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El presidente que no fue

La política le dio la oportunidad invaluable de desprenderse del corset del kirchnerismo, recuperar al peronismo y relanzar su Gobierno

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Alberto Fernández, el presidente que no fue...
Descacharreo

Mucho se editorializó en los albores del Gobierno de Alberto Fernández sobre el presidente que podía llegar a ser. Ideas de los creadores de “un hombre de Estado”, “volumen político”, “el peronismo moderado”, “la liga de los gobernadores” y tantas otras páginas que se escribieron llenas de expresiones de deseo y de sofismos repetidos que, una vez más, no se verificaron durante los primeros dos años de mandato.

Pero sin duda el inapelable veredicto de las urnas tras las PASO del 12 de septiembre puso al presidente y su coalición de Gobierno ante una encrucijada definitiva. Como en toda encrucijada, había varios caminos para elegir. En todo caso, el recorrido que se eligiera iba a terminar de definir el rumbo de la administración nacional. El diagnóstico del Instituto PATRIA sobre la derrota en todo el país estuvo claro enseguida.

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Lo resumió Vallejos en su audio de WhatsApp y lo clarificó Cristina Kirchner en su misiva por Facebook. La salida era profundizar. La vicepresidenta movió sus fichas primero. Y, en el mismo movimiento, los socios mayoritarios de la coalición presionaron al inquilino de la Casa Rosada. No por parafrasear a Vallejos, quien acuñó esta palabra peyorativamente para referirse a Alberto Fernández, sino en el más republicano de los sentidos.

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En la carta y con su inconfundible estilo, la vicepresidenta les habló a sus votantes y a Alberto Fernández. Les mostró a sus feligreses que ella había anticipado la derrota, que conocía el camino de salida y que ya se lo había transmitido al presidente y, sobre todo, que había algunos traidores al proyecto que era necesario purgar de la estructura de inmediato. Tuvo además la inestimable cortesía de dejar por escrito quien debía ser a su juicio el nuevo jefe de gabinete.

Sin embargo, el presidente, aparentemente jaqueado como estaba, conservaba aún otras opciones. Tuvo a disposición como nunca la renuncia de todos los ministros de Cristina Kirchner, solo necesitaba el coraje de aceptarlas y la posibilidad de alcanzar un pacto de gobernabilidad con los gobernadores peronistas y también con Juntos por el Cambio, en tren de blindar la institucionalidad y la democracia.

Le sobraban ministerios disponibles para invitar al arco político a integrar el Gabinete y ser parte de un gobierno de transición al 23. Juntos por el Cambio no hubiera podido aceptar integrar el Gabinete, pero menos hubiera podido eludir la propuesta republicana de un acuerdo de gobernabilidad que incluyera un programa de estabilización conservando incluso a Martín Guzmán.

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Podía elegir ser recordado como el presidente que, rodeado por sus propios aliados y con pocas chances de ser reelecto, eligió hacer los deberes, por la patria. La política le dio la oportunidad invaluable de desprenderse del corset del kirchnerismo, recuperar al peronismo y relanzar su Gobierno. Tuvo, por última vez, la excusa perfecta para pararse en el centro de la escena, golpear fuerte la mesa y decidir al fin ser presidente. Pero la película ya la vimos, eligió una vez más ser prescindente.

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