“Un tirón de orejas por mi cumpleaños”, contó a Infobae Jovina Luna, sobre lo último que recuerda de su hermano Hermindo Luna, diez años mayor que ella.
En septiembre de ese fatídico 1975 Jovina -que cumplía 11 años el mismo día que mataron a su hermano- le había pedido a su padre, Jesús Esteban, como regalo un viaje en tren, ya que no lo conocía.
Convinieron en ir a visitar a Hermindo, que estaba en el cuartel. Ese 1 de octubre le dieron una grata sorpresa. Estuvieron juntos un rato y cuando se despidieron el chico le dio a Jovina ese tirón de orejas típico de los que cumplen años. “Que lo pases bien -le deseó- y decile a mi viejita que pronto voy a ir a verla”.
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]Su papá y su hermana serían los últimos de la familia que lo vieron con vida.[/su_highlight]
Trabajar en el campo
Los Luna eran una familia humilde. En un principio vivían en el Paraje Lamadrid, del departamento Patiño, a 30 kilómetros de Las Lomitas, muy cerca de la frontera con Paraguay.
Era un punto perdido en el mapa de dos o tres casas precarias donde ni había luz. El padre albañil se las arreglaba con changas, mientras que la madre, Secundina Vázquez, era ama un casa que amasaba panes para vender por la zona. Así criaron a 13 hijos -10 varones y 3 mujeres- que a medida que crecían ayudaban en la economía familiar.
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]Hermindo había nacido el 26 de junio de 1954 y creció sintiendo amor por el campo: lo que más le gustaba era trabajar con los animales. Aprendió a ser hábil para manejarse en el monte y, ya en su infancia, forjó una fortaleza que sorprendía.[/su_highlight]
Con el tiempo, los Luna se mudaron a Las Lomitas, donde también colaboraba en sembrar para el sustento familiar. Cuando creció, con dos de sus hermanos mayores, Nicasio y Mario, construyeron un horno de ladrillos. En uno de los momentos de descanso, se dieron el gusto y se tomaron una foto. Se lo ve a Hermindo, sonriente, el primero desde la izquierda, con pantalones claros. Es una de las pocas fotos que guarda su familia.
No había podido ir a la escuela, ya que donde había nacido en un paraje donde no había ningún establecimiento educativo cerca. Además, el trabajo estaba primero. Sin embargo, se esforzó por estudiar y a los 18 pudo terminar la primaria en la nocturna de Las Lomitas.
Le gustaba ir al cine a ver películas de acción y en sus ratos libres se sentaba a dibujar y pintar, en cualquier papel que encontraba. “Lo hacía muy bien. Cuando yo era chica con mis hermanos veíamos esos dibujos y los rompíamos, de puro traviesos que éramos. Qué arrepentida estoy de no haberlos conservado”, se lamenta Jovita.
Sin embargo, aunque le rompían los dibujos, Hermindo nunca se enojaba con sus hermanos, “era muy compinche”, recuerdan.
Le gustaba el fútbol y era hincha de River, pero no tanto por fanatismo sino porque ese era el cuadro de su madre, por quien tenía devoción. Su padre y hermanos eran de Independiente, pero nunca lograron torcer su amor por la camiseta de los millonarios.
No tenía demasiados amigos, pero todos eran muy unidos. También tenía una novia, a quien no veía demasiado, por culpa de las tareas del campo y porque el horno de ladrillos estaba lejos de su casa, cerca de un espejo de agua indispensable para la elaboración de ladrillos.
Al servicio militar
Cuando llegó el día del sorteo del servicio militar, Hermindo tenía la ansiedad a flor de piel. Toda la familia rodeó la radio. Por el número que salió, supo que le correspondía Ejército. Estaba nervioso de que lo destinaran a otra provincia como le había ocurrido a uno de sus hermanos, que debió hacer la colimba en la Marina, en la lejanísima ciudad de Buenos Aires.
Cuando le avisaron que su destino sería el Regimiento 29 de Formosa, se alegró. Se quedaría en sus pagos.
El día que partía para incorporarse al Ejército, toda la familia se levantó más temprano que de costumbre. Lo acompañaron hasta la estación del tren y lo despidieron. Lo recuerdan feliz agitando su mano por fuera de la ventanilla.
En junio tuvo unos días de licencia, que aprovechó para visitarlos. Y luego, nuevamente, partió hacia el cuartel. Sus superiores lo evocan como una persona siempre dispuesta y que disfrutaba atender la caballeriza, ya que le permitía estar en contacto con los animales.
El ataque
Ese domingo 5 de octubre de 1975, después de almorzar, los conscriptos habían jugado un partido de fútbol y se encaminaban a las duchas.
Entre ellos estaba Marcelino Torales, albañil, un chico humilde y peronista que soñaba con ser cantante como Sandro. Pero también, entre ellos, había un traidor: Luis Mayol, un santafecino que estudiaba Derecho y que era un militante montonero. Fue el que le abriría el portón de entrada a 5 camionetas con una treintena de montoneros que llegaban dispuestos, a sangre y fuego, a tomar el Regimiento.
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]Era la Operación Primicia, el bautismo de fuego del Ejército Montonero en pleno gobierno democrático de Isabel Perón.[/su_highlight]
Los montoneros también asesinaron a Edmundo Sosa, un joven que había cedido su franco a otro soldado porque su compañero necesitaba viajar a Clorinda para ganarse unos pesos acarreando bolsas de harina. El destino lo convirtió en una víctima del horror.
Los terroristas abatieron al sargento Víctor Zanabria que intentaba operar la radio para dar la alerta. [su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””] Otro grupo asesinó a sangre fría a 5 conscriptos que dormían. [/su_highlight]
Cuando se dirigieron a otra de las cuadras donde descansaban soldados, [su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””] se toparon con Hermindo Luna, que a sus 21 años hizo frente a 5 montoneros. [/su_highlight]
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]Hermindo los ve armados con sus FAL. Le gritan con furia: “Rendite, dame el arma, que la cosa no es con vos”. Luna se pone en alerta y lanza la frase en la que deja grabada todo su valor y amor por la Patria: “¡Acá no se rinde nadie, mierda!”.[/su_highlight]
Una ráfaga de ametralladora lo partió en dos. Cayó muerto sin soltar su fusil.
Los disparos alertaron a sus compañeros que hasta ese momento dormían una plácida siesta,
Algunos soldados intentaron refugiarse en los baños y los montoneros les arrojaron granadas por las ventanas.
El soldado Mayol guió a los atacantes hasta el depósito de armas, ya que el objetivo del ataque era robarlas, pero encontraron una tenaz resistencia de conscriptos.
Luego de hacerse con 18 FAL y un FAP –un número increíblemente bajo- emprendieron la retirada, temiendo que los refuerzos no demorarían en llegar. Los montoneros sufrieron varias bajas, producto del fuego de una ametralladora que los soldados habían dispuesto cerca del mástil. Uno de los muertos sería el propio Mayol, a quien su fusil se le había trabado al intentar matar al subteniente Massaferro.
Escaparon en un Boing 737 y aterrizarían en un campo por Rafaela, y en un Cessna 182 con rumbo a Corrientes.
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]En el regimiento quedaron 24 muertos, 12 por cada lado. Fallecieron el subteniente Ricardo Massaferro, el sargento Víctor Zanabria, que dejó una esposa y dos hijos, y los soldados Antonio Arrieta, Heriberto Ávalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torantes, Alberto Villalba y Hermindo Luna. También murieron tres civiles, ajenos a la acción.[/su_highlight]
“Un día que nunca olvidaré”
Ese mismo día, en la casa de los Luna, era todo alegría. La familia se había reunido para festejarle los cumpleaños del padre, que había sido el día 1, y a Jovina, que los cumplía ese día. Comieron empanadas y asaron un chivito.
La noticia la recibirían al día siguiente. En el pueblo no había teléfono y el único enlace eran los radioaficionados, que solían contactarse con el puesto local de Gendarmería. “Fue un día que nunca más olvidaré”, nos dice Jovina.
[su_highlight background=”#FAFA05″ color=”#000000″ class=””]Fue su hermano Remigio quien recibió, en su trabajo, el telegrama que comunicaba del fallecimiento de Hermindo. A los tres días el cuerpo llegó a Las Lomitas. Lo velaron en la casa, a cajón cerrado. En el pueblo no existían las casas fúnebres. No pudieron verlo por última vez y la familia debió consolarse con abrazar el féretro.[/su_highlight]
Su hermana aún recuerda como si fuera hoy la cantidad de gente que se acercó, así como la fila interminable que los acompañó hasta el cementerio.
Su padre Jesús fallecería en 2003 y su madre Secundina, tres años después. Uno de sus tantos sobrinos lleva su nombre, y a uno de sus hijos Jovina siempre le dice “cómo te parecés a tu tío”. Porque todos saben cómo murió Hermindo, pero también deben saber cómo vivió.