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El peronismo continúa repitiendo una notoria inclinación por sembrar toda clase de divisiones

Pero también una tendencia a olvidarlas cuando ponen en juego su poder.

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Descacharreo

Desde que la izquierda marxista pretendió cooptar el justicialismo hace medio siglo, se incubó un enfrentamiento entre los seguidores de Juan Domingo Perón, que costó muchas vidas y que subsiste en forma larvada. Ese es el discurso del odio más relevante y más profundo que aún no ha sido superado. Para quienes son jóvenes, basta contrastar lo que todavía simbolizan Isabel Perón y Cristina Kirchner para ese movimiento.

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Cristina Kirchner (Foto: EFE)

Isabel fue la primera presidenta mujer de América Latina, sucesora de Perón, tras su muerte en 1974. Cristina sucedió a Néstor Kirchner en 2007, aunque supo revalidar sus credenciales por mérito propio al ser elegida dos veces por amplia mayoría. Ambas integraron fórmulas conyugales con maridos que no confiaban en nadie, como los esposos Marcos en Filipinas o los Ortega en Nicaragua, paracaidistas ajenos a la democracia que suelen terminar sin ella.

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Ambas hicieron carreras políticas de la mano de sus maridos y recibieron enormes fortunas de origen desconocido al fallecer aquellos. Isabel debió enfrentar juicios relativos a la sucesión de Perón y vive retirada, como una aristócrata española, evitando volver a la Argentina para no ir a prisión. En cuanto a Cristina, los esquemas armados por su marido fueron tan torpes que, ahora, en lugar de disfrutar de sus nietos, peregrina por tribunales mascullando bronca.

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Al igual que Cristina, la viuda de Perón percibe una doble pensión, por ella y por su marido, que alcanzó el grado más alto del escalafón militar. Ambas viven en barrios exclusivos de las ciudades donde habitan: Isabel, en un barrio cerrado próximo a Madrid. Cristina, en Recoleta. La madrileña habrá recorrido el Valle de los Caídos lamentando no haber podido enterrar a su marido cerca del Generalísimo.

La platense visitaba el insólito mausoleo de Río Gallegos acompañada por su constructor, Lázaro Báez, a quien le otorgaron toda su confianza, con el grado de testaferro mayor. Mientras Isabel conserva recuerdos de López Rega e imágenes del Caudillo de España, la sucesora de Néstor guarda con orgullo sus fotos con Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras relee La historia me absolverá, el alegato del comandante en su juicio de 1953, por el asalto a los cuarteles Moncada.

Como se advierte, ambas viudas tienen cosas en común y, si no, se complementan. Cuando una es acusada de aniquilar la subversión, la otra es ensalzada por indemnizar fraudulentamente a sus víctimas. Las dos expresidentas, testigos de los peores dramas que vivió la Argentina reciente, representan la contradicción más flagrante que subsiste en el peronismo. Se mantiene sin resolución, por una cuestión de poder e intereses.

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Con tal de mantener gobernaciones, intendencias, cajas sindicales, planes sociales y botines varios, les da igual Noruega que Venezuela. Cuando se trata de protegerlas de la Justicia, para el peronismo ambas son lo mismo, aunque sean extremos opuestos. Mientras subsista ese odio larvado, nada bueno puede presagiarse para lo que vendrá. Con inflación del 100% y pobreza en aumento no debería unirse para ocultar delitos, sino para terminar con esos escandalosos flagelos.

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