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Jair Bolsonaro se refleja en el espejo de Cristina Kirchner

El 10 de diciembre de 2015, Cristina Kirchner prefirió no entregarle el bastón de mando a Macri, como si su sucesor en la presidencia no tuviera la legitimidad democrática que le otorgó la victoria en las urnas. Cristina Kirchner jamás se arrepintió de aquella zancadilla, muy similar a la que Bolsonaro acaba de hacerle a Lula hace apenas una semana

cristina kirchner y jair bolsonaro
Cristina Kirchner y Jair Bolsonaro
Descacharreo

Fue Cristina Kirchner quien eligió llevar su evaluación de la crisis brasileña al escenario de la política internacional que tanto le atrae. Para la Vicepresidenta, lo ocurrido en Brasilia reflejó “con exactitud” la toma del Capitolio que el 6 de enero de 2021 perpetraron otros fanáticos, en este caso, los de Donald Trump. Claro que Cristina Kirchner no podía dejar pasar otras cuestiones.

En lo que ya es un clásico de los últimos meses, adjudicó el episodio de Brasil a “los discursos del odio en medios de comunicación y en las redes sociales”. Y agregó una alusión al atentado contra su persona en septiembre. “La estigmatización del que no piensa igual, hasta querer incluso suprimir su vida”, escribió en Twitter, encontrando un espacio de protagonismo en la crisis regional.

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Hubiera sido una excelente oportunidad para la autocrítica de la Vicepresidenta. Porque si hay un huevo de la serpiente en el riesgo que acecha a la democracia argentina, se lo puede encontrar fácilmente en el calendario. El 10 de diciembre de 2015, Cristina Kirchner prefirió no entregarle el bastón de mando a Macri, como si su sucesor en la presidencia no tuviera la legitimidad democrática que le otorgó la victoria en las urnas.

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Cristina Kirchner jamás se arrepintió de aquella zancadilla, muy similar a la que Bolsonaro acaba de hacerle a Lula hace apenas una semana. Todo indica que ese momento de autocrítica nunca llegará. La ofensiva contra la Corte Suprema de Justicia, la misma que deberá opinar en última instancia sobre la condena judicial a seis años de prisión que pesa sobre Cristina Kirchner por la causa Vialidad, es el eje de su estrategia.

La siguen con docilidad Alberto Fernández y la mayoría de los gobernadores peronistas. A Sergio Massa le toca caminar por la cornisa. Le prometió al kirchnerismo que los tres diputados del Frente Renovador acompañarán en comisión el pedido de juicio político a los cuatro supremos, pero la cuestión lo incomoda. Preferiría no tener que pasar por la instancia de que tengan que votar y así quedar expuesto.

El ataque a la Justicia, junto con la demonización de la prensa y la condena del diálogo político son las tres herramientas de la que se valen los populistas. Es importante remarcar que, para Alberto y Cristina, los populismos golpistas son los de derecha. Por eso, la ineficacia y el desprecio por la democracia que han mostrado Trump y Bolsonaro les caía perfecto para justificar su teoría.

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La única verdad es la realidad y lo cierto es que el problema para el kirchnerismo son los populismos de izquierda. Como el golpe que quiso perpetrar en diciembre pasado el peruano Pedro Castillo, que comenzó queriendo reemplazar al Congreso y luego a la Corte Suprema de su país, pero terminó preso. Como en la década del ´80, Sudamérica ha vuelto a convertirse en un tembladeral político.

La inestabilidad política es un riesgo para las democracias de América Latina, cualquiera sea el signo político de turno. La Argentina, aún con sus penurias económicas y sus miserias sociales, ha logrado mantener en pie el respeto a algunos fallos de la Justicia, la aceptación de los resultados electorales y ha conservado una cuota, a veces mínima, de diálogo político. El 30 de octubre el país estará cumpliendo 40 años de democracia restaurada.

Aquella con la que Alfonsín decía que se comía, se curaba y se educaba. Ahora sabemos que, desde entonces, la salud y la educación se han deteriorado a niveles dramáticos. Y que más de la mitad de los argentinos comen salteado. Quizás no todo esté perdido. Quedan todavía algunos resortes institucionales que deberíamos cuidar entre todos y ciertos retazos de tolerancia. Los mínimos para no terminar en el listado melancólico de las democracias que se dejan morir.

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