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La inflación autoconstruida no existe

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Descacharreo

Opinión:

La culpa es de las personas, no del gobierno, pareció decir Alberto Fernández cuando afirmó que la inflación en Argentina tiene mucho de autoconstruida. Que se suben los precios por las dudas. Cabría preguntarse cuánto tiempo dura el “por las dudas”, pues la inflación lleva casi ocho décadas en el país. ¿Siguen las dudas? ¿O la inflación es crónica, no coyuntural? Lo del Presidente sonó más bien a sacarse responsabilidad de encima.

Esto no es renegar de un pilar de la economía como la subjetividad. Las personas buscan maximizar su bienestar entendido como lo que cada uno cree que es. De allí que, por ejemplo, lo caro o barato pueda ser subjetivo: hay quienes comprarían cualquier cosa, no importa el precio monetario, que tenga la autoría de L-Gante, y otros que no las aceptarían ni siquiera recibiendo dinero con ellas.

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Las expectativas son parte de eso. Por ejemplo, se aconseja a los hijos estudiar ciertas carreras y no otras por el ingreso o el prestigio que se cree se ganará con ellas. La vocación influye, pero tiene un precio. Quien trabaje en algo que le guste y además le dé dinero que se sienta dichoso. De lo contrario tendrá que compensar: a cuánto dinero renunciar con tal de seguir la vocación, o a cuántos sueños renunciar con tal de ganar dinero. Así también se invierte en un negocio y no en otro por lo que se espera ganar, dadas las restricciones de recursos, habilidad, gustos y oportunidades. Pero luego se confirma o no el acierto de las expectativas. La profesión o el negocio son rentables o no. Si sólo hubiera subjetividad se trataría de fantasía. Dados los planes de vida, los recursos sí son escasos, la riqueza se crea con esfuerzo y no por voluntarismo y todo tiene precio.

Así, un vendedor podría creer que habrá más inflación y que si vende al precio presente cuando deba reponer no le alcanzará el dinero y lo sube por prevención. La pregunta es por qué el consumidor lo pagaría. Si el cliente no comparte esa perspectiva el bien le parecerá caro y su primera respuesta será no comprar. Habrá que ver cuál es su necesidad (subjetividad), pero eso no tiene que ver con la expectativa de inflación.

Supóngase ahora que el consumidor tiene una expectativa inflacionaria parecida o superior a la del oferente. El precio le parecerá adecuado o barato. De todos modos, ¿por qué lo pagaría? Hay que tener dinero para ello. Podría hacer algunas compras a un mayor precio que antes, pero si no tiene más dinero no podrá pagar todos los precios, al igual que ocurriría en el caso anterior. Ampliando, si todas las personas tienen expectativas de mayor inflación eso se reflejará en todos los bienes, pero si no hay más dinero en la economía para pagar los precios más altos éstos no serán convalidados en las operaciones y finalmente caerán. Sin emisión adicional de dinero no habrá inflación, no importa qué crean los individuos. La expectativa se frustra.

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Puede hacerse una objeción. Si se espera inflación, para quienes tienen capacidad de ahorro mantener parte de sus ingresos en forma de dinero implica una pérdida. Por lo tanto, tratarán de cambiarlo por otros bienes. Comprarán dólares, autos, inmuebles, títulos públicos, lo que sea que les sirva de alguna manera y que se espere que esté más caro en el futuro, incluyendo bienes de consumo y servicios. Eso implica un aumento en la velocidad de circulación del dinero y por lo tanto mayor demanda por bienes. Si la capacidad de respuesta de la oferta no se condice con esa demanda adicional habrá aumento de precios. Esto aplica incluso para quienes no pueden ahorrar y simplemente salen rápido a gastar antes de que los precios suban. Es decir, puede haber incremento de precios sin mayor emisión.

Pero no es lo mismo que inflación autoconstruida en el sentido de confusión mental que parece insinuar el Presidente. La mayor velocidad de circulación del dinero debe tener un fundamento real, porque la demanda por dinero (contracara de la velocidad de circulación) tiende a ser estable. Las personas quieren mantener su ingreso en forma de dinero para transacciones (las compras habituales), por precaución (necesidad de liquidez ante una emergencia) o por especulación (necesidad de liquidez para aprovechar oportunidades financieras). ¿Por qué renunciar al dinero y por lo tanto a la atención de esas necesidades? Sólo si se prevé que la incapacidad del mismo de cumplir sus funciones llevará a una pérdida tal de valor que se prefiere correr el riesgo de abandonar la moneda. ¿Y de dónde sale aquella previsión? ¿Es un mero capricho? ¿Una neurosis colectiva? ¿O más bien se aprendió cuáles son los efectos de la emisión en exceso, la falta de poder político, el déficit fiscal sostenido y la improvisación en las medidas económicas?

Tras ochenta años de inflación es para pensar que ya no hay “por las dudas”. Pasaron tiempo y experiencias suficientes para advertir cuándo sirve subir los precios como prevención y cuándo no. De paso, no se puede dejar de señalar que con esencialmente los mismos empresarios, los mismos políticos y los mismos ciudadanos hubo estabilidad de precios en los 90. Los distintos eran el sistema monetario y la apertura de la economía. No significa que tal esquema no haya tenido fallas o que sea recomendable ahora. Pero nadie se “autoconstruía” inflación en aquel entonces.

¿Qué pasaría si las personas se resistieran a sus expectativas, no salieran a gastar y conservaran los pesos? Pues terminarían pagando en pleno el impuesto inflacionario, que igual existiría porque seguiría la emisión. Si la mayor velocidad de circulación en la Argentina de hoy, por especular algo, representara diez puntos adicionales de inflación por año querría decir que pagarían un impuesto del 85 por ciento anual sobre su dinero. No parece razonable tal sacrificio por un gobierno que no hace su trabajo.

Por: Gustavo Wallberg | La Gaceta

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