Estamos acostumbrados al Alberto Fernández que anuncia cosas que va a hacer y no hace. Pero el Martín Fierro de la semana se lo ganó el gaucho de Santa Cruz, Máximo Kirchner, que venía perdiendo la batalla del presupuesto y cuando iban a hacerle el favor de pasar el debate a Comisión, se le saltaron los tapones y empezó a tirotear a los jefes de la oposición a los que había pedido ayuda.
No se olvidó casi de ninguno: de Santilli y Frigerio a Vidal y Ritondo. El resultado: un pelotazo en contra. Todos se juntaron para hundirle el proyecto. Cuando fue enviado a Diputados, a mediados de setiembre, el presupuesto 2022 ya era en más de un sentido letra muerta. Para empezar, la inflación, calculada en el 33%. La proyección de los institutos privados que consulta el Central dicen 52%.
Otro: la estimación de crecimiento del PBI canta 4%. El Fondo Monetario Internacional prevé 2,5%. Y en estos días, legisladores del Frente de Todos agregaron medio centenar de artículos y más gastos por $ 180.000 millones. Obvio, sin financiamiento. Un dibujo de punta a punta. Habían pasado 21 horas discutiendo estos datos y el oficialismo seguía empantanado en la falta de número.
Sergio Massa había dejado trascender un acuerdo con su amigo Morales, pero no pudo seducir a radicales reacios a cualquier pacto antes de la elección del Comité Nacional. Tampoco tuvo suerte su apriete al lavagnismo con la amenaza de echar a embajadores y funcionarios que tiene en el Gobierno. Al fin tiró la toalla sin tirar la toalla, propuso a la oposición mandar el proyecto a comisión y la oposición, dividida por intrigas y desconfianzas y temerosa del costo político, terminó aceptando.
Un rionegrino hizo la moción, Camaño, del bloque Federal, se plegó y después, la Coalición Cívica. Pero aparecieron Máximo y sus provocaciones para la tribuna. Chau al acuerdo y bienvenido otro zafarrancho: una votación que sabía o debía saber que iba a perder. La peor señal para el FMI, en medio de la negociación. Ahora bien, cabe hacer una pregunta: ¿A propósito o por inexperiencia?
Ayer a la tarde, en lo más alto del Gobierno no cabían dudas. Máximo Kirchner, decían, saboteó una decisión del Presidente. ¿Por qué? Aquí solo caben especulaciones. ¿Está enojado porque el Presidente no va a su asunción como presidente del PJ bonaerense? ¿No quiere que se apruebe el acuerdo con el Fondo y sabe que la aprobación del presupuesto es un paso necesario hacia ese objetivo?
¿Está en su naturaleza sabotear a cualquier líder político que no lleve su apellido, como hizo antes en Santa Cruz con Daniel Peralta? ¿Es orden de su madre? Máximo dice cosas como que con traidores no negocia. ¿Qué traidores? ¿Con quién va a negociar ahora que le faltan votos y tiene que negociar? Demostró que sólo por portación de apellido no se sabe hacer política. Lo que está claro es que Cristina Kirchner entre Alberto Fernández que lo eligió para que gobierne y el hijo, que dinamita todo, no hacen uno solo.
Y es que una de las misiones centrales del jefe de un bloque oficialista consiste en lograr que los proyectos del Poder Ejecutivo sean aprobados en la cámara donde se desempeña. En ese sentido, Máximo Kirchner tenía un desafío desde septiembre de este año, conseguir la aprobación del presupuesto enviado por el Gobierno al que pertenece. Por eso, lo que ocurrió en la mañana de ayer representa un fracaso.
Además, representa una evidencia de mala praxis, una demostración palmaria de que, al menos en este caso, no estuvo a la altura del cargo que ocupa. ¿Y cómo podría estarlo? No es más que un mequetrefe que debería volver a Santa Cruz a dedicarse a jugar a la PlayStation en lugar de seguir jugando al parásito estatal con portación de apellido y millones de dólares mal habidos en su cuenta bancaria.