La Campaña nacional de control de Precios Cuidados con 20.000 “militantes” sociales puestos a controlar los precios de los supermercados para que se respeten los precios cuidados y valor de la carne, no es más que otra aventura infame de una Argentina desorientada y sin rumbo. Tal y como lo expusimos en este medio, se trata de una especie de “fiscalización piquetera” con el fin de controla la suba generalizada de precios.
La inflación crónica es uno de los síntomas del fracaso de la política, no el de un gobierno sino el de todos. La falta de credibilidad actual en las políticas de Estado son la causa de su propio fracaso. El Estado es el que maneja las variables y toma las decisiones. A los particulares solo nos queda acatarlas y, en su momento, votar. Los gobernantes son elegidos para gobernar para todos, no solo para aquellos que los votaron.
Como se suele decir, en el pecado está la penitencia. Nuestra penitencia parece ser, entre otras cosas, soportar todo tipo de medidas, algunas se destacan más que otras, como el impuesto a los ricos, la cuarentena extra larga que tuvimos, la falta actual de vacunas suficientes, la inflación que no cesa, entre las más destacables. Todo esto sin que la casta dirigente se digne a bajar sus propias dietas, como modo de ejemplo de liderazgo en tiempos de crisis.
El control duro de precios es una herramienta que fracasó repetidamente en nuestra nación. Es un arma tan inútil como infame, que solo tiene como finalidad un claro uso político en tiempos electorales. Es el Estado quien tiene la potestad y el poder de policía, no los ciudadanos que sí podemos “denunciar”, pero no actuar por mano propia. Ese contrato social no puede romperse como pretexto de un relato infame de la política agrietada.
Poner a una parte de la población a “cuidar” a la otra parte, como si los “cuidados” fuéramos inútiles que no lo sabemos hacer por muestra cuenta, es un acto cuanto menos infame. Es tanto como menospreciar la capacidad e inteligencia de la población en general. Grave por donde se lo mire. No somos las víctimas, ni los victimarios. Somos artífices de nuestro propio destino porque por años, votamos como votamos y tuvimos la clase dirigente que libremente elegimos.
En ese sentido, no es culpa de uno o de otro dirigente, sino del resultado de todos juntos. Esa transformación silenciosa de nuestra realidad, se nos hizo presente cuando ya era demasiado tarde, el 20 de marzo de 2020, día en que Alberto Fernández decretó la primera de una seguidilla de cuarentenas, que terminaron siendo una prolongación sucesiva de decretos ampliatorios. Todos conocemos la historia reciente.
Usar la militancia política como punta de lanza para controlar precios es un síntoma tanto de debilidad del Estado como de su desesperación. Si miramos por el espejo retrovisor, se puede observar con absoluta claridad cómo se fue construyendo históricamente la degradación nacional, y que, precisamente los precios cuidados no son la solución, sino un manotazo más del ahogado en la mar de la incertidumbre.