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El peronismo se convirtió en un barco que navega a la deriva

¿Qué diría Juan Domingo Perón ahora, si resucitara y viera a sus herederos tan desorientados?

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Los tres principales referentes del Frente de Todos evitan la confrontación, pero sus alfiles salen a hablar en su nombre. (Foto: AFP)
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Pregunta incómoda: ¿Quién manda hoy en el peronismo? La respuesta está a la vista: nadie. Que Cristina Kirchner sea la dirigente que, indiscutiblemente, retenga más poder en el seno de esa estructura no significa que conduzca. De hecho, ni lo intenta, consagrada como está casi exclusivamente a su cruzada judicial para zafar de las causas en la que está condenada e imputada y que la tienen a maltraer.

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El poder, en todo caso, solo lo usa para petardear la marcha del Gobierno y para respaldar a los camporistas que ocupan puestos claves en el Estado. No hay una dirección unificada: Alberto Fernández, Sergio Massa, Cristina Kirchner y Máximo Kirchner representan distintas porciones de poder, algunas con precarios vasos comunicantes entre sí, aunque esencialmente antagónicos.

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Sin olvidar a la CGT -otrora “columna vertebral” del PJ-, Juan Schiaretti, Omar Perotti y el resto de los gobernadores, que representan distintas facciones peronistas, también atomizadas, que cinchan para su lado. Esquirlas sueltas con un poder de fuego diezmado. El Presidente convoca a los gobernadores y sus socios del Frente de Todos insisten en armar una mesa a la que se sienten los accionistas de esa corporación.

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Ahora parece que Alberto Fernández acepta esa posibilidad, aunque fastidia al resto con su idea de mantener en alto su desopilante ilusión de ser reelecto. El peronismo no tolera no contar con un jefe claro. Se trata de un “movimiento” que hizo de la verticalidad y de la conducción concentrada en una sola persona su razón de ser. Con 77 años encima, el justicialismo cambió metodologías varias veces, fluctuando sin conflicto entre objetivos estatizantes o más aperturistas.

Pero en lo que no varió nunca es en retener el poder férreamente en el puño hegemónico del líder de turno, se llamase Perón, Menem o Néstor y Cristina Kirchner. La excepción sería Eduardo Duhalde que, dado el tiempo especial que le tocó transitar y su condición de presidente provisorio, pudo gobernar respaldándose en un poder externo a él: la liga de gobernadores. Es lo que ahora se procurará con la mesa que se pretende armar. Que el poder emane de un ente colegiado. Veremos.

Con la excusa de mantener unido y no romper el Frente de Todos, Alberto Fernández paradójicamente no armó su propio poder. Tampoco supo, o quiso, armonizar en la práctica, y convertirlas en gestión, a las distintas sugerencias de sus afluentes. Resultado: un gobierno nacional trabado y contradictorio, desconfianzas y pases constantes de factura entre las distintas partes.

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“Todos los problemas tienen solución; pero no todos los hombres tienen solución”, advirtió clarividente Juan Domingo Perón en Conducción política, una de sus dos “biblias”, en la que el fundador del justicialismo plantea como indispensable tener un mando claro y unipersonal. “La buena conducción -decía- se mide por el éxito.” ¿Qué diría ahora si resucitara y viera a sus herederos tan desorientados?

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