Opinión:
Sergio Massa podría haber sido electo presidente de la Nación en 2019, pero su propia ansiedad -que es más fuerte que su gran ambición, lo cual es decir mucho-, lo traicionó y quedó por el camino.
Si hubiese podido mantenerse con paciencia como un jefe de la oposición dialogante y con críticas civilizadas durante los cuatro años de la presidencia de Mauricio Macri habría sido el candidato ideal del justicialismo y hasta, tal vez, con el plus de no tener que cargar con el salvavidas de plomo del kirchnerismo, que padece desde hace dos años y medio Alberto Fernández y que ya ha empezado a horadar la gestión del nuevo ministro de Economía.
Macri le tendió una mano al principio de su gobierno y lo llevó a la cumbre de Davos. Durante el primer año de esa gestión puso mucho de su parte y de sus representantes en el Congreso para que salieran leyes claves que necesitaba el Gobierno. Después empezaron los cortocircuitos y la lucha de egos con el mandatario de entonces, quién lo hundió con el rótulo de “ventajita”. Enseguida hizo una inexplicable alianza con Margarita Stolbizer (una ensalada ideológica y gran pérdida de tiempo para ambos, que nadie entendió). Llegó sin nafta al recambio presidencial de 2019 y no le quedó otra que hocicar ante el surtidor de Cristina Kirchner, a la que tanto había combatido. Pero la opción era peor porque ponía a su espacio en riesgo de extinción.
Por ansioso perdió aquel tren y por sus renovadas ansias precoces ahora se tomó un tren tristón: el convoy tortuga (40 km por hora; evitar asociaciones con el “tren bala”, que Néstor Kirchner prometía en los albores de su gestión) que une Cañada de Gómez con Rosario, junto con el menguante presidente de la Nación.
Sobre llovido mojado, no pudo resistir acercarse a un grupo de personas que lo llamaban y recibió un escrache antológico (en una semana que contó con varios más contra Ginés González García, Juan Grabois, Pablo Moyano y Mirta Tundis, entre otros, un tipo de protesta deleznable, cualquiera sea el atacado, pero que evidencia la temperatura del enojo social).
Las imágenes que coleccionó el nuevo funcionario en su primera semana de altísimo perfil fueron degradando sin remedio con el correr de los días.
Primero consiguió la figurita más difícil: Cristina Kirchner accedió a fotografiarse con él, distinción de la que no gozaron sus dos inmediatos antecesores (Martín Guzmán y Silvina Batakis).
No fue gratis: una vez más debió ir al pie y apersonarse en el despacho de la vicepresidenta en el Senado. Con indisimulable maldad, ella emuló a su admirado Vladimir Putin cuando recibió al presidente francés Emmanuel Macron, cada uno en la punta de una larga mesa, bien lejos. Hizo lo mismo con Massa para marcar distancia y dejó que la cámara tomara un primerísimo plano de la sonrisa incómoda del visitante, mientras ella al fondo era pura sonrisa. Aun con esos condicionantes, no dejaba de ser un triunfo simbolizar cierto aval de la socia fundadora y con más poder dentro del Frente de Todos, pero hasta ahí, como evidencian las dificultades para nombrar al nuevo secretario de Energía y al viceministro.
Luego vinieron postales de la asunción fastuosa con 500 invitados, y déjà vu menemista, fusión de círculo rojo y oficialismo, con ausencias explícitas de Cristina y Máximo Kirchner. Y con el Presidente, más gris que nunca, haciéndose humo enseguida del juramento para no quitarle protagonismo a la nueva estrella del poblado firmamento de las promesas incumplidas. El pogo de la primera dama económica, Malena Galmarini y de su clan demostró que son más ansiosos que el propio Massa, que a la distancia debió reconvenirlos gestualmente porque resulta riesgoso mojar la oreja del ultrakirchnerismo, máxime habiendo tantos choques en puerta con el ala más áspera de la alianza gobernante. Siguió la foto, muy cómodo, en la conferencia de prensa, con aires de “habla al país el superministro” que desmintió ser con falsa modestia, aun cuando su entorno había operado fuertemente sobre algunos medios para que ese giro se impusiera desde el vamos en las coberturas periodísticas.
Otra imagen cuasipresidencial para su álbum triunfal fue al día siguiente sentado en la cabecera de una larga mesa, repleta a los costados de sus colaboradores inmediatos. Quiso también una instantánea para el recuerdo con los jerarcas de la Mesa de Enlace, pero no le dieron el gusto. “No queremos una reunión para la foto”, lo despacharon haciéndole saber que conocían bien sus puntos débiles.
El viernes sorprendió: decidió inmolarse como mudo actor de reparto y sombra del presidente sombrío en un tren enclenque, y fue fácil presa de los escrachadores que viralizaron su hazaña en las redes sociales (América 24 censuró ese video).
¿Realmente está “en control” Sergio Massa? ¿Hacia dónde se dirige?
Por: Pablo Sirvén