El presidente Alberto Fernández perdió el juicio, más allá de su desastrosa gestión en la economía y la pandemia. A su fracaso como gobernante, le sumó una exhibición obscena de los peores disvalores que puede tener un ser humano. Nos referimos a las mentiras dichas con cara de piedra, de la cobardía para empujar al abismo a su pareja y de la degradación personal del primer mandatario.
Para colmo, la misma fue acompañada por Aníbal Fernández y algunos periodistas. Todos se hundieron en el pantano de la violencia de género. Lapidaron y humillaron, de diversas maneras, tanto a Fabiola Yáñez como a la periodista Guadalupe Vázquez ante el silencio del colectivo feminista de artistas y militantes que, a esta altura, perdió todo tipo de credibilidad por mirar la realidad, solamente con un ojo. Alberto Fernández juró por su hijo.
No hay antecedentes en la historia política de semejante planteo. Dijo que no conocía al empresario taiwanés que se quedó hasta las 2.58 horas de la mañana en Olivos y que, en los días siguientes, fue beneficiado con negocios con el gobierno. Alberto Fernández sembró sospechas sobre un amigo muerto. Dijo que no podía saber si Mario Meoni, como ministro de Trasporte, recibió al novio de una amiga de Fabiola que él conocía solamente como “El Chino”.
Alberto Fernández quiso engañar a todos los argentinos cuando, frente a las cámaras dijo que solo hubo reuniones de trabajo en Olivos. El presidente le hizo decir a algunos periodistas que la primera foto era falsa. Alberto Fernández no pidió perdón ni disculpas. Esas palabras no estuvieron en su tono falsamente compungido cuando no tuvo más remedio que reconocer lo que había ocurrido.
Encima, dijo que fue un brindis. Otra mentira. Ningún brindis dura 5 horas. Por momentos da la sensación que Alberto Fernández se siente tan impune, tan por arriba de los mortales, que no sabe ni mentir. No sabe hacer bien ni el mal. El presidente entregó a su compañera en la primera de cambio, con el solo objetivo de salvar el pellejo. Está claro que Alberto Fernández perdió el juicio, la credibilidad.
Y será la justicia la que le aplique la condena correspondiente por violar el decreto que el mismo había firmado. Amenazó a los argentinos con aplicarles todo el peso de la ley. Habló de los idiotas, y prometió que “la Argentina de los vivos que se zarpan y pasan sobre los bobos, se terminó… si lo entienden por las buenas, me encanta, si no, me han dado el poder para que lo entiendan por las malas”.
Es por ello que cabe preguntarse: ¿De qué lado está Alberto Fernández? ¿De los vivos o de los bobos? El presidente también debe decidir que, si no entiende por las buenas, el daño que hizo y se hizo, va a tener que entenderlo por las malas y dar explicaciones en los tribunales y bancarse el castigo. Es por ello que es necesario gritar en las urnas que basta de impunidad para las mentiras, la cobardía y la degradación de Alberto Fernández.