
El psicoanalista y escritor Luciano Lutereau reflexiona sobre el lugar que ocupa la fe en quienes alegan no tenerla. Experiencia personal.
¿Dónde ponen la fe quienes dicen no tenerla? La pregunta no es nueva, pero se volvió más insistente luego de la muerte del Francisco. La reacción emocional que despertó su partida desbordó las fronteras de lo estrictamente religioso. Incluso quienes se reconocen ateos, agnósticos o alejados de la Iglesia sintieron algo removerse. ¿Por qué? ¿Qué representa, en lo profundo, una figura como el Papa para la subjetividad contemporánea?.
Luciano Lutereau se define como “psicoanalista y escritor”; tiene un magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires, es doctor en Filosofía y en Psicología y viene reflexionando en sus libros y columnas sobre los lazos humanos, el deseo y las formas de subjetividad en la sociedad hipermoderna. En esta entrevista con LA GACETA, su mirada se posa sobre la fe, no como dogma, sino como estructura psíquica. No como certeza, sino como una apuesta.
– En tus escritos, mencionás que “creer es algo que va separado del amor y requiere un acto, una decisión”. ¿Podrías profundizar en cómo entendés la fe desde el psicoanálisis?
– Desde el punto de vista del psicoanálisis, diferentes autores reflexionaron sobre la relación entre esta práctica y la fe religiosa. Por ejemplo, hay un libro clásico de Francoise Dolto que se titula “El evangelio ante el psicoanálisis”, de la década del 70 el siglo pasado; más reciente, el psicoanalista italiano Massimo Recalcati escribió un libro fabuloso que se llama “La noche de Getsemaní”. Creo que lo central en este punto no es tanto la relación entre la teoría psicoanalítica y el dogma católico, sino la relación entre una práctica de la escucha y el mensaje evangélico que preconiza la relación con el prójimo, el perdón y el cuidado de la palabra.
– ¿Cómo se manifiesta la necesidad de creer en una época donde muchos se declaran ateos o agnósticos?
– Puede que esto se deba a motivos históricos o decepciones personales, relacionados con la Iglesia como institución, o con un tipo de educación punitiva que llevó a la pérdida de la confianza y un escepticismo defensivo. Pero en el núcleo de la vida humana está la necesidad de creer en algo, incluso en la idea de que Dios no existe. Por eso Pascal decía que él no era lo suficientemente creyente como para ser ateo.
– Planteaste que “es fácil hoy definirse como ateo, pero ¿en qué creen los que dicen no creer? ¿Cuál es su religión? ¿La del Yo?”
– Pueden ser muchas y diversas, también debe haber una creencia para cada momento. La fe cristiana, entiendo, apunta a rehabilitar el regreso a uno mismo, cuando anduvo extraviado como el hijo pródigo, que tuvo que recuperar la humildad y sentir la vergüenza de haberle fallado a un padre que, sin embargo, nunca dejó de esperarlo.
– ¿Qué papel juega la fe en la construcción de la subjetividad en tiempos de incertidumbre y crisis de sentido?
– No estoy seguro de que la fe calme la incertidumbre, tampoco de que provea un sentido. Creo que tiene más que ver con no sentirse abandonado en la soledad y en las horas más oscuras de la vida. Parafraseando a Fito Páez, podría decir que hoy vivimos “atormentados de sentidos”, porque hay explicaciones de todo y para todo, pero hay poco de la necesidad humana de compañía.
– A partir de tu perspectiva, ¿cómo influyó el Papa Francisco en la reactivación del interés por la Iglesia y la espiritualidad?
– En este punto, solo puedo hablar por mí. Y decir que en mi caso fue la ocasión de volver a un lugar en el que creía que no tenía lugar. Separado, con hijos, en una familia ensamblada, psicoanalista, etcétera, pensaba que yo pertenecía a la lista de los excomulgables y, sin embargo, Francisco dijo: “Todos adentro”. Y yo entré nuevamente.
– ¿Creés que su enfoque pastoral y su cercanía tuvieron un impacto psíquico en la forma en que las personas se relacionan con la fe y la comunidad religiosa?
– Creo que despertó la necesidad de mirar el mundo de otro modo y, si se me permite una comparación que muchos pueden considerar incorrecta o injusta, fue uno de esos referentes que, como Pepe Mujica, nos devolvieron con su vida a un estilo más simple, con lo difícil que es aprender a ser feliz con poco en un mundo de consumos.
– ¿Cómo interpretás, desde el psicoanálisis, el fenómeno de que figuras como Francisco generen identificación y movilicen afectos colectivos?
– Desde el psicoanálisis tradicional, se vería su liderazgo como el del jefe que dirige a una masa, pero justamente su actitud más bien fue la del anti-jefe, por decirlo así, ya que siempre dijo que él era uno más, un pecador como cualquiera de nosotros.
– En tu libro “Miserias hipermodernas”, abordás la crisis del deseo y la soledad contemporánea. ¿Cómo se relaciona esto con la búsqueda de fe o de una comunidad de sentido?
– En el pasaje al siglo XXI, un libro dedicado a la vigencia de los pecados capitales en la sociedad actual, creo que el proyecto de vida basado en la realización personal quedó desplazado por el imperativo de éxito, como si se hubiera cumplido la profecía de Andy Warhol acerca de los 15 minutos de fama. Y eso que Warhol lo dijo en un mundo en el que no existían las redes sociales.
– ¿Podrías explicar cómo la fe puede actuar como un antídoto frente al narcisismo y la autorreferencia predominantes en la sociedad actual?
– La fe parte de un principio de humildad, no de humillación como suele creerse; la humildad es lo contrario del narcisismo, porque invita a ser uno más, uno entre otros, poniendo el eje en la vida comunitaria y no en el brillo personal.
– ¿Qué lugar ocupa en la construcción de vínculos y en la posibilidad de amar al prójimo en un mundo cada vez más individualista?
– Vincularse no es solo relacionarse, estar en contacto, pertenecer, sino abrirse y entregarse al otro, para que su vida modifique la nuestra. Vincular no es estar junto a otro, sino estar en otro y que ese otro esté en nosotros. La palabra “vínculo” podría ser la traducción laica y conceptual, en terminología psi, de la confianza básica entre seres humanos.
– Mencionás que agradecés a tu madre por el amor y a tu padre por la fe. ¿Cómo influyeron estas figuras en tu comprensión de la fe y el deseo?
– La presencia de mis padres, como una fuente de seguridad interna, fue muy importante en diferentes momentos de mi vida. Por supuesto con los conflictos y desavenencias propias de todo vínculo parento-filial, pero independientemente de lo material, solo puedo decir que en momentos difíciles mi mamá me acarició y mi papá me dijo “rezo por vos”.
– ¿Qué autores o experiencias han sido fundamentales en tu reflexión sobre la fe desde el psicoanálisis?
– Además de Dolto y Recalcati, podría mencionar a otros psicoanalistas católicos, pero quisiera destacar también a referentes de la relación entre psicoanálisis y judaísmo, como Gérard Haddad. La fe cristiana no es la única que existe y quisiera considerar también la necesidad de una perspectiva plural en este punto.
– ¿Qué mensaje te gustaría transmitir a quienes se sienten alejados de la fe pero buscan un sentido o una comunidad?
– No me siento en condiciones de dar un mensaje que vaya más allá de mi experiencia personal, pero en función de esta les diría: háganse amigos del tiempo, pidan paciencia y no se exijan tanto, Dios actúa en pequeños detalles que pueden ser nuestra alegría cotidiana. La fe es fundamentalmente eso: alegría.