Adolfo Francisco Scilingo tiene 72 años y está detenido hace veinte. Trabaja 79 horas y media por semana como ordenanza en un almacén de objetos retenidos y cobra 279 euros por mes. Era militar, recibido como teniente de fragata, había nacido el 28 de julio de 1946 en Bahía Blanca. Fue condenado como ex capitán por su implicación en dos vuelos de la muerte: en la primera quincena de junio de 1977 transportó a 13 personas y un sábado de agosto de 1977 llevó a otras 17. La pena otorgada en 2007 es de 1.084 años: le quedan otros 1.073 de prisión.
Es el primer militar argentino condenado por un tribunal extranjero. Desde 2016 goza de salidas transitorias para visitar a su familia en un pueblo de las sierras españolas. Recibió un permiso penitenciario para ser entrevistado por Voz Pópuli, un medio local. Acudió preparado a la cita: una hora y media de anticipación y nueve carpetas con documentación para respaldar sus versiones. Respondió muchas veces con gritos, interrupciones y chicanas.
El represor negó su participación en la última dictadura militar argentina, la más sanguinaria de todas. Dijo que las acusaciones en su contra son un invento: “El tribunal supremo me condenó por delitos de asesinatos… de nadie. No han logrado hasta ahora que alguien me diga a quién asesiné. Usted me pide que le pida perdón a las víctimas y entonces yo le digo: dígame quiénes son mis víctimas y yo les pido perdón”. El periodista le remarcó la percepciones del juez que lo condenó a 1.084 años de cárcel por treinta asesinatos más una detención ilegal y la complicidad de otras 255 detenciones ilegales: frialdad hacia los por los que fue condenado y ausencia de empatía con las víctimas. “¡Cómo voy a tener empatía con alguien que no existe! ¿Usted tiene empatía con la gente que mató?”, contestó exacerbado.
En su estrategia de defensa, interpuso las diferencias procesales entre la justicia argentina y la española: “Estoy condenado por treinta asesinatos sin que yo sepa quiénes son los asesinados. El juez reconoce que no sabe quiénes son mis víctimas. La justicia argentina estudió el auto de procesamiento mío y dijo que no hay casos concretos ni hechos concretos y que no hay ni fechas ni víctimas”. Las discrepancias generó un punto de discordia. “¿Usted tiene un cierto resabio imperialista?”, ironizó Scilingo. “Ni por asomo”, respondió el periodista. “¿Entonces por qué cree más en los jueces españoles y no en los argentinos?¿Cuántos condenados por las torturas en el Franquismo hay en España? Ninguno. ¿Se quiso investigar en Argentina? Sí. ¿Qué pasa? No, a los torturadores españoles no los toquemos. ¿Cuántos presos hay en Argentina por esto? ¡Cientos!, ¡Cientos!. Porque la justicia argentina actuó”.
“Soy el argentino más investigado de los últimos años“, asumió con aires de arrogancia. Luego, respondió con el mismo espíritu confrontantivo y volvió a excusarse de las acusaciones valiéndose de un dictamen de inocencia: “Tengo una sentencia judicial argentina que dice que no existe ningún hecho concreto de casos concretos. Si usted es un imperialista que cree que los argentinos somos menos que los españoles, estoy de acuerdo, usted confía en la sentencia española, pero yo confío en la sentencia argentina que condenó a todos los que tenía que condenar a diferencia del imperialismo español que no condenó a ninguna de las barbaridades hechas por el franquismo ni por los republicanos”.
Dijo, a su vez, no estar arrepentido de su rol durante el proceso porque era un tema político que le era ajeno, pero sí apena haberle reconocido algunas “circunstancias” a personas que él consideraba serias y que derivaron en su detención. Desacreditó su propia revelación en 1995 cuando en otra entrevista contó detalles de la mecánica de los llamados vuelos de la muerte. El periodista le recordó sus palabras: “‘Cuando recibí la orden fui al sótano donde estaban los que iban a volar, allí se les informó de que iban a ser trasladados al sur y por ese motivo se les iba a poner una vacuna, se les aplicó una dosis para sedarlos, así se los adormecía’. Usted explicaba la mecánica de los vuelos de la muerte”.
Scilingo contestó que en ese entonces le habían pedido que contara “la fantasía más grande del mundo” y respondió con una pregunta el pronunciado del entrevistador: “¿Qué quiere que le cuente también cómo maté a la gente de Paracuellos (ejecuciones masivas durante la guerra civil española)? Se lo inventó en dos minutos. ¿Quiere que hagamos un libro? Si eso es una tontería”. “¿Entonces cómo eran?”, le consultó. La contestación del represor fue esquiva: “El procedimiento era totalmente distinto. El problema era, primero, los reglamentos militares vigentes, se pusieron en ejecución a partir de la orden del decreto presidencial de febrero del 1975 en Tucumán. Esos reglamentos los escribieron los militares argentinos con el asesoramiento de los profesores franceses que empezaron a dar clase sobre guerra antisubversiva. El procesamiento era por fusilamiento. Se anularon porque España había tenido serios problemas con el Vaticano como consecuencia de los últimos fusilamientos que creo que fueron en Burgos. Entonces la orden dada por María Estela Martínez de Perón fue que no se fusilara y se adoptó el procedimiento de una inyección mortal. Venía el médico y un enfermero entraba a donde estaba el que iban a ejecutar, le aplicaba una inyección y quedaba el cadáver. Alrededor de 30 cadáveres los arrojan a Río de la Plata desde un DC-3 en varios vuelos, son recuperados por el Gobierno uruguayo y las autopsias confirman que han muerto por envenenamiento”.
Estos procedimientos datan, según la teoría de Scilingo, dos años antes de su ingreso a la ESMA: según la sentencia de la justicia española en diciembre de 1976; su propia versión estuvo en la Escuela de Mecánica de la Armada desde el 7 de febrero de 1977 hasta el 16 de marzo de 1978. A pesar de que ese plazo coincide con los vuelos de la muerte en los que está implicado, dijo que jamás lo dejaron participar porque escondía un asunto personal. “Se me preguntó varias veces por qué tenía un problema con Emilio Eduardo Massera. El problema personal con Massera es que ordenó a los grupos operativos de la Armada que buscaran a mi hermana, que era integrante de un grupo montonero“.
Por eso dijo que no tuvo incidencia alguna en los sucesos de la dictadura y que hasta día de hoy odia a Massera. “Fui el único militar que, en vivo y en directo, ¡en vivo y en directo!, mientras yo estaba en un canal de televisión le dije que era un cobarde porque no publicaba la lista de los desaparecidos. La tiene el gobierno argentino“. Confesó que le costó mucho trabajo asumir que su hermana era montonera y comparó: “Era como que un guardia civil asumiera que tiene un hermano etarra”. “Cuando en 1973 yo era teniente de fragata, dos oficiales me llamaron y me dijeron que mi hermana era montonera. Ella pasó a la clandestinidad con un bulto en el pecho. Desapareció y llamaba de forma puntual a mi madre. Murió con una metástasis que le ocupaba todo el cuerpo”, agregó.
Scilingo precisó, además, que hubo extranjeros convocados para colaborar con la Fuerzas Armadas argentinas. Puntualiza el caso de los españoles: “Vino un grupo de tres personas, uno era el jefe de operaciones del grupo operativo y dos personas más, una de ellas una muy locuaz que dijo llamarse ‘el gallego'”. El represor argentino leyó uno de sus documentos para certificar su información: “Se presenta como español y dice pertenecer a la Armada Española y enviado personal del Rey de España para colaborar en la lucha contra la subversión por su experiencia contra ETA”. Según su declaración, militares españoles fueron convocados para enseñar a torturar a la ESMA. “En los reglamentos figura los interrogatorios bajo acción compulsiva”, dijo y explicó: “Figura tortura, directamente”.