El gobierno ha demostrado que tiene o más bien sufre un claro desacople con la realidad emocional que vive la sociedad argentina. La agresión a Sergio Berni, tras el asesinato de otro colectivero, ha superado una frontera que augura, de seguir las cosas como hasta ahora, un más peligroso escenario, atravesado por el hartazgo social frente a la inseguridad y la ineficiencia de la administración bonaerense para afrontar una muy seria situación.
La manipulada respuesta de Axel Kicillof ratifica que no está a la altura del desafío y, peor aún, que lo ningunea al emparentarlo burdamente con la oposición. Fue una falta de respeto al sentido común que vuelve como búmeran contra los autores de semejante y hasta insultante deformación de la verdad. Ninguna sociedad merece ese trato. No lo creyó ni la mismísima Casa Rosada.
Aníbal Fernández llegó a decir que Kicillof “no entiende nada” de seguridad, aunque después en un clásico giro que solo sirve para aumentar la incredulidad de la gente con sus dirigentes trató de enfriar las aguas con el gobernador, a quien le estalló en la cara una crisis que recién está comenzando y de la que se distrajo con tenacidad. Kicillof, aupado por Cristina Kirchner, participa con fruición de esas visiones conspirativas y paranoicas de la política.
Quiso ver y vio en el asesinato del colectivero la desestabilización de su gobierno -y de su reelección- no por su propia torpeza sino por un complot armado para perjudicarlo. Otra vez, la culpa es del otro. Ocurrió en La Matanza, bajo control peronista desde 1983 y donde el oficialismo precisa obtener la mayor diferencia de votos para conservar el gobierno y permitir que el kirchnerismo pueda cobijarse de la intemperie si se cumplen todos los vaticinios de que se les avecina una resonante e inédita derrota electoral nacional.
Las encuestas muestran hoy que el nivel de adhesión al PJ en La Matanza es muchísimo más bajo que en otras elecciones. Esta crisis ocurre en el peor momento del Frente de Todos, con los tres principales dirigentes -Cristina, Fernández y Massa- distanciados entre sí. Con agregado insólito, propio de una dirigencia que no ve más allá de su propio ombligo: el Presidente no quiere que le vaya bien a su ministro de Economía, a ocho meses de terminar el mandato. Es asombroso.
O más bien, por oscuro, tenebroso. Un cálculo producto del paso atrás de Cristina. Alberto piensa que puede derrotar a Wado de Pedro en la interna y así cumplir con lo que dice a media lengua: terminar con el ciclo kirchnerista. Este objetivo ratifica por ahora su extravagante aventura reeleccionista. Sería una lástima que no se anime a constatar en las urnas lo que piensa la gente de su gestión.
Detrás de Alberto Fernández, asoma con la supuesta incombustibilidad de siempre, Daniel Scioli, cuya candidatura fue estimulada por Santiago Cafiero por si al Presidente no le da. De lo contrario, se lanzaría la fórmula Alberto Fernández- Daniel Scioli. Para acompañarla, proyectan además una candidatura a gobernadora bonaerense de Victoria Tolosa Paz, hoy ministra de Desarrollo Social.
Massa, la otra carta marcada, espera resignado que la inflación de marzo ronde o supere el 7. Aunque se dice que persiste trabajando para que EE.UU. le dé una mano con las reservas, la economía lo está dejando fuera de juego. Su objetivo es conseguir apoyo para reforzar las reservas y para los que lo tientan que se presente apoyado en esos aportes, el propio Massa responde: “A Macri le pusieron 45 mil millones de dólares y así le fue…”.
