Una hemorragia interna seguida de un paro cardíaco. Así murió Salvador “Toti” Ciliberto, a los 63 años. La noticia fue confirmada a Teleshow por su amigo y compañero de escenarios, Larry de Clay, con quien compartió risas, rutinas y noches interminables desde los años gloriosos de VideoMatch.
Se fue un comediante, un hombre de fe, un sobreviviente.
“Esta tristeza es enorme. No tengo consuelo. Hola Alto Hermano. Te vamos a extrañar toda la vida”, expresó su colega y amigo “Larry De Clay” en su cuenta de Instagram comunicando la triste noticia.
Entre los comentarios del posteo se lee el de Pachu Peña, quien también se expresó en para despedir a Ciliberto: “Descansá en paz Toti querido. Qué tristeza”.
Interpretó decenas de personajes inolvidables. Se disfrazó, gritó, improvisó, cayó al suelo, fue blanco de bromas pesadas. En 1997 llegó a conducir su propio ciclo, Adivina adivinador, donde aparecía caracterizado como un hilarante Riquelme. Luego llegaron participaciones en películas como Vivir intentando con Bandana, Brigada explosiva: misión pirata junto a Emilio Disi y Luciana Salazar, y Cuatro de copas con Federico Luppi.
Era el hombre que hacía reír a un país. Pero por dentro, se deshacía.
“Estuve muy comprometido con una adicción fuerte y fue muy difícil”, confesó sin rodeos en una entrevista con Gastón Pauls para el ciclo Seres Libres. La cocaína no llegó con la fama: ya estaba antes. Pero el vértigo del éxito, las giras, los personajes, la presión de los 40 puntos de rating la volvieron más frecuente, más necesaria, más letal. “Uno se engaña. Creés que te ayuda a estar más pila. Hasta que te das cuenta de que te está matando”, relató.
Vivía una doble vida. En cámara, el humorista incansable. Detrás, el hombre roto. “Lloraba y consumía al mismo tiempo”, dijo. El punto de inflexión fue su familia. Sus hijos. El apoyo feroz de su exmujer. Y luego, una aparición inesperada: la fe.
“Si no me sacaba el Señor, yo nunca hubiera salido de ahí”, admitió años después en el programa La Puerta Abierta. La espiritualidad fue su salvación. Dejó las drogas, abandonó los excesos, y comenzó a dar testimonio en encuentros religiosos como los organizados por el pastor Felipe de Stefani, con títulos como Me convertí y no entiendo nada. “Cada uno tiene algo que sanar. Dios sabe de qué”, les decía a los asistentes, con la voz quebrada y los ojos firmes.
Pero Toti no abandonó del todo el escenario. En 2013, volvió a la pantalla en La peluquería de don Mateo, dirigido por Gerardo Sofovich, y luego encontró un nuevo sentido en el teatro comunitario. Se sumó al proyecto pedagógico de Pepe Soriano en Benavídez y en un espacio de Tigre ofrecía clases gratuitas de actuación. “Más que actuar, les enseñaba a estar bien consigo mismos”, contó uno de sus alumnos.
También encontró en la música otro canal. Con su banda “Toti y los Cilibertos”, recorría escenarios del interior con un show híbrido: rock, humor, testimonio