caudaloso de la desprotección, la impericia y cuando no, también la complicidad con los patrones del miedo y la muerte.
Los llamaban asesinos porque se los llevaban para transformarlos en soldaditos del menudeo en los búnkers de los narcos o para transformarlos en sicarios que, tarde o temprano, caerían en las balaceras entre bandas o serían encerrados por las fuerzas policiales. Un destino previsible, trágico y fatal que los pensamientos supuestamente progres del gobierno nacional actual no consideran.
La creación del Servicio Cívico Voluntario en Valores, para ayudar a los chicos que ni estudian ni trabajan y de quienes nadie se ocupa, aquella impactante experiencia que solo duró un año y fue combatida por los pensadores miserables de la progresía K, que presentaron amparos en la Justicia para evitar que estos chicos tengan una oportunidad. Los amparos fueron uno a uno desestimados.
Pero en cuanto asumieron en el Ministerio de Seguridad, uno de los primeros actos de gobierno fue dar el programa de baja sin reemplazo alguno. Eso los define. Ellos dicen estar construyendo un Estado presente, que se muestra ausente a simple vista en lugar de combatir con firmeza a los personeros de la muerte. En el río caudaloso del delito impune se ahogan a cada instante miles de chicos soldaditos, cientos de miles de enfermos de adicción.
Y millones de personas desgarradas que ven con asombro la quietud del Estado en el reino de los narcos. Llega un punto en el que tenemos que dejar únicamente de sacar gente del río. Necesitamos ir aguas arriba y descubrir por qué tanta gente está cayendo. En la Argentina tenemos que hacerlo. La lucha contra el narco no está perdida. El Gobierno, aturdido en su ideología, la abandonó. Ir con firmeza río arriba y desbaratar para siempre las caudalosas y criminales causas que tanto ahogo le producen a la ciudadanía.