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En el Lillo revelan los secretos de un libro misterioso de 1685

Hay indicios que llevan a los científicos a creer que está forrado con piel humana. Encontraron muestras de sangre en sus páginas.

BUSCANDO RASTROS DE SANGRE. El trabajo en el laboratorio logra que “hablen” objetos muy antiguos. la gaceta / fotos de franco vera
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Puede estar contando una historia mínima ocurrida en Cuaresma (por lo de las penitencias) de algún año de fines del siglo XVII, o principios del XVIII. Es probable que el libro haya estado en la celda de un convento, pero quizás no. Lo que se puede suponer con menos margen de error, por el tipo de rastros hallados, es que estaba cerca de alguien que se flagelaba: un reactivo detectó sobre las cubiertas restos de sangre; un test de hemoglobina comprobó que es humana, y la forma y el tamaño de las manchas indican goteo a no mucha distancia.

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Estas son algunas de las conclusiones a las que llegaron en el Servicio de Asesoramiento Forense del Área de Arqueología y Museología de la Reserva Experimental de Horco Molle, que depende de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT. Pero no es todo: las tapas del libro, publicado en 1685, están revestidas en piel y sobre el lomo hay “tiritas” hechas con tendones. Y, aunque falta una prueba para confirmar, la piel y los tendones también parecen ser humanos. “Fuimos a un congreso en el NEA y visitamos un Centro de Recursos de Aprendizaje e Investigación que pertenece a la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Allí nos pidieron consejo para reacondicionar un libro muy antiguo, que perteneció a la biblioteca de Don Orione”, cuenta Juan Manuel de la Vega, uno de los “casi” arqueólogos del equipo. Lo trajeron a Tucumán -agrega- y, en el laboratorio, lo pusieron bajo el microscopio: lo que vieron encendió la duda y decidieron someter el libro a una batería de pruebas forenses.

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“Sus dueños actuales daban por sentado que la cubierta era de cuero animal; pero las imágenes no se condicen con ello. Estamos esperando confirmación dermopatológica, pero todo indica que es piel humana”, añade María Gloria Colaneri, bioarqueóloga a cargo del grupo, que ya está entrenado en desentrañar el pasado a base de testigos mudos (de hecho, uno de los lugares donde trabajan es el Pozo de Vargas): restos de vasijas, restos humanos… o un extraño libro.

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EL LIBRO. Primera página; arriba fueron hallados restos de sangre

No era algo macabro

La práctica de encuadernar libros con piel humana, llamada bibliopegia antropodérmica, fue común entre los siglos XVII y XIX: muchos manuales antiguos de anatomía estaban encuadernados con piel de cadáveres; y hubo casos en los que el último deseo de los fallecidos era que se forrara con su piel un libro determinado, según la revista www.algarabia.com.

Pero también había motivos políticos: durante la Revolución Francesa solían usar la piel de nobles guillotinados para encuadernar ejemplares de la Constitución, y en el Reino Unido era común que los registros de procesos judiciales estuvieran encuadernados con la piel del acusado.

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“En el caso de este libro, los datos del contexto histórico son significativos: está dedicado a la Virgen; el autor, Tomaso Schiara, era consultor del Santo Oficio (Inquisición), en tiempos de persecución de brujas y herejes…”, resalta Colaneri. Advierte que no hay datos suficientes para asegurar que la piel haya sido de un condenado; pero añade que si no fuera una mera coincidencia, lo que hoy pueda parecernos horrible era una práctica aceptada.

En el laboratorio

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La encargada de las pruebas fue Jesica Trejo, “casi” bióloga. Enfundada en las protecciones que manda el reglamento, roció con bluestar las cubiertas del libro. “Es el reactivo que se usa para buscar huellas en escenas de crimen -explica Colaneri-; las diferencias esenciales en la investigación se relacionan con los tiempos de reacción, y pudimos mostrar que el ADN no se degrada con este reactivo”.

EQUIPO. Carolina Bazán, Jesica Trejo, Juan de la Vega y Gloria Colaneri

El bluestar es quimioluminiscente: en presencia de restos de sangre (aunque sean mínimos y –como en este caso- muy antiguos) brilla en la oscuridad. Es el que también les ha permitido detectar sangre en pequeños restos de urnas de la cultura candelaria halladas en la zona de la Reserva, lo que lleva a tener que reflexionar sobre algunas hipótesis que se manejan sobre los enterramientos, pero esta ya es otra historia.

Saber poco explorado

“Haber encontrado sangre en elementos tan antiguos (y diferentes) nos permite validar la técnica para investigaciones de situaciones no actuales”, destaca Carolina Bazán, estudiante avanzada de Arqueología.

“Y también rescatar la información que da ‘lo pequeñito’; los restos de vasijas con los que trabajamos son los que los arqueólogos de campo descartan, porque no tienen contexto o están muy incompletos. Pero desde lo forense podemos lograr que también esos restos, u objetos inesperados, como el libro, nos cuenten la historia”, añade Lorena Galarza, a la que también le falta poco para recibirse.

Hay un dato que quizás no saltó, pero (como en “La carta robada”, de Edgard Alan Poe) está a la vista: de los cinco miembros de este equipo, cuatro son estudiantes. “Todos eligieron ir formándose desde ya en el área forense, y se está armando un grupo variado e interdisciplinario. Es importante, porque hasta ahora sólo se podía trabajar en las áreas de medicina u odontología legal”, destaca Colaneri y cuenta, como último dato, que se han puesto en contacto con la Santa Sede para seguirle el rumbo al libro.

“Hasta ahora sabemos que hay otros 10 ejemplares; y que este, posiblemente, haya llegado a la Argentina desde Chile. Pero con seguridad el libro todavía tiene mucho más para decirnos”.

Dedicatoria y tres firmas tachadas

La edición, de 1685, estuvo a cargo de Marc’Antonio y Orazio Campana, y su autor, Tomaso Schiara, que trabajaba para el Santo Oficio en la ciudad de Turín, lo dedicó a Palutio Altieri, que había sido camarlengo (cardenal que preside la Cámara Apostólica, administra el tesoro pontificio, certifica la muerte del pontífice y convoca al cónclave que elige al sucesor) del papa Clemente X, que fue el jefe de la Iglesia entre 1670 y 1676. “Hasta ahora hemos confirmado la existencia, en diferentes partes del mundo, de otros nueve ejemplares”, cuenta Colaneri. El libro tiene 142 pliegos, cosidos con tendones revestidos en piel, y escritos en italiano y latín. Tiene 32 ilustraciones y la tinta ha perdurado intacta hasta ahora. Junto con la confirmación  de si la piel es o no humana, el equipo espera saber si se pudo detectar el grupo sanguíneo de nuestro imaginario penitente del principio de la nota.

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