El doctor Felipe Palazzo es uno de los 2.745 agentes de salud recuperados de coronavirus en Tucumán. No es uno más: estuvo más de tres semanas conectado a un respirador y en el proceso perdió 28 kilos. Hoy se siente obligado a cambiar su vida.
“Hay que saber darle el verdadero valor a las cosas”, dice el médico, sentado en el living de su casa, con dificultades para hablar y caminar. Sus brazos están apoyados en un andador y sus manos tiemblan. “Estoy recuperado en un 30%”, explica el oncólogo de 49 años, que se contagió trabajando.
Al doctor le cuesta recordar sus días de internación. Dice que tampoco le interesa hacerlo. Se siente mal. Lo que sabe se lo contó su hermano Eduardo Palazzo (43), también médico, que dejó de operar para acompañarlo.
“Felipe empezó con mucha fiebre. Luego de dos tomografías que no salieron bien, lo internaron en la terapia (del Sanatorio 9 de Julio). Estuvo 10 días con asistencia de oxígeno. Superó la Covid, pero el daño que le hizo (el virus) provocó que al día 11 de la enfermedad ingresaran a su organismo tres bacterias muy fuertes que le impedían respirar. Entonces estuvo con asistencia respiratoria mecánica casi 25 días más. Después lo pasaron a una sala especial, luego lo extubaron, estuvo dos días en una habitación común y ahora tiene que seguir recuperándose en su casa”, explica Eduardo.
Horas antes de que le colocaran el respirador, su hermano se acercó a su cama, le dijo que lo amaba y le pidió que tenga fuerzas. Con mucha dificultad, Felipe pudo responderle escribiendo en un papel: “Gracias, te amo (dibujado con corazón)”.
Luego de 25 días de haber estado dormido, respirando con ayuda de una máquina, el doctor Felipe despertó con amnesia retrógrada (problemas para recordar lo que había sucedido). Como se había quedado con la última imagen que había visto de su hermano llorando, pensó que sus familiares habían muerto. Eduardo tuvo que llevarle un video para demostrarle que no era así.
Cuando Felipe habla de su hermano, se quiebra.
Nueva vida
Tras la internación, el doctor Palazzo volvió a comulgar y a confesarse después de tres años. La semana pasada empezó un tratamiento psiquiátrico, pese a que dice que era enemigo de la idea. “El psiquiatra me ayudó a hablar temas que eran difíciles de comunicar a mi familia porque no los quería preocupar. Me tragaba todo”, explica.
Felipe agradece una y otra vez a Dios, a su hermano, al resto de su familia y a cada profesional de la salud que lo atendió. En su mano tiene un papel con más de 50 nombres anotados.
Nunca pensó que si se contagiaba su cuadro se iba a complicar. El único factor de riesgo que tenía -dice- era un poco de obesidad, que estaba compensada con buena masa muscular. Atribuye su debilidad al intenso ritmo de trabajo y a que sufría enormemente cuando perdía un paciente.
“Cuando estoy deprimido, mi hermano me da fuerzas y me cuenta las cosas que pasaron, aunque a veces no las quiera escuchar. Me dice: ‘al lado tuyo había dos personas que no tenían título de médico y estaban igual que vos. Los tres estaban en la misma situación, con el mismo riesgo. Ante Dios somos todos iguales. Empezá a vivir para vos’. Tiene razón -concluye-”.