Atardecía sobre el caos del viernes y recién terminaba la reunión que definió el levantamiento del paro de colectivos. Sergio Massa se jactaba de haber doblegado a los empresarios del sector a pura amenaza de inspecciones de la AFIP y denuncias vía UIF. Siempre lo sedujo el estilo sheriff. Pero también le pesaba el impacto del primer desafío directo a su poder desde que es candidato presidencial. Su crisis bautismal como competidor en las elecciones. Era el riesgo asumido.
En su tablero de situación, la resolución del entendimiento con el FMI se producirá esta semana, a pesar de que el viceministro Gabriel Rubinstein todavía no salía para Washington a definir detalles. Confía en un acuerdo puente hasta fin de año que permita garantizar estabilidad durante el período electoral, que incluya el adelantamiento de partidas y una libre disponibilidad para intervenir en el mercado de más de US$2000 millones. Las exigencias, en cambio, no están tan claras. Supuestamente de estos temas hablaron Massa y Kristalina Georgieva el jueves a la tarde, un diálogo que sigue fluido a pesar del mes de demora que llevan las negociaciones. En la mesa del ministro el optimismo cotiza en alza.
La crisis del transporte y la irresolución del acuerdo con el Fondo son apenas recordatorios del frágil telón de fondo que se despliega detrás de la candidatura de Massa y de la campaña electoral. La duda constante de si una sociedad que, en una proporción de dos tercios, demanda un cambio de rumbo frente a la continuidad, puede votar a un ministro de Economía que acumula una inflación del 114% anual. ¿Qué pensarán quienes se quedaron sin poder ir a trabajar el viernes?
El entusiasmo oficialista por haber recompuesto una aparente unidad (algún irónico irredento rebautizó al espacio como UPe, Unidos Por el Espanto) choca contra dos limitaciones objetivas. La primera es la ausencia absoluta de cualquier debate programático para el caso de conservar el gobierno. Igual que en 2019, la pasión por el armado político eclipsó el más mínimo consenso respecto de una eventual hoja de ruta. El huevo de la serpiente está otra vez ahí, con Massa en línea con el FMI y el kirchnerismo sembrando dudas; con uno ajustando en silencio para reducir el déficit fiscal y otro demandando compensaciones. Hoy no hay conflicto público porque convergen los intereses. Después se verá. Es como el trailer de la secuela de una película que no funcionó. “Ahora va a ser distinto, porque si Sergio gana, él va a marcar el rumbo y va a saber lograr los consensos internos. Cristina lo que nunca toleró de Alberto fue que la marginara. En eso Sergio es más hábil”, lo defienden en su entorno. Otra vez una coalición basada en la compleja artesanía de las relaciones personales.
La segunda limitación objetiva deriva del traumático cierre electoral en la provincia de Buenos Aires. El corrimiento de Cristina Kirchner del eje de decisiones, y la delegación de la lapicera en su hijo Máximo, terminó en un descalabro y prácticamente en la disolución de La Cámpora como organización estructurada. No implica que pierda su capacidad de movilización y su atractivo militante, pero la cúpula quedó estallada. Máximo Kirchner exhibió su personalismo sin la legitimidad individual que le requería la prescindencia de su madre. Y así quedaron las cosas. Andrés “Cuervo” Larroque no solo perdió en el reparto de lugares, sino que salió verdaderamente distanciado del líder camporista. Ahora se alineó con Axel Kicillof, otro de los fracturados. Curiosa paradoja: fue Máximo el que forzó el ingreso de Larroque al gabinete bonaerense, pese a la resistencia del gobernador, para darle una presencia a su agrupación. Ahora cambiaron los alineamientos.
En los días fatales Máximo presionó en exceso para desplazar a Kicillof de su reelección y ubicar allí a Martín Insaurralde (aunque también hay quienes relatan que él mismo aspiraba a quedarse en ese lugar). Después empujó para colocar a su intendente predilecto como vice y tensó los puentes con Fernando Espinoza y Verónica Magario. La mesa de Ensenada de ultrakirchneristas que lideraba Mario Secco (otro derrotado) y que incluía a históricos como Diana Conti, se opuso y enfrentó en duros términos a Máximo. Los que se quedaron aferrados a la declinación de Cristina se hundieron con su prescindencia. Jorge Ferraresi tampoco apareció más. Un reflejo de la tensión que se generó con varios intendentes.
Este ecosistema bonaerense quedó quebrado, más allá de los intentos de recomposición posterior. Todos se desconfían y la campaña fragmentada lo evidencia. Lo reconocen dentro del propio espacio: “Estamos en un momento de crisis muy profunda. La Cámpora nunca construyó una base de sustentación por fuera de Cristina. El corrimiento de ella dejó un vacío gigante, porque siempre prevaleció la mirada desde la oficialidad, no desde el anclaje territorial. Hoy estamos en proceso de descomposición”.
Massa reconoció en una charla reciente que “el kirchnerismo tiene que construir un nuevo significante; ya no son más pibes y Cristina está soltando las riendas”. Hay una redefinición conceptual tortuosa que se demora y que hace crujir la estructura de la agrupación. La candidatura de Juan Grabois incomoda no solo al ministro, porque expone su distancia del discurso social, sino también a La Cámpora, porque en campaña será el abanderado de consignas que siempre las identificaron. Por eso de Máximo partió la indicación de limitar la proyección de Grabois (la relación entre ellos se enfrió), no vaya a ser que se quede con su capital simbólico. El dirigente social, con la venia de Cristina, aspira a transformarse en el futuro representante de la agenda de los más marginados dentro de la coalición. Es un juego consensuado que incluye un pacto de no agresión, más allá de que Grabois se queje de que lo dejaron con boleta corta en cuatro provincias.
En medio de estas discusiones algo remanidas Massa mira con pragmatismo su futuro electoral. Dice que está 6 o 7 puntos debajo de Juntos por el Cambio y que el objetivo hasta las PASO es consolidar la unidad, después entrar en el ballotage, “y ahí es una moneda en el aire. Es muy difícil ganar”, admite. Cristina hizo el mismo diagnóstico en una charla que tuvo en los últimos días. “Sigue convencida de que, si bien con Sergio recuperaron competitividad, es improbable un triunfo. Pero en todo caso podrá decir que ella no perdió”, compartió su interlocutor.
En el juego electoral del oficialismo hay tres hipótesis con diferentes resultados: 1) si se triunfa en la disputa presidencial, Massa será el nuevo líder del espacio y se quedará con todo; 2) si se gana en la provincia y no en la nacional, Kicillof pasará a ser el hombre fuerte; 3) y si se pierde en ambos niveles, el poder residual se transferirá a manos de Máximo y su tropa legislativa de kirchnerismo puro. La próxima elección también es clave para determinar cómo se redefinirá el poder en el peronismo en la etapa post Cristina.
Sobrerrepresentación vaciada
El cierre de listas dejó un panorama verdaderamente sorprendente. Hay 27 candidatos a presidente, con internas muy bizarras como la de las cinco listas del espacio de Guillermo Moreno. Nunca hubo tantos para unas PASO presidenciales: en 2011 compitieron 10; en 2015 hubo 15 postulantes; cuatro años después bajaron a 10 otra vez, y ahora casi se triplicó. En la provincia de Buenos Aires hay 26 postulantes a gobernador y 54 listas a diputados. La superabundancia de nombres solo exhibe fragmentación y oportunismo, no una genuina representación sectorial o ideológica. La mayoría de ellos no son figuras con significado y contenido diferenciado, apenas expresiones del astillamiento del sistema. Por eso en las últimas semanas se reforzó en el electorado la sensación de distancia con una dirigencia que no interpreta sus demandas y que le propone candidaturas con problemas de papeles, postulaciones pagas, internas desatadas y negadores seriales de la realidad. Varios estudios recogieron la misma inquietud, sintetizada en una frase: “No sé a quién votar”.
Un consultor que asesora a varios dirigentes de primer nivel plantea: “Las escalas tradicionales están rotas y entonces nada sorprende. Massa, ministro de una economía estancada es candidato, la interna de Juntos por el Cambio es una calamidad y en el espacio de Milei se paga por candidaturas; y todo parece natural. Hay una crisis de representación brutal, con marcas políticas muy devaluadas que solo consiguen adhesiones circunstanciales. Vamos a tener un presidente por carambola”. Sus trabajos reflejan que ya está en 8 puntos el conjunto de encuestados que dice que no irá a votar, una cifra inédita y en sintonía con lo que ocurrió en las últimas elecciones provinciales. También está en línea con un estudio que aterrizó en la mesa del Instituto Patria, que señala que el 40% de los jóvenes de entre 16 y 29 años no piensa participar. A eso se le suma el 30-35% que los sondeos no alcanzan a identificar dónde están ubicados o qué piensan hacer, y ni siquiera van al clásico “no sabe-no contesta”.
Para el sociólogo Pablo Semán, esto es producto de “una crisis en la noción de Estado, de la función que cumple en las democracias en occidente que no logra hacer pie. La política encanta y luego desilusiona, porque promete cosas y después el Estado no resulta una herramienta funcional, que tiene que ver con la imposibilidad de dialogar con el desencanto de la población. Entonces la elección está relativamente erosionada en su capacidad de generar expectativas. No veo muchos electores participando entusiastas de las campañas. Y parte de la reciente caída de Milei en las encuestas se traduce en más desesperanza, porque sus votantes no van a encontrar otra alternativa”.
El barómetro general de encuestas exhibe un punto de quiebre claro en mayo, es decir un mes antes del cierre de listas. A partir de ahí empezó a declinar el líder libertario y a repuntar tímidamente las dos principales coaliciones. Este cambio de tendencia es negado por el massismo y desesperadamente resistido por el camporismo que se encolumnó detrás del ministro. En esa huerta germinan vínculos informales para mantener viva la flor libertaria. La botánica del poder tiene raíces que no se ven. En el entorno de Patricia Bullrich, supuesta beneficiada por la sangría, no tienen en claro cuántos de esos votantes desencantados vuelven a Juntos por el Cambio. Si bien Milei pescó en un principio dos tercios de sus votantes en ese espacio, después se nutrió mucho en sectores históricamente peronistas. Hoy no es tan evidente cuál de esos segmentos se está desprendiendo. Solo se sabe que hay una porción que está alimentando el ausentismo, algo que perjudica a los candidatos menos radicalizados.
En el entorno de Bullrich se respira optimismo. Hay un convencimiento de que se impondrá en la interna. Piensan que además del retroceso de Milei los beneficia la postulación de Massa porque se superpone con los votantes de Rodríguez Larreta. Entienden que la reafirmación constante de los atributos de orden y firmeza termina consolidándola. Hay una aceptación tácita de que todo el proyecto depende de ella; casi no hay referentes de su espacio que le sumen volumen; es el precio de la insistencia en no desperfilarse. Por eso cuando ella tropieza, como ocurrió esta semana con el tema educativo, el esquema se resiente. La estrategia contempla mantener la línea dura hasta las PASO, con señalamientos impiadosos hacia Larreta. “Así son las internas”, justifican. Si se impone en agosto, la intención es moderar ligeramente el tono, sin perder su impronta, porque con Milei a la derecha no pueden descuidar ese flanco.
Curiosamente en el equipo de Larreta también piensan que la postulación de Massa los puede beneficiar, pero por otra razón: despolariza la discusión y sitúa más en el centro el debate de campaña, un terreno donde se mueve el jefe porteño (los dos viejos amigos acordaron desconectarse durante este tiempo para evitar disgustos personales en la campaña). El cierre de listas reflejó la mirada más amplia que el alcalde imagina para Juntos por el Cambio (Elisa Carrió, Miguel Ángel Pichetto, José Luis Espert y el radicalismo de Gerardo Morales y Martín Lousteau) y compensó algunos focos de pesimismo que se evidencian en su equipo, sobre todo tras el affaire Schiaretti. Ahí se terminó de descompensar Córdoba y acentuó la idea de que el centro del país le es adverso. La interna de Santa Fe entre Maximiliano Pullaro y Carolina Losada es clave en este sentido. La ciudad de Buenos Aires no le depara buenos datos y la gran pelea está en la provincia de Buenos Aires, donde Diego Santilli trató de poner en valor sus números con una inédita innovación en la boleta: su nombre aparece en un color diferente al resto. “Esto no es para promover el corte, es para potenciar el atractivo que genera Diego y que puede ayudar a Horacio. Está totalmente consensuado entre ambos”, aseguran. Las encuestas muestran que si se mide solo el tramo a gobernador, Santilli supera a Néstor Grindetti con claridad, pero en el marco de la boleta completa, la situación no es la misma. El fenómeno arrastre en la provincia es clave. También lo sabe Kicillof, quien se sabía perdido si Wado de Pedro era el postulante presidencial, y ahora recuperó el aliento.
Se empezó a jugar una nueva etapa en la política argentina, después de 16 años de predominio de Cristina Kirchner (más su muleto Alberto Fernández) y Mauricio Macri. El terreno está plagado de actores que buscan heredar un liderazgo que está en transición desde 2019. Pero la elección solo definirá quién administrará la próxima etapa. Parece mucho más difícil que pueda resolver el vacío de representación que refleja un sector mayoritario de la sociedad.