Una fotógrafa que trabaja como docente en una de las escuelas que funciona en el predio de la ex Fundación Felices Los Niños completó un trabajo que registra el deterioro del enorme lugar en Hurlingham y de los edificios que alguna vez Susana Giménez consideró como el Sheraton. La Fundación había sido creada por Julio César Grassi, el sacerdote condenado por abuso sexual y corrupción de menores.
Tamara Grinberg tiene hoy el pelo rojo y ojos claros. Pero tenía 12 años en octubre del 2002, cuando vio por televisión el trabajo de Telenoche Investiga. El informe reveló que Julio Grassi, el cura que había obtenido el predio de Hurlingham del Instituo Forestal Nacional de manos del ministro Domingo Cavallo para construir un enorme hogar para la infancia careciente, era pedófilo. “Me acuerdo de mis viejos viéndolo en la tele. Yo pensaba que era un monstruo. Justo en Villa Maipú, donde yo vivía, Grassi había construido una parte de la Fundación que nunca llegó a funcionar. Yo era una nena y tenía miedo de que tal vez algún día viniera por ahï”.
La vocación de Tamara, hija de un ferroviario y una modista, nació cuando un amigo le prestó una cámara semirreflex durante una excursión al Tigre, un Año Nuevo. “De chica, no hacía fotos. Nunca había tenido una cámara en casa, nunca hubo plata para eso”, dice. Estudió en una escuela de artes visuales, la Antonio Berni, en San Martín, y luego cursó la licenciatura en Artes en la UNSAM, donde también hizo una diplomatura en fotografía con Juan Travnik y Sebastián Szyd y después se perfeccionó en talleres. Ahora, está a punto de concluir la carrera de fotoperiodismo en la Asociación de Reporteros Gráficos.
Su proyecto sobre la Fundación Felices los Niños y su decadencia después de que Grassi fuera procesado por abuso sexual es el primero de largo aliento que encara. “Es la primera vez en la que tengo que comprometerme, poner el cuerpo”, sostiene.
Tamara llegó al terreno de Hurlingham en 2016 como docente de una de las escuelas medias que funciona allí, la ESEA Nro. 1. Fue entrevistada por la directora de la escuela primaria, en representación de la Fundación. La impresionó que en el despacho hubiera aún un cartel donde se leía “Padre Grassi Inocente”, a pesar de que la sentencia contra el religioso ya estaba firme.
Entonces, empezó a enterarse de que algunos de los alumnos habían sido bautizados o habían tomado la comunión con Grassi y que, como sus padres, creían en la inocencia del sacerdote. Y a pesar de que intentaba explicarles que eso no era así, no había nada en el lugar, ni siquiera una placa, que diera cuenta de lo que ahí había sucedido quince años antes, en lo que Tamara llama “ausencia de sentido”.
Las caminatas por el inabarcable predio de 65 hectáreas, la confrontaron con cosas “que no se podían creer”. “Una virgen de 3 metros de alto, una capilla intacta pero sin uso que creo que cuidaban los antiguos empleados de la fundación, galpones, camionetas, vagones, la oficina de Grassi, el Hogar Los Juanitos, donde habían dormido los chicos de 6 a 12 años, el lugar para los adolescentes incendiado. Todo estaba derruido. Hay algo ahí que no está bien. Había en el bosque una energía maligna“, describe.
Sus alumnos le proponían hacer campamentos, pero ella les respondía que no estaba dispuesta a pasar la noche en ese lugar que le hacía recordar la película de culto El proyecto de la Bruja Blair, en la que un grupo de adolescentes es atacado por una fuerza oscura desconocida.
“Dicen que el predio es atravesado de noche por gente que va a robar. Hay cintas policiales de peligro, como las que encierran escenas de crimen, pedazos de tela ensangrentados. En el Hogar, encuentro velas, colchones, como si hubiera gente que duerme ahí. Hay cada vez más deterioro. Pasto altísimo, ratas, animales muertos. Hay un olor nauseabundo. La huerta no existe más, la panadería tampoco, está todo saqueado”, agrega.
Cuando Tamara empezó a delinear un plan de trabajo alentada por su profesor ya tenía un registro del deterioro, pero se propuso ponerle su voz. Programó hacer tomas directas, algunas con trípode. Las horas fueron variables, pero su favorita era el amanecer, por la luz y la niebla. La acompañaba una amiga, porque el temor la asediaba siempre. Solamente una vez se atrevió a hacer fotos de noche. “Sentía todo el tiempo que alguien me estaba vigilando”, aventura.
Le llamó la atención “cómo brota la humedad de los techos, cómo supura el lugar”. “Me tuve que poner una coraza para entrar. La temperatura desciende, es un lugar nocivo“, explica. Nunca llevó a sus alumnos a sacar fotos con ella, pero sabe que los chicos “fueron muchas veces solos en sus horas libres”.
El año pasado, hubo un gran remate para saldar deudas. Dos enormes galpones que encerraban desde un auto importado hasta insumos para la construcción, pupitres y escritorios fueron adjudicados. Todo había sido adquirido con las numerosas donaciones que recibía la Fundación.
La escuela donde trabaja Tamara está cercada por la destrucción, pero también por la necesidad. “Tenemos un piso rajado, las paredes electrificadas son un verdadero peligro y la comida que recibimos es poca y de mala calidad”, lamenta.
Aunque tienen un fuerte deficit de aulas, no cree que se pueda reutilizar y reacondicionar el edificio del Hogar, porque más allá de que dicen que hay peligro de derrumbe, irradia “algo que no está bien”. “Nadie vino a decir ‘acá hay una política de no olvidar ni perdonar el sufrimiento de los chicos “, lamenta.
Con respecto al futuro del lugar, que está en manos de la provincia, la fotógrafa y docente solamente escuchó rumores. “Dicen que van a hacer edificios, un shopping, countries, pero no hay nada confirmado. Solo nos dan la seguridad de que las escuelas van a seguir funcionando”, admite.
Tamara lamenta que todavía, incluso en el ámbito estatal, las 10 escuelas que funcionan en el lugar son conocidas por algunos funcionarios como las del Padre Grassi. Se rebela contra eso y el objetivo de su producción de imágenes es “generar un sentido que se contraponga al sentido que Grassi le dio yendo a los medios, con un discurso tan fuerte. Quiero que mis fotos sean generadoras del sentido del horror que tuvieron que vivir los pibes dentro de la Fundación”.