Los números abruman, se los mire como se los mire, pero nada habla más claro que las cifras del INDEC sobre el enorme, indescifrable zafarrancho con los precios que está dejando la actual versión del kirchnerismo. Esto es, el kirchnerismo que en medio del descontrol lleva de candidato presidencial al mismísimo ministro de Economía. La realidad canta que los llamados Precios Justos nunca regularon nada ni sirvieron para bajar nada. Son lo que hoy son: una lista que apenas representa el 2,28% de los 320.000 precios que mensualmente releva el INDEC y que, en el punto más alto de la serie, sólo llegó al 13%.
De esto y de la gestión kirchnerista a propósito “de lo que más importa en la vida de los argentinos” vuelven a hablar las estadísticas oficiales. Dicen que durante el tiempo que lleva el gobierno de Cristina Kirchner y Alberto Fernández la llamada inflación núcleo, esto es, la que no está sometida a controles del Estado, fue del 758% y del 450% la regulada, que refleja el efecto o lo que sea de los precios acordados. Diferentes, pero próximos en las magnitudes, el nivel general del índice del INDEC liso y llano señala 702% para el mismo período y el costo de los alimentos y bebidas, nada menos que 806%.
Por donde se mire salta la misma conclusión, aunque no sorprenda a nadie: el fracaso de los controles de precios que es, a la vez, la única herramienta antiinflacionaria que parecen conocer buena parte de los kirchneristas que han conducido la economía durante esta y otras temporadas. Una rareza de la actual versión de los Precios Justos, en más de un sentido envidiable, es la contrapartida que el Gobierno ofrece a quienes participen del acuerdo.
Significa acceso a los dólares oficiales de $ 350 libre de cargas impositivas, para pagar importaciones imprescindibles en los ciclos productivos. Otro dato de la misma familia aparece en el modo, inevitablemente sospechado de discrecionalidad, en que se maneja el ordenamiento y la selección de los favorecidos. Y uno más, las oportunidades que alimenta la brecha del 150 hasta del 170% que separa al tipo de cambio oficial de los dólares financieros o alternativos, en un país donde la escasez de divisas sale muy cara.
El telón de fondo detrás de las presiones sobre el dólar oficial y las reservas, más las especulaciones recurrentes alrededor de alguna nueva devaluación, se llama retraso cambiario. Para el caso, la diferencia de 218 puntos porcentuales que hay entre la inflación del 702% acumulada desde fines de 2019 y el 484% que aumentó el tipo de cambio oficial también desde fines de 2019. Además del zafarrancho de números, el dato común en todo el panorama está en las distorsiones de los precios relativos y más que en las distorsiones mismas en las magnitudes que alcanzan.
Como se ve claramente en el dólar oficial, las tarifas y en el caso de los precios regulados que no regulan nada. Y si el punto son los rezagados, ahí están los salarios, que acumulan seis años barranca abajo. Según estimaciones de consultoras, los ingresos de los trabajadores registrados, en blanco y amparados por paritarias, retrocedieron alrededor del 20% real en esos seis años. Y arriba del 40% los que se pagan en el precario mundo de 5,4 millones empleados en negro, sin aportes a la jubilación ni paritarias, y cuyos sueldos son la mitad de los que se cobran del otro lado de la frontera laboral. No más números para este boletín. Es lo que hay, y no es poco.