No hay examen más difícil para un presidente argentino que la cara del Papa. Desde el 13 de marzo de 2013, aquel día en que Monseñor Jorge Bergoglio pasó a ser simplemente Francisco, cada jefe de estado tuvo que pasar por el Vaticano y someterse a esa mesa de calificación visual que aparece en las fotos oficiales. Con suerte diversa, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y, ahora Alberto Fernández.
Esta vez le fue mal al presidente argentino. Le tocó ser aplazado en la mesa examinadora a pesar de que en el Vaticano estuvieron dos funcionarios de muy buen vínculo con Francisco. En la foto aparecen el secretario de Culto, Guillermo Olivieri, y el asesor presidencial, Gustavo Beliz. Los dos trabajaron para equilibrar la decepción que le produjo la sanción de la legalización del aborto, impulsada con entusiasmo por Alberto.
El resultado estaba cantado de antemano. El encuentro terminó siendo breve (poco más de veinticinco minutos), y la cara del Papa transmitió la seriedad de esos momentos en los que las cosas no marchan como él quisiera. Es que a la ley del aborto se suma la tirantez por la situación del ministro de Economía. Hay que reconocerle al Papa que viene brindándole gestos de apoyo contundentes a Martín Guzmán.
En febrero de 2020, el Vaticano había sido la sede de un seminario internacional sobre economía en el que alentó la relación entre el ministro y la recién asumida directora del FMI, la economista búlgara y cristiana ortodoxa practicante, Kristalina Georgieva. Y eso no fue todo. El 14 de abril pasado, cuando el kirchnerismo ya concentraba su artillería contra Guzmán, el Papa le dedicó 45 minutos de atención en la Biblioteca Privada del Vaticano.
Antes de este jueves de muecas disgustadas, Alberto también había tenido su aprobación fotográfica del Papa el 31 de enero del año pasado. Aquella vez habían hablado durante 44 minutos gloriosos y, en una Argentina previa a la pandemia, todo parecía fluir en la dirección correcta. Ahora las cosas son bien diferentes y ni los frascos de miel orgánica ni el libro sobre la vida de Enrique Santos Discépolo alcanzan como obsequios para equilibrar los sentimientos papales.
De todos modos, el claroscuro de Alberto con las fotos del Papa es un resultado aceptable si se lo compara con la suerte de Macri. Todas las fotos en las que Francisco apareció junto al ex presidente lo mostraron con gestos casi al borde del enojo. No alcanzó la presencia de sus tres hijas ni la de Juliana Awada para ablandar un poco el ceño papal. En aquella imagen lejana de 2016 la pequeña hija del matrimonio, Antonia, es la que les sonríe a las cámaras.
Hay una foto del Papa que encendió ilusiones en la Argentina pero que, por algún misterio, nunca pudo consumarse. La de Francisco con los dirigentes más importantes del país. Le hubiera dado un descanso a la grieta y ese oxígeno de consenso institucional que nunca llega. Quién sabe. Tal vez haya otra oportunidad en 2023. Quizás entonces el único argentino que llegó a lo más alto del Vaticano se permita el milagro de sonreír.