A su modo, la Argentina también está “en guerra”. Y viene perdiendo todos los días, aunque no se vean tanques, helicópteros, misiles, drones turcos ni edificios ni escuelas destruidos por los bombardeos. Se podría decir, incluso, que nuestra última “guerrita” comenzó en marzo de 2008, al compás del conflicto con el campo, cuando dirigentes autoritarios y paranoicos, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, dividieron al país en dos, inaugurando oficialmente “la grieta”.
Desde ese momento, colegas, amigos y familias enteras se enfrentaron, se aceleró el deterioro social y económico, la pobreza se multiplicó, los niveles de calidad de la educación se desplomaron y el país se volvió cada vez más chiquitito, hasta tornarse insignificante. Pero la Argentina no es Rusia ni Cristina es Vladimir Putin, aunque ella se siente identificada y lo admira profundamente.
Sí se puede comparar, salvando las dimensiones de los países que gobiernan, la formación de cada uno y el contexto en el que toman las decisiones. Hay algo muy claro que los asocia: su condición de “psicópatas políticos”. Cristina, quien durante sus dos gobiernos dividió, empobreció y endeudó a la Argentina más que cualquier otra administración, quiere hacernos creer que su gestión fue casi milagrosa, y que todas las desgracias del país fueron culpa de Macri.
Cristina, Máximo y sus aliados, en otra escala, más módica, desde el minuto uno, tomaron como “rehenes” al presidente Alberto Fernández primero y al resto de los argentinos después. Se colocaron en el lugar simbólico de quienes están en condiciones y pueden apretar el botón rojo que destruye todo. En realidad, no bien asumieron, fueron muy exitosos en romper casi todo lo que tocaron.
Desde los miles de muertos que supieron conseguir al no firmar en tiempo y forma el contrato con Pfizer hasta el cierre total de la economía y las escuelas como única alternativa para combatir el Covid. ¿Los “psicópatas políticos” terminarán prevaleciendo? Parecería que podría estar perdiendo su pequeña guerra personal. Porque después del malabarismo que entronizó a su “títere”, desde el primer día, se le vieron los hilos a la otra marioneta.
Perpetrar el “crimen perfecto”: quedarse con el capital simbólico de ser considerada una abanderada contra Estados Unidos y al mismo tiempo permitir, con su silencio, que se apruebe el acuerdo con el Fondo. Todas las demás analogías se pueden trasladar a la economía propiamente dicha. Los bonos argentinos, alrededor del mundo, valen todavía un poco menos que los bonos de Rusia o de Ucrania.
El riesgo país de la Argentina es más alto que el de ambos países. En la Argentina no hay una guerra, pero hay cepo y corralito, como rige en Rusia desde el minuto uno de la ocupación de Ucrania. Sin embargo, en nuestro país, aunque no suene la sirena que prenuncia un nuevo ataque, la inflación sigue creciendo sin prisa y sin pausa, junto con la pobreza, que se volvió “estructural”. De hecho, se espera que la inflación de marzo se acerque al 5%.
Y la del 2022 termine arriba del 60%, rompiendo su propio récord y colocando a la Argentina como el campeón mundial de la suba del costo de vida, después de Venezuela. No por casualidad todos los días miles de chicos quieren irse impulsados por la incertidumbre y la sospecha de que aquí el futuro ya no existe. De que todo lo que venga puede ser, todavía, peor. Como si, de algún modo, estuviéramos en guerra en manos de dirigentes irresponsables y sin empatía.