Todo, absolutamente todo, está descontrolado en la República Argentina. Los movimientos sociales siguen siendo los dueños de las calles, la inflación se siente cada vez con más fuerza y el dólar no da respiro alguno. Se ha conocido el dato de inflación de junio: 5,3% se han incrementado los precios durante el sexto mes del año, dato que trajo aparejado otros detalles significativos.
Por ejemplo, que la inflación durante los últimos 12 meses ha sido de 64% (la más alta desde el año 1991) y el acumulado en lo que va del año alcanzó el 36,25%. En el primer semestre se ha conseguido tener un índice de inflación más elevado que el de todo el año 2020. Los números realmente son impresionantes. Lo más interesante de los últimos datos que ha proporcionado el Indec en materia inflacionaria es que los mismos resultan ser “viejos”.
La inflación de junio ha quedado rápidamente como un dato de un pasado que ya no se condice con lo que ocurre en el presente. En apenas 15 días transcurridos del mes de julio, la situación cambió diametralmente: cambió de manera intempestiva el Ministro de Economía, se dispararon los valores de los dólares financieros y la inflación parece haberse acelerado por demás, en un país que aún sigue sin un plan económico serio y consistente.
Y lo que resulta aún peor, la credibilidad de la dirigencia política (necesaria para cualquier paquete de medidas que pretenda mejorar las expectativas) está su peor momento. En ese marco, el correcto diagnóstico de los problemas económicos argentinos es lo que el Gobierno nacional ha logrado esquivar desde sus inicios. Jamás ha logrado entender las razones de la debacle crónica.
Luego de haber transcurrido algo más de 31 meses de gobierno (donde la inflación jamás dejó de ser uno de los mayores flagelos que sufre la gente cada día) las razones de los incrementos de precios que encuentra el gobierno son siempre las equivocadas: los especuladores y la guerra entre Rusia y Ucrania suelen resonar como los principales responsables del estallido inflacionario.
Resulta interesante que aquellos que se dedicaron a emitir billones y billones de pesos sin control (incluso explicando que la emisión monetaria no genera inflación) no entiendan que a mayor cantidad de pesos más tarde o más temprano impactará en su valor. Tampoco comprenden que parte del respaldo de nuestra moneda son los políticos que nos gobiernan y su accionar. Sin embargo, la responsabilidad parece ser de otros.
El incremento exponencial del tipo de cambio (al menos el valor de los dólares financieros y del denominado “blue”) parece que tampoco es responsabilidad oficial. De hecho, la propia portavoz acusa a los medios de comunicación de publicar su cotización cuando ésta resulta ser ilegal. De hecho (y de manera increíble) comparó la difusión de esa cotización con la de los repuestos robados.
Parece que quién expresa la voz del Presidente de la Nación olvida que los dólares financieros oscilan entre los 290 y los 300 pesos (incluso por encima del dólar marginal) y que, para desgracia de su propio relato, son absolutamente legales. En la gestión de Alberto Fernández el valor del dólar oficial se duplicó y el de los financieros se ha multiplicado por cuatro. Todo se olvida.
También olvidan las voces oficiales la destrucción del precio de los bonos argentinos. Lo olvidan porque la caída en sus cotizaciones implica un nivel de desconfianza no visto en décadas. Lo más surrealista ha sido la precisión que ha dado sin titubear la Portavoz: el mercado del dólar informal es de “3 millones de dólares por día”. Sería sumamente interesante saber cómo es que obtuvo semejante dato de un mercado precisamente, ilegal.
La distorsión de la realidad es total. En las últimas declaraciones Gabriela Cerruti ha negado incluso que en el país exista un cepo cambiario y como así también dificultades para importar. Es evidente que la Portavoz habla de una Argentina donde el dólar se consigue libremente, las importaciones fluyen, sobra el gasoil y por sobre todo, los problemas que puedan existir son a causa del increíble crecimiento que vive la economía local.
El relato de un país que no existe y la persistente negación de la realidad no hacen más que confirmar la temerosa falta de rumbo y el inevitable colapso económico que parecen ser inevitables en una Argentina real que el gobierno parece desconocer.