Una ironía que atraviesa hoy al peronismo: su principal candidato presidencial no pudo todavía organizar un acto en La Matanza, bastión histórico del partido. “Massa ya nos cagó dos veces”, justifican su enojo dos dirigentes del Movimiento Evita con influencia en el municipio. Uno de ellos fue el que se encargó la semana pasada de hacer llegar el mensaje a la cima del poder para advertir que el ministro-candidato no era bienvenido en el distrito más poblado de Buenos Aires.
En un clima enrarecido, Unión por la Patria (UP) suspendió de un día para otro la caravana militante que había imaginado el sábado pasado como el relanzamiento de la campaña tras haber sellado un acuerdo fugaz con el Fondo Monetario Internacional (FMI) hasta después de las PASO. Un antecedente de hace diez años terminó de convencer a Massa de que lo mejor era no ir. En el Frente Renovador recuerdan todavía cuando en la campaña de 2013 fueron agredidos con piedras y huevos en una emboscada orquestada por barras de Almirante Brown. “Massa ahora es parte. Antes era opositor. Eso ahora no iba a pasar”, asegura un dirigente que conoce a la perfección el ajedrez político del municipio, que es clave porque cuenta con más de un millón de personas en condiciones de votar.
El origen del malestar del Movimiento Evita con Massa es porque interpretan cierto favoritismo del ministro de Economía con Fernando Espinoza, el intendente que es desafiado en la interna municipal por Patricia Cubria, esposa de Emilio Pérsico, el referente de la agrupación oficialista que administra decenas de miles de planes sociales y que trabaja para desbancar al caudillo matancero. A puro cálculo, Massa gestionó un encuentro con Cubria, pero bien lejos del territorio. La recibió el miércoles en su despacho del Palacio Hacienda antes de viajar a Córdoba. Fue una reunión protocolar que sirvió para poner paños fríos. La verdadera batalla de Cubria es con Espinoza, el favorito para reelegir, aunque esta vez calculan en su entorno que no sería por la amplia diferencia con la que se impuso otras veces. Es probable que el próximo Concejo Deliberante tenga una composición más equilibrada, ya que se renuevan 12 de los 24 cargos, de los cuales nueve son del oficialismo y tres de Juntos por el Cambio. Cubria seguramente ubicará un concejal propio, que sería Gabriel Aranda, dirigente del Partido Revolucionario Comunista y presidente del Deportivo Laferrere. Aranda no se imagina en el bloque como aliado de la tropa de Espinoza.
La pelea entre Espinoza y Cubria sería la razón que por ahora impide al oficialismo organizar un acto en un municipio donde históricamente mandó el peronismo. Axel Kicillof es el más interesado en forzar una unidad y por eso envió intermediarios políticos y sindicales para explorar un acuerdo para la semana final antes de las elecciones. En el kirchnerismo barruntan que el cierre de la campaña bonaerense podría ser allí. Hay otras opciones, como hacerlo en Merlo o La Plata, pero surge una imperiosa necesidad de agrupar en un sitio simbólico a los intendentes del conurbano, algunos de ellos preocupados porque perciben en las mediciones preliminares que su potencial electoral no sería el de 2019, cuando Alberto Fernández derrotó a Mauricio Macri.
Hasta el jueves último, Cristina Kirchner se había mantenido lejos y en silencio. Su hijo Máximo incluso le había demandado mayor involucramiento en la campaña. La pasividad alimentó versiones que circulan entre operadores peronistas que orbitan cercan de intendentes y gobernadores: que el aparato kirchnerista estaría funcionando a media máquina o jugando para Juan Grabois. La vicepresidenta eligió reaparecer con un video en redes con Espinoza, a quien elogió por diferentes proyectos de infraestructura e inversiones en La Matanza. ¿Fue un mensaje para Cubria y Pérsico? “Ella es la que ordena, algo quiso decir con esa publicación”, interpreta un aliado del jefe matancero. Massa contuvo a Cubria y Cristina apalancó a Espinoza, el dirigente que maneja el aparato en el distrito desde 2005, cuando reemplazó a Alberto Balestrini.
La propuesta electoral de Sica empujó a las centrales sindicales a involucrarse más activamente en la campaña de Massa, planteando abiertamente la disyuntiva sobre los modelos en pugna y la posible poda de los derechos laborales en caso de un triunfo opositor. La participación casi a pleno de los gremios no se limita a la defensa retórica: son cada vez más los sindicatos que aportan fondos para financiar la campaña del ministro-candidato, según reconstruyó LA NACION a partir de fuentes sindicales confiables. Además, en un intento de darle pelea a la apatía electoral, hay dirigentes gremiales que reparten las boletas de UP en las fábricas y que se comprometieron a movilizar personas el día de la votación.
El martes próximo la CGT le levantará la mano a la fórmula oficialista en un acto en el estadio Direct TV Arena, en Tortuguitas. Será un encuentro con sello peronista, musicalizado con bombos y trompetas, que se espera que callen cuando Massa brinde uno de sus últimos discursos antes de ir a las urnas. Dirá que no avanzará con una reforma laboral, defenderá el modelo sindical vigente y garantizará las paritarias como mecanismo de negociación salarial. La inflación y el ajuste serán una suerte de tema tabú, aunque en su entorno aseguran que habrá alguna mención como la de la semana pasada, cuando en La Rioja manifestó su deseo de ser “el presidente que derrote a la inflación”. Su aspiración está lejos del objetivo en su rol de ministro: cuando llegó al Palacio de Hacienda, en agosto de 2022, la inflación acumulaba un 71% interanual; hoy alcanzó un 115,6% en 12 meses.
Héctor Daer, uno de los tres jefes cegetistas, descartó esta semana poner la guardia en alto ante la escalada de los precios. Mientras tanto, las paritarias se negocian cada vez más seguido y con subas de hasta 120% a pesar de la exigencia de “contener el crecimiento de la masa salarial” que bajó el FMI en la letra chica del acuerdo al que llegó con el ministro. Otro jerárquico de la CGT relativizó el pedido del Fondo y dijo que se trató “solo de un formalismo”. Como Daer, este dirigente cree que no es tiempo de confrontar.