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El relato de un presidente fuera de foco

La presentación de Alberto Fernández ante el Congreso estuvo cargada de chicanas y sinsentidos junto a un sinfín de frases que no le interesan absolutamente a nadie

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Alberto Fernández
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Opinión. “Lo que nos dejó la semana

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La semana que se fue para ya no volver tuvo como protagonista al Presidente Alberto Fernández que entre el descrédito y los fulminantes resultados que arroja su gestión, brindó su discurso anual en el Congreso Nacional ante la Asamblea Legislativa. Sus palabras no escaparon a la mediocridad que ha tenido hasta aquí su gobierno. Hay cuestiones como el cierre de la grieta, anuncios que tornen a la Argentina en un país viable.

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Otras como frases que nos acerquen al mundo civilizado y den algo de cordura a nuestra política internacional, el impulso de leyes que generen empleo y previsibilidad y el discurso de un líder que nos lleve a otro nivel no estuvieron en el menú de Alberto Fernández. Muy por el contrario, el discurso fue propio de un Presidente que no convive con la realidad, estuvo cargado de chicanas y sinsentidos junto a un sinfín de frases que no le interesan absolutamente a nadie.

Con una expresión triunfalista el primer mandatario descartó reformas en el plano laboral y en el plano previsional. En un país donde el 75% de los jubilados y pensionados cobra menos de 32.700 pesos (algo así como 30 kilos de carne al mes o 12 litros de leche por día), donde la gran mayoría no logra vivir dignamente, donde además la fórmula de ajuste jubilatorio no contempla para el recálculo trimestral la variable inflación.

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Y donde además nos encontramos dentro del grupo de países que tristemente cuentan con los peores sistemas previsionales, el Presidente descarta exultante una reforma del sistema que pueda modificar esta cruel realidad. Parece que el Presidente es feliz evitando una reforma laboral. Solo en su mandato se han perdido más de 20.000 empleadores. Las empresas huyen de Argentina y las que están, lejos tienen las intenciones de contratar trabajadores.

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Probablemente las explicaciones sean muchas, pero entre ellas se destacan las intrincadas leyes laborales, esas que son responsables de que el 40% de los trabajadores del país posean un empleo no registrado. Parece que Alberto Fernández no está viendo la realidad de lo que ocurre algunos metros más allá de su limitada visión. El sector privado pide a gritos una reforma laboral mientras el Presidente aparentemente no entiende bien los porqués.

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Más de una década pasó sin que Argentina haya logrado generar un solo puesto de trabajo en el sector privado formal. Sin embargo, para Alberto Fernández esto no parece ser una buena (ni suficiente) razón para preguntarse qué es lo que está verdaderamente mal en el plano laboral. En la semana que se esfumó para no retornar, otro de los puntos fue la “deuda heredada”, el FMI y todos los supuestos responsables de que hoy estemos como estamos.

Curioso relato el del Presidente cuando en estos poco más de 26 meses ha incrementado la deuda del Estado nacional en algo más de 52.000 millones de dólares (algo así como un 20% más del préstamo tomado con el FMI en el año 2018). Incluso a este ritmo de endeudamiento, el 10 de diciembre de 2023 cuando el actual mandatario le entregue el poder al nuevo Presidente la deuda se habrá incrementado en casi 90.000 millones de dólares.

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Lo que de por sí implicará que la deuda habrá aumentado en algo más del 25% durante la actual gestión. Un número nada despreciable para quién hizo de la deuda heredada el enemigo a vencer. Otro de los aspectos relevantes fue el que refiere al gasto público, el Presidente jura que no va a existir reducción alguna del gasto público. Lo interesante es que no plantea una reforma laboral que genere crecimiento.

No plantea una reforma previsional que pueda mejorar la sostenibilidad del sistema previsional y tampoco plantea un ajuste del gasto público, esto tiene una sola conclusión y es que se vienen nuevos impuestos en la República Argentina. Parece sencillo, Alberto Fernández no piensa hacer absolutamente nada, por lo que, si materializa un acuerdo con el FMI, los esfuerzos que implique éste los hará nuevamente el sector privado.

En la semana que se extinguió para jamás retornar, el eslogan “hay que transformar planes sociales en trabajo” también se utilizó en este discurso. Trillada frase si las hay. El Presidente no entiende que Argentina no funciona, no se crea empleo como para absorber absolutamente a ninguna persona que posea un plan social. Es una verdadera pena que en el discurso ante la Asamblea Legislativa el Presidente Alberto Fernández no haya tenido palabras.

Palabras que representen a la mayoría de los argentinos que quieren vivir en un país mejor, y que su exposición solo haya sido un conjunto de frases, palabras y expresiones que nos condenan a seguir viviendo en una Argentina cada vez más alejada de la normalidad. Por otra parte, aparentemente el entendimiento con el FMI es un hecho. Nadie sabe a ciencia cierta si el mismo tendrá la suficiente fuerza como para lograr atravesar victorioso el Congreso Nacional.

O si en tal caso la Argentina podrá dar cumplimiento a las metas de corto y mediano plazo plasmadas en el principio de acuerdo con el organismo. Si el acuerdo con el FMI no llega a bien puerto y Argentina definitivamente entra en default con el organismo, las consecuencias serán absolutamente impredecibles. El acuerdo con el FMI en última instancia es un paso necesario e inevitable para que Argentina siga respirando, con dificultad, pero respirando al fin.

Por lo que no vale la pena aquí plantear el escenario apocalíptico sino más bien que es lo que enfrenta el Gobierno nacional por delante a partir del entendimiento definitivo. Desde que asumió Alberto Fernández tuvo tres grandes enemigos que lo acompañaron durante toda su gestión: el ex Presidente de la Nación Mauricio Macri, la pandemia y el Fondo Monetario Internacional.

Los primeros dos enemigos del Presidente van quedando en el pasado. Independientemente de los errores que cometió Mauricio Macri mientras estuvo al mando del ejecutivo, lo cierto es que ya ha pasado demasiado tiempo para seguir responsabilizándolo de todos los males del país. La pandemia de a poco va quedando atrás, con lo nefasto de la política sanitaria, entre cuarentenas eternas que destruyeron la economía del país.

Hasta vacunatorios VIPs que condenaron a muerte a miles de personas que no recibieron su vacuna en tiempo y forma. Este enemigo, además –por exclusiva responsabilidad del gobierno- ha pulverizado la imagen presidencial y hasta ha sido determinante en las elecciones de medio término del año 2021 donde el oficialismo perdió de manera contundente. El tercer enemigo público del gobierno ha sido el FMI.

Una deuda “impagable” a la que se la responsabilizó (y se la responsabiliza) de ser la verdadera culpable de nuestra decadencia. Una deuda que aparentemente no nos dejaba crecer y que no les permitía a los pobres de argentina salir de tal situación. Bastante curiosa la acusación: solo se abonaron de la deuda original unos 4.000 millones de dólares, nada que pueda impactar realmente en nuestro nivel de actividad o en nuestros alarmantes niveles de pobreza.

Lo cierto es que si efectivamente los pagos cuantiosos al FMI en vez de tener que efectivizarlos a partir de este 2022 se deben hacer a partir del 2026 (o al menos es lo que se filtró del entendimiento con el organismo) esto significa que la deuda con el Fondo ya no es un tema que nos impida nuestro despegue. A partir de aquí Alberto Fernández y el resto de los funcionarios que lo secundan ya no tendrán excusas.

El FMI ya no es un problema, Mauricio Macri ha quedado demasiado atrás y la pandemia se está poco a poco apagando. Los caminos son dos: encontrar un nuevo y estimulante enemigo que nos siga entreteniendo y nos haga evitar afrontar la verdad, o hacer lo que se debe hacer en materia de reformas estructurales para intentar torcer las expectativas. Uno de los caminos está descartado.

El Presidente no para de festejar exultante el logro de no haber tenido que ceder –en el marco de la negociación con el FMI– y haber logrado evitar una reforma jubilatoria y una reforma laboral. También se mostró feliz por no tener que ajustar el gasto público. Es increíble que el Presidente de la Nación festeje jubilados pobres y 40% de informalidad laboral. Es evidente que el Presidente no pretende modificar nada.

Menos aún quiere bajar el estrepitoso nivel de gasto público, y que el camino que decidirá recorrer será aquel que lo tope con un nuevo enemigo, tal vez el único que quede: el vapuleado sector privado. Cada uno de los cuentapropistas, pymes y empresas que aún queden en pie en la Argentina serán quienes sufran el nuevo embate oficial. En la batalla se los aumentará la presión fiscal, las regulaciones y las prohibiciones.

En ese sentido, acusándolos de la inflación y la falta de empleo, intentando así disimular algo que ya no se puede ocultar. Es decir, la inutilidad del gobierno, el peor desde la vuelta de la democracia en 1983. En definitiva, esperemos que este no sea el paso definitivo hacia una Argentina eternamente pobre como quedó plasmado en el discurso de Alberto Fernández en la semana que se retiró para nunca más volver.

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