Cristina Kirchner y Alberto Fernández discutían en un tono dramático. Fue hace unas pocas semanas. La vicepresidenta despotricaba contra Martín Guzmán. Lo acusaba de traicionar el legado de Kirchner, de actuar como delegado del FMI y de ser uno de los artífices de la derrota en las elecciones legislativas. “Y el acuerdo que está haciendo lo quiero ver, porque te lo va a tener que votar la oposición. Yo no te lo voto”, decía.
Aquella llamada en algún punto presagió la tormenta que acaba de desatarse en la cima del poder. En ese momento Alberto Fernández atribuyó las divagaciones de Cristina Kirchner, o las quiso atribuir, a la excitación de una charla privada. Mal pensado. El malestar de la vicepresidenta va en ascenso. Dejó deslizar que el ministro no le dijo toda la verdad sobre los secretos del entendimiento con el Fondo. Imperdonable.
¿Alberto Fernández formó parte de esa estrategia? Ese es el germen del enojo y de la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque de Diputados. La Cámpora recogió el guante y le declaró la guerra en público al albertismo. La ofensiva no se detendrá hasta 2023. La crisis se disparó de tal forma que en las últimas horas se apuró una foto de Juan Zabaleta y Eduardo “Wado” De Pedro.
El ministro de Desarrollo Social responde directo a Presidencia; el ministro del Interior es un camporista puro y el mismo que renunció y provocó una crisis fenomenal tras las elecciones. A ese punto se ha llegado: a tener que difundir fotos de dos ministros que dicen trabajar por la unidad. Curioso. Como es curioso que, transcurrido más de la mitad del mandato, Alberto Fernández declare: “En un punto el Presidente soy yo”.
El comportamiento de Máximo Kirchner podría arrastrar a unos 30 diputados. Si no deja las convicciones en la puerta del Congreso, como promete, no debería votar a favor del proyecto. Por estas horas coquetea con abstenerse. Sergio Massa intenta convencerlo del daño que podría provocar. Antes de difundir la carta, Máximo le envió el borrador al presidente de la Cámara. Massa lo llamó varias veces para que desistiera.
Como no pudo, pasó a pedirle que el texto fuera suave. Tampoco tuvo éxito. Massa llamaba a Alberto para contarle la situación y Alberto despotricaba al aire. “No le dejan festejar un gol”, braman a su lado. Fernández suele justificar a su socia: “Cristina es Cristina”. No así a Máximo, de quien, como sus colaboradores más íntimos, piensa que intenta subir a un trono que no le pertenece y para el que nadie lo ha elegido. Máximo Kirchner siente que no traicionó a nadie.
Aún falta saber cómo se comportará Cristina. Según los exégetas camporistas, no es posible que Máximo haya tomado una decisión tan fuerte si su madre estuviese decididamente en contra. Lo que podría estar ocurriendo es otra cosa: ella no se permitiría aparecer ante sí misma, y se teme que, ante su feligresía, encarnando en el Senado la agobiante imagen del ajuste. En ese ámbito no vuela una mosca sin su consentimiento. Cristina, a la vez, rechaza el default.
La relación del jefe de Estado y su vice ha empeorado en los últimos días. Casi no se hablan. Lo deslizó Alberto. Ella mantiene matices con el borrador que se acordó con el FMI para devolver la deuda de US$ 44.500 millones que dejó Macri. No es posible devolver esa montaña de dinero en 10 años, ha pregonado. Ciertos cristinistas querían un período de 20 o, directamente, no pagar nada. Guzmán llegó a preguntarse si hablaban en serio.
Tampoco era posible, para La Cámpora, que su conductor fuera el miembro informante en Diputados sin conocer hasta dónde habrá que hundir el cuchillo. Es cierto, se sabe poco. Y lo poco que se sabe es, acaso, lo más digerible del asunto. Tienen razón Cristina y Máximo: lo peor del entendimiento está por saberse. El diputado se pregunta con sorna qué festejan Alberto y Guzmán. Traza un paralelismo con la noche de la derrota electoral, cuando en el búnker el Presidente instaba a copar la Plaza de Mayo “para celebrar un triunfo”.
Los ministros que sueñan con la emancipación de Fernández aseguran que “Cristina sabía todo y ahora se hace la desentendida”. La vicepresidenta y Guzmán venían hablando con frecuencia. Por caso, cuando las negociaciones parecían estancadas, ella les pidió a sus asesores que transmitieran un llamado al ministro para darle su apoyo. La ex presidenta veía, y aún ve en Guzmán una encrucijada.
Y es que lo quiere afuera del Gabinete (hoy más que nunca), pero uno de sus colaboradores dice que, aunque para los fanáticos K pueda ser el responsable del desastre, para un sector social que oscila en los procesos electorales entre oficialismo y oposición, el discípulo de Stiglitz es una de las pocas mentes sensatas del Gobierno nacional. Si se va Guzmán no puede ser culpa de Cristina; si no hay acuerdo con el FMI, tampoco; y si el acuerdo afecta al núcleo duro de votantes, menos. Sobre ese péndulo se hamaca la jefa del Frente de Todos.