La demora del Papa Francisco en concretar su visita al país se debe en la actualidad a la polarización política –la “grieta”, si se prefiere- que divide a buena parte de los argentinos. No la fría relación con Mauricio Macri y, sobre todo, con un sector del Gobierno que encabeza el poderoso jefe de Gabinete, Marcos Peña. De hecho, la Casa Rosadainició hace unas semanas un acercamiento con la Iglesia al compás de la crisis económica y la creciente tensión preelectoral. Por consiguiente, tampoco se debe a una supuesta espera de un eventual triunfo en los comicios presidenciales del peronismo –al que se le atribuye al pontífice simpatía- sea tanto en su variante “racional” como kirchnerista
Esa lectura surgió nítida tras el encuentro de una treintena de obispos argentinos con Francisco, en el marco de la tradicional visita “ad limina” que cada tanto deben hacerle todos los prelados del mundo al pontìfice. No es casual que, según dijeron varios de los asistentes, el Papa haya reiterado su deseo de visitar su país y a la vez manifestado su preocupación por la “polarización” que lo tiene a él mismo como blanco de críticas. Más allá de que en estos años tuvo gestos que suscitaron fuertes polémicas y que sus beneficiarios explotaron políticamente. O de situaciones que, dicen sus allegados, nunca sucedieron como que “echó” de la plaza de San Pedro en abril de 2013 a Margarita Barrientos.
A ello se suma el efecto negativo sobre la figura de Francisco el papel de dirigentes como Juan Grabois -que últimamente abrazó con fervor el cristinismo- porque muchos los consideran sus “voceros” en el país. De hecho, en la reunión un obispo le expuso esta situación y Francisco aclaró que éstas son solo personas que a veces conversan con él o que participan de encuentros en El Vaticano, pero que de ninguna manera son sus voceros. “Ellos –dijo luego el obispo más cercano a él, Víctor Fernández, también presente- intentan interpretar a su modo cosas que le escuchan, pero eso corre por su cuenta porque su único vocero es la sala de prensa del Vaticano”.
Con todo, no debe pasarse por alto que no solo Francisco ve la polarización como la causa que impide viajar a su país. La Secretaría de Estado del Vaticano –uno de los organismos mejor informados del mundo- hace rato que viene desaconsejando el viaje. Acaso teme que sus discursos y saludos con dirigentes durante su eventual estadía terminen disparando controversias infinitas acerca de preferencias o cuestionamientos políticos. Por no hablar de la posibilidad de pujas en las concentraciones entre sectores políticos y sociales o, incluso, alguna que otra protesta puntual, que terminen enturbiando el viaje.
En la reunión quedó claro que, como si fuese poco, a la polarización política se sumó la tensión que disparó el debate por la legalización del aborto. La Iglesia –más allá de los grupos ultraconservadores- fue muy cuestionada por sectores feministas. Incluso los más radicalizados vandalizaron templos (no solo católicos, sino evangélicos) e imágenes religiosas a lo largo y a lo ancho del país, recordaron los obispos.
Por eso, el obispo Víctor Fernández consideró que ve “muy difícil” la concreción de la visita del Papa al país, si quiera tras los comicios presidenciales tras lo que se supone que las aguas deberían aquietarse. En definitiva, concluyen quienes como Fernández lo conocen muy bien, Francisco jamás pisaría su patria si involuntariamente contribuiría a profundizar la grieta. Su mayor aspiración, dicen, es ser prenda de unión en un país desgarrado.