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En París. Argentina: el grupo de jugadoras que dormía arriba de un micro y ahora logró un empate histórico en el Mundial

El 0-0 ante el poderoso Japón corona las luchas de un equipo que, entre otras cosas, peleó contra el olvido y la indiferencia.

Cometti (L) celebrates with Argentina's goalkeeper Vanina Noemi Correa at the end of the France 2019 Women's World Cup Group D football match between Argentina and Japan, on June 10, 2019, at the Parc des Princes stadium in Paris. (Photo by Kenzo TRIBOUILLARD / AFP)
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¿Por qué festejan un empate? ¿Por qué Vanina Correa, una arquera con experiencia mundialista, se arrodilla y se agarra la cabeza? ¿Por qué las suplentes caminan por el túnel de regreso al vestuario agitando las pecheras y la japonesa Hina Sugita -joven promesa del fútbol de su país y campeona Sub-17 en 2014- camina a su lado indiferente? Porque es el primer punto que Argentina logra en una Copa del Mundo femenina y porque enfrente estuvo el último subcampeón. Porque hace menos de dos años le hacían un paro a la AFA después de dormir en el mismo micro que las había llevado a Uruguay a jugar un amistoso. Porque en dos presentaciones mundialistas les habían convertido 33 goles y solo habían anotado dos. Festejan porque, como dijo su capitana y mejor jugadora del partido para la FIFA, Estefanía Banini, apenas consumado el 0-0, “representan la lucha de la mujer argentina por la igualdad”. Festejan porque pueden y porque se lo merecen. 

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En Francia no solo jugaban contra Japón, campeón en 2011 y en pleno recambio tras los títulos Sub-17 en 2014 y Sub-20 en 2018, también lo hacían contra el olvido. En 2018, del otro lado de la Cordillera, muchos argentinos se enteraron de que estaban jugando la Copa América de Chile cuando viralizaron una foto en la que posaban con sus manos detrás de sus orejas, en alusión a aquel Topo Gigio que Juan Román Riquelme le había hecho a la dirigencia de Boca en 2001. Ellas, entonces, también pedían ser escuchadas, aunque su problema era estructural y de larga data. 

Fiestas

Un año después del oro en los Juegos Odesur 2014, el seleccionado terminó último en los Juegos Panamericanos de Toronto y no volvió a jugar en 18 meses, lo que provocó, además, que Argentina no apareciera en el ranking de la FIFA. En el medio, la Selección se quedó sin entrenador: Julio Olarticoechea dejó el cargo para asumir en aquel convulsionado seleccionado olímpico masculino de Río 2016.

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Recién en julio de 2017 alguien recordó que el equipo no tenía quién lo entrenara. Carlos Borrello, el DT en las dos presentaciones mundialistas anteriores de Argentina (Estados Unidos 2003 y China 2007), volvió para ocupar el banco y rearmó una Selección. Entre sus medidas, convenció a la arquera Vanina Correa -que había dejado el fútbol para dedicarse a la maternidad- de volver. Pero algo había cambiado en ese grupo que antes aceptaba la ropa descartada por los otros seleccionados masculinos y se entrenaba en las canchas de césped sintético, esas que nadie quiere usar porque dañan las articulaciones y el físico. Estaban dispuestas a luchar por lo que les correspondía.

Con la promesa de un cambio, fueron a Chile y consiguieron el tercer puesto en la Copa América que les dio un pasaje a los Juegos Panamericanos de Lima y la posibilidad de buscar la clasificación a Francia a través del repechaje contra Panamá. Apoyadas por un movimiento feminista activo en el país, golearon 4-0 en una cancha de Arsenal repleta; y el martes 13 de noviembre consumaron como visitantes (1-1) el regreso a un Mundial después de 12 años.

Aunque llegaron a Francia con dos giras a cuestas (Oceanía y Estados Unidos este año) y tres semanas de concentración en el predio de Ezeiza, los nervios del debut se notaron en el inicio del partido contra Japón, con algunos errores luego compensados más con garra que con juego. Tampoco se puede dejar pasar un detalle: jugaron ante 25.055 personas en el Parque de los Príncipes -estadio que habían pisado por primera vez el domingo-, cuando en sus clubes usan las canchas auxiliares y son vistas por un puñado de hinchas. 

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Ojalá sea el inicio de un fútbol profesional argentino. Espero que esto entusiasme a todos para empezar a creer”, dijo Borrello después del 0-0 y casi al mismo tiempo en que el hashtag #VamosLasPibas se transformaba en tendencia en Twitter y el doodle de Google (el dibujo que aparece en el buscador de Internet) estaba dedicado a la Selección femenina.  

El que plantea Borrello es, sin dudas, el gran interrogante: qué impulso puede darle esta actuación de Argentina al fútbol local. El primer paso –el compromiso dirigencial– ya se dio en marzo cuando Claudio Tapia anunció una liga (semi) profesional y antes cuando la FIFA delineó su primer plan estratégico para el desarrollo de la actividad, que apoyó hace unos días en París al realizarse la primera Convención Mundial de fútbol femenino. 

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El Mundial de Francia no solo representa un punto de inflexión para el fútbol femenino argentino; el cambio es y debe ser global. En tiempos en que la mujer lucha por la igualdad y la reivindicación y en contra del machismo, las pibas que llevan en los botines revolución y que pasaron tanto tiempo en las sombras piden también que las apoyen. Por eso tampoco sorprende que, minutos después de un logro histórico, agarren sus celulares y se sorprendan con la repercusión de su debut en un Mundial. “23 argentinas en el Mundial respaldadas por todo un país. Gracias a todos por bancarnos y vamos Argentina”, escribió en sus redes sociales Belén Potassa, una de las referentes y sobrevivientes del último Mundial. Después de tanto tiempo de pedir que las alienten, la hora de alentarlas ya está acá.

Vanina Correa, la sobreviviente

Vanina Correa disputa en Francia su tercer Mundial. (Foto: REUTERS/Lucy Nicholson)
Vanina Correa disputa en Francia su tercer Mundial. (Foto: REUTERS/Lucy Nicholson)

Carlos Borrello apostó a un plantel joven pero no dudó en poner entre las 11 a Vanina Correa, una de las cuatro jugadoras con experiencia mundialista. Aunque en el segundo tiempo ingresó Mariela Coronel, la arquera que ya había estado en los planteles de los Mundiales 2003 y 2007 fue clave en el empate con Japón. Se la notó firme en cada pelota aérea e hizo pesar sus 35 años frente a un seleccionado nipón en reconstrucción pero con gran calidad técnica. En su seguridad quedaron olvidados esos seis años que pasó lejos del fútbol en la última década, cuando decidió dejar atrás una extensa y laureada carrera en Boca para ser mamá. Hace cinco años, y tras un tratamiento de fertilidad y un embarazo que la hizo engordar 30 kilos, parió a los mellizos Romeo y Luna. Se centró en ellos y en su trabajo como cajera de la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez, en las afueras de Rosario, donde cobra impuestos. Sin embargo, Borrello -aquel técnico que la había tenidos en las otras Copas del Mundo- volvió a hacerse cargo de la Selección en 2017 y la convenció de ponerse de nuevo los guantes. Por eso ayer la jugadora de Rosario Central disfrutó en su tercer Mundial de un empate histórico.

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